4

3 3 0
                                    

Marco estaba absorto mirando a la chica que tenía delante. Hacía tiempo que no se había cruzado con Amanda Lemont. Aunque su trato con ella siempre fue el mínimo, la veía en algunas celebraciones anuales y algunas veces en el pueblo. Pero no pudo no fijarse en que ahora lucía diferente, había algo en ella que estaba llamando su atención como nunca antes. Desde luego que nunca lo había dejado tan perplejo en sus escasos encuentros.

Parecía un guerrero a punto de entrar en batalla y en sus ojos solamente se veía la determinación. La mujer que estaba delante de él no se parecía en absoluto a la chica que se había desmayado en sus brazos varios años atrás. Recordó ese momento con una sonrisa en los labios.

Había estado paseando por el jardín sin prestar mucha atención a su alrededor cuando ella impactó contra su cuerpo y le derramó el contenido de su copa. Solo alcanzó a murmurar algunas palabras antes de caer desmayada en sus brazos.

En el presente, se quedó con la boca abierta cuando ella simplemente asintió hacia su madre, se dio la vuelta y salió de la sala sin pronunciar una palabra y sin hacer reverencia a los reyes. Miro de soslayo a su padre y este echaba humo por los poros ante aquella falta de respeto. Río internamente. Amaba a sus padres, pero como en esos momentos se encontraba furioso con ellos, le divirtió el acto de Amanda.

Pensó con amargura sobre la situación en la que se encontraban. Su padre le había dicho que era hora de reclamar una muchacha. Era una vergüenza que él, siendo un príncipe, no lo haya hecho en sus veinticinco años de vida.

—Así el pueblo nunca te respetará como su futuro rey. —Le había dicho después de su enésima negativa a hacer algo que no le atraía para nada.

Le parecía absurdo que tenía que ganarse el respeto de su pueblo teniendo a una chica en la cama. Esa costumbre siempre le había parecido ridícula, pero él no era nadie para cambiarlo, aún. Aunque estaba pensando seriamente en romper esas tradiciones una vez ocupado el trono. Quería llegar a raíz de todo eso, a pesar de lo doloroso que pudiera llegar a ser.

Cambia esa cara, te ves como si estuvieras en un funeral. —Miró a su hermana menor; ella tenía una sonrisa de oreja a oreja adornando su hermosa cara. Estaba extrañamente contenta.

No tengo otra cara, pequeña. —Intentó bromear.

—Mira como dejó tu muñeca a su majestad y verás como se te cambia.

Le hizo caso y volvió a mirar hacia su padre. Pensó en que Amanda no saldrá impune de ello, su padre encontrara la forma de hacérselo pagar. En el fondo sabía que no era un mal hombre, pero a veces no veía más allá de su título.

No la llames así. —La reprendió, odiaba ese apodo que les habían dado.

—Vale, perdón. —Se excusó Clarisa antes de alejarse para situarse al lado de su padre que murmuraba algo que él no llegaba a escuchar.

 —Se excusó Clarisa antes de alejarse para situarse al lado de su padre que murmuraba algo que él no llegaba a escuchar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Al menos es guapo.

—¡Cómo sí eso importara!

—No importa como sea, es el enemigo.

—Quizá sea un inocente.

—¿Habrá inocentes?

Anabelle tiró de la almohada sobre su cabeza, gruñendo. Tenía que haber una forma de callar esas voces molestas en su cabeza. Si tan solo fuesen personas, pensó.

La reunión con la realeza le dejo con un humor de perros. Aunque su madre le decía que ese odio era irracional, ella no podía sentirse de otra manera. Al fin y al cabo, eran la razón por la que nunca tuvo una familia verdadera.

Se incorporó y paseó por su bungaló. Había una sala de estar, una habitación grande y un baño, además de un armario del tamaño de una habitación. Decidió deshacer su maleta y acomodarla en el armario, ya que no sabía cuánto tiempo iba a pasar ahí. No pudo evitar una mueca de disgusto ante su vestuario, era todo lo contrario de lo que es ella.

Pasó el resto del día encerrada, ignorando los llamados a almorzar y luego a cenar. Fue maleducado de su parte, pero ella estaba ahí por trabajo, no era una invitada. La ansiedad estaba consumiéndola, así que se puso un abrigo y decidió salir al jardín, era el único lugar que le gustaba de esa cárcel e iba a aprovecharla.

Caminó por los caminillos de piedra, deleitándose con las flores que brillaban a la luz de la luna y las estrellas, el agua de la fontana caía rompiendo el silencio de la noche. El frío viento le azotaba la cara, pero en vez de molestarle, le hacía sentir libre. Libre como nunca antes haya sido.

¿Por qué mentir? Siempre se sintió como una intrusa en su propia vida. Separada de su familia y viviendo con la otra. Por muy buenos que fueron los Gómez con ella, siempre sintió la falta del calor de su madre y de su otra mitad. Sacó la medalla del interior de la camiseta y miro la A que era su única identidad.

Odiaba que la gente la llamara Anabelle. Por eso siempre les pedía a sus amigos que le digan Belle, diciendo que así sonaba mucho más hermoso. Parecía un acto vanidoso que ocultaba la realidad en la que no podía aguantar que alguien le llamase por ese nombre, el que pertenecía a su verdadera familia. Solo ellos le decían así y de cierta forma era una manera de sentirse parte de esa familia que vivía tan lejos de ella.

Acarició la medalla y la devolvió a su lugar. Ella no tendría que estar ahí. Debería estar afuera, con sus colegas, buscando a su hermana. Las preguntas la asaltaron de nuevo. ¿Quién habrá secuestrado a Mandy? ¿Por qué a ella? ¿Y por qué justo ahora que estaba reclamada por el príncipe? Muchas preguntas sin respuestas. Y su tío y padre pensaron que, si era verdad que los gobernadores del país estaban involucrados, ella sería más útil dentro del castillo, ocupando el lugar de su hermana. Y ella por Amanda daría la vida.

La tranquilidad de la noche la transportó a un mundo donde no había problemas y ella no era quien era y no tenía tanta responsabilidad sobre sus hombros. Donde su hermana no estaba secuestrada, su padre no se pasaba días y noches en su oficina tratando de hallar una efímera pista sobre su paradero, su madre no estaba hecha una sombra de la mujer que era antes; donde su hermano estaba disfrutando de su próxima paternidad con la mujer que amaba y eran felices sin nada que opaque su alegría.

Donde... donde ella no era una persona rota por dentro. Donde tenía amigos que la respetaban y amaban y no le tenían lástima por sus desgracias. Donde tenía siempre su familia a mano, donde nadie le llamaba huérfana. Un mundo donde podía ser aun esa niña feliz que correteaba pidiendo atención de los demás, que no tenía miedo de amar y vincularse con las personas.

Una lágrima se deslizó por su mejilla y no se molestó en limpiarla. Solamente sus lágrimas eran auténticas desde aquel día. Estaba muerta, a pesar de estar respirando. Vivía cada día como un robot, preocupándose por las vidas de los demás, porque la suya propia era destrozada y ella no tenía fuerzas para arreglarla. No tenía fuerzas para levantar los pedazos de su alma y tampoco le permitía a nadie acercarse lo suficiente para que le ayudara con eso.

Era eso lo que necesitaba. A una persona dispuesta a amarla sin condiciones, para ayudarla a juntar los pedazos de su corazón, para protegerlo de futuros sufrimientos. ¿Pero cómo alguien podría hacer semejante cosa si ella no dejaba a nadie acercarse lo suficiente?

Secretos de la corte (Cortes perversas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora