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Había más de diez personas en la habitación, pero reinaba el silencio. Todos estaban concentrados en lo que se veía por las cámaras.

Clarisa seguía sin sentirse cómoda invadiendo así la privacidad de alguien, pero estaba en la minoría y se las aguantaba. Además, si de esa manera lograban resolver el problema, no se quejaría.

En la pantalla, Marianne estaba sentada en el sofá, con las manos sobre su cabeza, meciéndose y susurrando algo que no podían escuchar, pero estaba segura de que eran palabras de consuelo. Esa era la otra parte del plan que no le gustaba. Marianne tenía apenas diecisiete años, evidentemente no estaba involucrada en eso y estaba reacia a convertirla en un objetivo. Pero, Anabelle había insistido que Elisa no era una buena candidata y al final resultó que tenía razón.

Ella y su padre estaban murmurando en un rincón, haciendo que fuera imposible que los escucharan por los micrófonos. Pero su lenguaje corporal decía demasiado. Estaban tensos, alterados y apostaría a que en cualquier momento empezarían a gritar. Elisa estaba histérica, mientras el ministro se mantenía más tranquilo.

—Ella está en esto hace poco, todavía no tiene claro el funcionamiento y por eso esta así. —Concluyó Andrea—. Él también está alterado, pero piensa que puede solucionarlo sin problemas. Está más enojado que cualquier cosa. Alguien volvió a cometer un error y es el segundo en pocos meses.

—Tenemos diez personas desaparecidas y una muerte accidental que podría no ser tan accidental desde el secuestro de Amanda. Estoy tratando de cavar un poco más, ver quién de ellos encaja en el perfil. —agregó Alex.

—Tal vez no lo mataron entonces. Fue un error, puede ser que lo hayan castigado o algo, no necesariamente matarlo. Pero si fue así, esto va a caer sobre sus hombros. Se equivocó una vez, seguramente lo hizo de nuevo. Ahora, implicándolos directamente con el asunto, es un error imperdonable. —La voz de Andrea era suave, tranquila, pero no había signos de vacilación. La mujer era una experta en comportamiento humano, la profiler del equipo y hablaba de probabilidades como si fueran certezas.

—Así que voy a poner antenas para ver si alguien desaparece o muere en las próximas veinticuatro horas. —Dedujo el informático, poniéndose a trabajar de inmediato.

Elisa se movió un poco en ese momento y lograron escuchar su voz en ese momento.

—Tienes que llamarlo. Tiene que arreglar esto, ahora. —Siguiéndola, su padre se acercó también y todos se sintieron aliviados de poder escuchar al menos parte de la conversación.

—No le voy a molestar con una estupidez que podemos arreglar solos. —espetó, moviendo las manos con enojo.

—¿Una estupidez? Es Marianne, papá.

—¿Y qué? Nadie vio esa maldita carta y nosotros llevamos las riendas de todo. ¿Qué crees que pasará? ¿Alguien la va a obligar a algo? Vamos a destrozar ese pedazo de papel, se van a recomponer y vamos a regresar a la maldita fiesta como si nada. ¿Entendido?

Elisa no estaba convencida, pero asintió. Luego agregó:

—¿Y si alguien lo descubrió, papá? Esto podría ser un chantaje.

El ministro se detuvo a dos pasos de Marianne, luego giró hacia su hija mayor.

—Cuarenta años llevo encargándome del negocio. ¿Crees que no sé cuidarme las espaldas? Nadie puede saberlo, simplemente porque a nadie le importa. Son hijas de nadie, muertas de hambre que deberían ser agradecidas de tener al menos la oportunidad de codearse con la clase alta por un tiempo. ¿Los reyes? Evan está encantado con delegarme la mayoría de los asuntos para poder jugar al padre y esposo perfecto. ¿El príncipe? Está demasiado envuelto en las faldas de una cualquiera para ver más lejos de su propia nariz.

Secretos de la corte (Cortes perversas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora