Durante un instante que pareció eterno, nadie se movió. Luego Bailarín dio un cabezazo contra la barbilla de Karn, que soltó la daga. El arma cayó entre ambos. En lugar de intentar recogerla, Karn se abalanzó contra Gata y
Montaigne. Los tres cayeron al suelo, formando una maraña de brazos y piernas, mientras Montaigne y Karn gritaban pidiendo auxilio.
Bailarín localizó el cuchillo de Karn. Agarrándolo con los pulpejos de las manos, se echó para atrás contra el arma, cortando así las cuerdas. El amuleto de Han escupió motu proprio ondas de poder, y la linterna estalló, despidiendo por doquier trozos de cristal y aceite en llamas. La habitación se sumió en la oscuridad, salvo por la luz que emitía el talismán del rey Demonio. Han se echó la cadena al cuello y metió el amuleto dentro de su camisa. Usando un trozo de cristal, cortó las ataduras de los tobillos. Acto seguido se puso a palpar el suelo en busca de los demás amuletos.
Gata se plantó a su lado. De un modo u otro había escapado de la confusión mientras Karn arrastraba hacia la puerta al aspirante a rey de Arden.
—Venga —dijo entre dientes—. Tenemos que largarnos. Hay soldados en el bosque y, con todo este jaleo, van a venir a la carrera.
Bailarín se arrodilló, inclinándose hacia delante, buscando también los talismanes.
—Aquí está el tuyo —dijo, alcanzando a Han el amuleto del Cazador Solitario manchado de sangre. Bailarín debía de haberse cortado las manos al buscar a tientas por el suelo.
Gata se quedó perpleja, mirando el amuleto.
Fuera de la granja, se oyeron pisadas acercándose. Los soldados de Montaigne ya llegaban.
—¡Vuestra Majestad! —gritó alguien—. ¿Qué ocurre? ¿Algo va mal?
—¡A mí! —gritó el príncipe de Arden—. Me están atacando unos asesinos norteños.
Los soldados se empujaban entre ellos, tratando de entrar todos a la vez, embotellándose en la puerta.
Desesperado, Han metió la mano debajo de la camisa y agarró el amuleto de la serpiente. Una vez más, el poder se adueñó de él. Extendió el brazo y pronunció un hechizo que no conocía. Karn se lanzó contra su príncipe, derribándolo justo cuando los dedos de Han comenzaron a lanzar llamaradas que envolvieron a los soldados apiñados en el umbral. Han olía la lana quemada y la carne chamuscada mientras los soldados intentaban salir por donde habían entrado. Se agolparon en la entrada, chillando de miedo y maldiciendo a quienes les bloqueaban el paso.
Han notaba los latidos de su corazón en el pecho. Ya había matado antes, pero siempre había sido en peleas callejeras, puñal contra puñal. Nunca con magia.
Se obligó a soltar el talismán y al volverse se encontró a Gata mirándolo boquiabierta.
—Tiene que estar por aquí —dijo Bailarín, todavía en cuclillas.
—Déjalo —dijo Han, tirando del brazo de Bailarín—. No te servirá de nada si estás muerto.
« Qué fácil para mí decirlo —pensó—. Yo tengo dos amuletos» .
Bailarín por fin se levantó, abandonando la búsqueda con manifiesta renuencia, apretándose contra la camisa las manos que le sangraban.
—Vámonos.
La entrada estaba bloqueada por un montón de cadáveres humeantes. Han golpeó la ventana con las dos manos y los postigos explotaron hacia fuera. Se sentó en el dintel, pasó las piernas por encima y saltó al suelo. Bailarín y Gata se deslizaron detrás de él.
Alguien gritó:
—¡Están allí!
Como era de esperar, nadie se puso a perseguirlos.
Huyeron a todo correr, zigzagueando a través del patio de la granja, saltando por encima de gallineros y en torno a edificios anexos hasta que alcanzaron el reconfortante cobijo de los árboles.
El miedo les imprimía una velocidad que los soldados del príncipe de Arden no podían igualar. Pasaron del bosque al campo abierto, brincando por los surcos, atravesaron sembrados de maíz bordeados de setos y muros de piedra. Incluso cuando ya no se oía ningún ruido de persecución, siguieron corriendo, enfilando un sendero que se unía a un camino más importante varios kilómetros más allá.
Al fin se agazaparon detrás de un seto alto para recobrar el aliento. Han cayó desplomado, con la cabeza gacha, deseando que el corazón dejara de latirle tan deprisa. Se sentía débil, con un cosquilleo por todo el cuerpo, como si hubiese estado mascando razorleaf.
Bailarín tenía mucho peor aspecto que Han; pálido, tembloroso, sudado.
Apoyó la cabeza en las manos como si ésta no pudiera sostenerse por su cuenta. —¿Cómo lo has hecho? —inquirió Gata, escrutando el rostro de Han como si ella fuese la que merecía respuestas. Le cogió las muñecas y le volvió las palmas hacia arriba—. ¿Cómo has aprendido a lanzar llamas así?
—¿Y tú qué estás haciendo aquí? —replicó Han—. Pensaba que no querías venir con nosotros. —Entonces le vino a la mente aquella sensación de estar siendo observado que lo había obsesionado desde que partieran de Delphi—. Nos has estado siguiendo, ¿verdad? En un par de ocasiones me pareció oír que alguien merodeaba por el campamento.
—Bueno, menos mal que lo hice —dijo Gata—. Visto que te he salvado la…
Se quedó muda. Miró fijamente el pecho de Han con los ojos muy abiertos y luego alargó el brazo hacia su amuleto.
—No lo toques —le advirtió Han, metiéndolo debajo de la camisa.
—Esto es lo que los demonios andaban buscando —susurró Gata—. En el Mercado de los Harapos. No paraban de preguntar sobre un talismán metido en una bolsa, un objeto mágico con forma de serpiente y…
—¿Cuándo estuviste hablando con demonios? —inquirió Han—. ¿Y por qué tendría…?
—¡Sangre y huesos! —interrumpió Gata, mirándolos a los dos como si les hubiesen salido cuernos—. Sois unos malditos hechiceros, eso es lo que sois. Cómo es posible.
—¿Vosotros dos ya os conocíais? —dijo Bailarín, apretando el pulpejo de una mano contra la frente como si le doliera.
Gata se puso medio a gatas y se apartó de ellos, con los ojos entornados y un puñal en cada mano. Parecía sinceramente aterrada.
—Déjalo, Gata —dijo Han conciliador—. Y guarda tus puñales. Somos magos, es verdad, pero no vamos a hacerte daño.
Gata dejó de retroceder, pero tampoco se atrevió a acercarse de nuevo. Se humedeció los labios y señaló a Bailarín con un puñal.
—¿Quién es él, a todo esto? No sabía que existieran hechiceros cabezacobriza.
—Es una larga historia —dijo Han, que todavía no tenía muy claro qué preguntas quería contestar—. Gata Tyburn, te presento a Hayden Bailarín de Fuego. Bailarín es mi amigo del Campamento de los Pinos de Marisa. Conozco a
Gata del Mercado de los Harapos. Éramos los jefes de una panda de buscavidas.
Gata y Bailarín se miraron mutuamente al tiempo que los dos mundos de Han colisionaban en aquella tierra extranjera.
—Es un cabezacobriza —soltó Gata—. ¿Qué haces con él?
Como si el hecho de que Bailarín fuese un cabezacobriza eclipsara el que ambos fuesen magos.
—Es mi amigo —dijo Han—. He pasado casi todos los veranos con los clanes desde que era pequeño.
« Excepto los tres veranos que he pasado con Gata, como señor de la calle en
el Mercado de los Harapos» , pensó.
—¿Cómo has dado con nosotros aquí? —preguntó Han a Gata para cambiar de tema.
—Vi cómo se os llevaban de la posada esos soldados y supuse que tenías problemas —dijo Gata, todavía mirando agresivamente a Bailarín—. Así que os seguí. —Soltó un resoplido—. No daba crédito. El gran Pulseras Alister cayendo por una jarra de sidra con hierba de tortuga.
Han tuvo una revelación.
—Tú eras la hermana malthusiana que bebía como un carretero —dijo, recordando la figura con velo de la sala común. De las últimas varias salas comunes, ahora que lo pensaba.
—Al menos no me caí debajo de la mesa como un aprendiz beodo —dijo Gata, sonriéndose con suficiencia.
—Bueno, gracias por rescatarnos —dijo Han—. Probablemente nos has salvado la vida.
—De probablemente, nada —terció Bailarín, sonriendo a Gata—. Gracias. Has pensado deprisa. Eres muy buena con el garrote.
—En fin —dijo Gata, mirando a Han y haciendo caso omiso de Bailarín—, creo que debéis tener más cuidado. Creo que necesitáis ayuda. —Miró a Bailarín torciendo el labio y se echó la melena rizada para atrás—. ¿Tenéis planes de montar un banda nueva en Ardenscourt o qué? —Se estrujó el pelo y lo ató con un trozo de tela. Su pañuelo de Ragger—. Me ha dado la impresión de que hay un montón de bolsillos llenos y poca competencia. Creedme, nadie se enfrenta a un hechicero por cuestiones de territorio.
« Nunca se ha creído que fuéramos de camino a Vado de Oden —pensó Han —. Da por sentado que iba a volver a la vida de antes dejándola al margen» .
—Escucha —dijo Han—. Bailarín no es de mi tropa. Como ya he dicho, nos dirigimos a Vado de Oden, y no para vaciar bolsillos, precisamente. Vamos a ir a la escuela.
—¿Por qué no vienes con nosotros? —propuso Bailarín, como caído del cielo, pues nada sabía del ofrecimiento de Jemson—. Allí va a la escuela todo tipo de gente, y enseñan toda clase de cosas. Tiene que haber algo que te interese.
Han y Gata le miraron sorprendidos.
—No necesito tu compasión, cabezacobriza —gruñó Gata—. Te crees que porque eres íntimo de Pulseras Alister puedes…
—Cállate —ordenó Han—. Puedes venir con nosotros, pero si lo haces tendrás que llevarte bien con Bailarín y tendrás que ir a la escuela. No pienses que no te agradezco que nos hayas salvado la vida, pero éste es el trato. Lo tomas o lo dejas, ¿sí?
—¿Lo eliges a él antes que a mí? —dijo Gata pasmada.
—Él no me pide que elija.
Gata dio un respingo y se abrazó a sí misma. La luz oblicua de la luna al declinar sólo le iluminaba parcialmente el rostro, reluciendo en las lágrimas que le resbalaban por las mejillas. ¿Gata Tyburn llorando?
—Vamos, vamos —dijo Han—. No puede ser tan malo como todo eso.
—Vendré —dijo Gata, enjugándose los ojos con las mangas y sorbiendo—. Iré a la Escuela del Templo. No tengo otro sitio adonde ir. Todos han muerto. No puedo quedarme en el Mercado de los Harapos ni en ninguna otra parte de la ciudad.
Han la miró en silencio, otra vez dominado por la culpa. En cierto sentido, era responsable de ella. Él había sido la causa de todas sus pérdidas.
Aun así, le picaba el instinto. ¿Por qué iba Gata a querer nada con él, cuando podía culparlo de la pérdida de cuanto tenía, los harapientos, su territorio, Velvet?
Debería odiar su misma estampa. Y Gata no era de las que perdonaban.
Salvo que, como ella decía, no tuviera elección.
—De acuerdo —dijo Han—. Asunto zanjado. Ahora debemos irnos. En cuanto dejen de darnos caza por aquí, quizá vayan a buscarnos a la posada. Nos conviene llegar antes que ellos, recuperar los caballos y seguir nuestro camino.
No iba a dejar atrás a su caballito, después de haber aguardado una vida entera para poseer uno.
Bailarín había guardado silencio todo este tiempo, pero ahora negó con la cabeza.
—Vosotros adelantaos. Yo vuelvo. No puedo dejarlo allí sin más.
—Dejar… Ah, tu amuleto. —Han apoyó la mano en el hombro de Bailarín, y Bailarín se movió irritado, como si ya supiera lo que iba a decirle—. No puedes volver —dijo Han—. Te matarán.
—Puedo entrar y salir de su campamento sin que se enteren de que estoy allí —insistió Bailarín—. Me reuniré con vosotros en la posada. Si veis que no llego, marchaos sin mí.
—¿No crees que lo habrán vuelto a guardar? —dijo Han—. ¿No crees que estarán esperando que regreses a por él? No sabemos cuántos soldados tienen allí. ¿Quieres acabar luchando en la guerra de Arden?
—¿Y qué demonios hago yo en Vado de Oden sin un amuleto? —Bailarín levantó las manos con las palmas hacia arriba—. ¿Acarrear agua y encender fuegos? ¿Limpiar las letrinas?
Han se sintió culpable por tener dos amuletos cuando Bailarín no tenía ninguno. « El amuleto del Cazador Solitario fue hecho para mí —pensó—. Debería darle a Bailarín el talismán Aguabaja» .
Pero no quería hacerlo. El amuleto Aguabaja bullía de poder; lo había estado cargando durante semanas. El talismán del Cazador Solitario se veía oscuro y vacío, en comparación; como un templo sin consagrar.
Pero dado que no se había conectado con él, tal vez establecería un vínculo con Bailarín.
Además, cada vez que alguien intentaba tocar el talismán de la serpiente, se quemaba.
Han se quitó del cuello el amuleto del Cazador y lo suspendió delante de Bailarín.
—Prueba con éste. No lo he usado. Al fin y al cabo, la mayoría de los magos no dispone de amuletos hechos a medida. Tienen suerte de tener uno cualquiera.
Bailarín miró fijamente el amuleto que daba vueltas ante sus ojos, torciendo el gesto como un mercader ante un diamante de pasta con un engarce de hojalata dorada. Alargó un dedo receloso y lo tocó. Se encendió a modo de saludo y el poder fluyó entre los dos.
Bailarín suspiró, meneando la cabeza.
—Tendré que empezar de cero —dijo. Pero cogió el amuleto del Cazador que le ofrecía Han, se lo colgó del cuello y lo metió debajo de la camisa. El amuleto comenzó a absorber poder de inmediato y su aura perdió intensidad.
¿Sería Karn capaz de utilizar el talismán de Bailarín? « Espero que acaben todos quemados» , pensó Han.
Trepó a un árbol para ver mejor. Las luces de Ardenscourt se desvanecían al este bajo el sol naciente. Dedujo que se encontraban a pocos kilómetros al oeste de la ciudad.
Saltó al suelo.
—Tardarán un buen rato en organizarse. Podemos estar de vuelta en la posada a la hora del desayuno —dijo Han—. Una vez en la ciudad, no se atreverán a perseguirnos a plena luz. Andando.
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La Princesa Desterrada
AventuraObsesionado con la muerte de su madre y de su hermana, Han Alister viaja hacia el sur para comenzar a recibir educación en Casa Mystwerk, en el Vado de Oden. Pero es imposible huir del peligro: los Bayar, la poderosa familia de magos, lo acechan int...