Cuando al día siguiente Han regresó a la clase de Gryphon procuró no hacer nada que llamara la atención sobre su persona. Su amuleto todavía estaba escaso de poder, aunque lo había estado cargando toda la noche. Lo mantuvo sujeto con la mano toda la mañana, y éste le fue chupando energía con gran avidez.
Su redacción sobre la visita al Aediion fue tan superficial como las de los demás alumnos. Gryphon mantuvo los labios prietos mientras la escuchaba, pero cuando Han terminó tan sólo dijo:
—Gracias, Alister. Sin duda es un relato de lo más sorprendente.
Micah y Fiona presentaron redacciones igual de imprecisas.
Han leía y estudiaba a Kinley como un poseso, en busca de respuestas. No podía preguntar a Gryphon porque así sólo conseguiría atraer la atención del maestro. Después del incidente con Abelard, dejaron el tema del Aediion para siempre. El maestro seguía metiéndose con Han en sus clases: cada dos por tres se abatía sobre él como un ave de presa con las alas rotas y el pico afilado. Era como si culpara a Han de haberle causado problemas con la decana Abelard.
Cada noche Han se quedaba despierto hasta tarde preparando las clases a fin de ser menos vulnerable a las mofas. La amenaza de ser humillado resultaba extraordinariamente motivadora.
El resto de los alumnos también padecía lo suyo, sólo que no tan a menudo como Han. Gryphon hacía llorar a Darnleigh, ponía en ridículo a los hermanos Mander y trataba a Bailarín como si fuese idiota. A veces incluso los Bayar eran objeto de difíciles interrogatorios, aunque Han tenía la impresión de que la cuchilla verbal de Gryphon era menos afilada en su caso. Particularmente con Fiona.
Durante la semana siguiente, la decana Abelard entró en clase en dos ocasiones y se sentó al fondo del aula. Tamborileaba con los dedos sobre el pupitre, adusta y sin sonreír, con un leve resplandor en su amuleto. Durante estas sesiones Gryphon se quedaba sin saber qué decir porque perdía el hilo de su pensamiento.
Micah y sus primos pasaban poco tiempo en Hampton Hall, de modo que Han apenas los veía excepto en clase. Preferían La Corona y el Castillo, donde cada noche se juntaban con Fiona, Wil y una nutrida cohorte de principiantes de Mystwerk con quienes Micah estaba muy unido. Era lógico. La mayoría de los compañeros de clase de Han procedía de los Páramos; era posible que se conocieran desde que eran niños.
Han se obligaba a ir a La Corona y el Castillo de vez en cuando, sólo para alardear, aunque el bar se sumía en el silencio cuando él entraba, y los amigos de Micah indefectiblemente guardaban sus monederos y protegían sus amuletos si él se les acercaba.
Al cabo de siete semanas del primer trimestre, se comunicó a los principiantes que la decana Abelard ofrecería la primera Cena de la Decana en Mystwerk Hall el Día del Templo. Se esperaba que asistieran todos los alumnos, diplomados y profesores de Mystwerk.
A Han no le apetecía lo más mínimo volver a ver a la decana Abelard. Sólo había transcurrido una semana desde su cara a cara con ella. Aún se aferraba a la débil esperanza de no tener que hablarle.
Mientras se vestía para la cena, se alegró del anonimato que la toga le otorgaba al taparle la ropa. Se había bañado, afeitado y peinado, y había sacado brillo a su amuleto con una gamuza. No se le ocurría qué más podía hacer para estar presentable.
Mystwerk Hall resplandecía de luz cuando Han y Bailarín cruzaron el patio. La entrada estaba salpicada de togas rojas. Por una vez no llovía, aunque un viento fresco del norte anunciaba que el tiempo iba a cambiar.
Los criados de librea de Mystwerk les indicaron cómo llegar al Gran Salón, en cuyas largas mesas relumbraban la vajilla, la cristalería y los cubiertos, muchos más de los que parecían necesarios cuando ni siquiera habían servido la comida.
Grandes estandartes colgaban de los altos techos: emblemas de casas de magos, entre los que se contaba el de los Halcones Encorvados de los Bayar.
« ¿Cuál sería su estandarte, si tuviera uno?» , se preguntó Han.
Aunque todo el mundo vestía la toga reglamentaria, la mayoría la llevaba decorada con estolas que mostraban la enseña de sus respectivas casas de magos, y con las insignias y bordados que denotaban su rango académico. Muchos lucían joyas además de sus amuletos: anillos llamativos en los dedos, gruesas cadenas y brazaletes de oro. Incluso con su plumaje rojo, Han sentía que no iba vestido con la elegancia apropiada para la ocasión, como si fuese el más humilde de los gorriones.
Han localizó a los Bayar en medio de un grupo de estudiantes en la otra punta de la sala. Mientras le observaba, Micah miró a Han y dijo algo que hizo reír con sorna a los demás. Fiona también estaba de cara a Han y cuando levantó la vista sus miradas se encontraron. Ella se la sostuvo un largo momento, con el semblante duro y frío como el mármol, y luego se volvió hacia Wil.
Han sintió el consabido cosquilleo del miedo entre los omoplatos. Adentrarse en el terreno de los aristócratas era como caminar por las calles de Puente del Sur sin el distintivo de tu pandilla o una reputación que te protegieran.
Tocando el amuleto para serenarse, adoptó el aire desafiante que usaba en las calles.
En un rincón había un bar donde servían bebidas, y él y Bailarín se encaminaron hacia allí, sorteando grupos de estudiantes y profesores.
Mientras avanzaban, los envolvían las conversaciones. Han captó algunos retazos: las palabras « Mercado de los Harapos» , « barriobajero» y « cabezacobriza» le golpearon los oídos como notas amargas.
Han inspeccionó el despliegue de brillantes botellas, toneles y barriles del bar. No sólo había cerveza y sidra, sino también coñac, vino y Whisky. Han pensó en Lucius Frowsley, en su propiedad de Hanalea, y se preguntó si su destilería seguiría en marcha y quién se encargaría de la producción.
Tanto Han como Bailarín pidieron sidra.
Aquella cena sería bastante difícil de manejar incluso con la cabeza despejada.
Adam Gryphon entró en la sala en su silla de ruedas, maniobrando expertamente entre el gentío en dirección al bar.
« Es una lástima que no pudiera utilizar la silla siempre» , pensó Han. Pero la academia estaba plagada de escalones, bordillos, adoquines y otros obstáculos peligrosos.
Alguien tiró de la manga de Han, que dio media vuelta y por poco derrama su sidra.
Se encontró con el rostro de una chica extremadamente pálida y con el pelo negro de punta, muy corto y con mechones de rojo mago. Llevaba la túnica roja bordada con ribetes de diplomada y las manos llenas de anillos, y buena parte de la piel visible estaba cubierta de brillantes tatuajes metálicos que parecían joyas pintadas. El dibujo daba la impresión de ondularse y moverse por su cuenta.
—Son talismanes y protectores —explicó la chica, acariciando un símbolo que lucía en el dorso de la mano—. Para protegerme de los maleficios.
—Vaya —dijo Han, buscando algo adecuado que decir—. ¿Alguien intenta lanzarte un maleficio?
La chica asintió y luego se puso de puntillas para poder susurrarle al oído.
—Soy Mordra DeVilliers —dijo, como si eso lo explicara todo.
—Yo soy Han Alister —dijo Han. Señaló a Bailarín con la cabeza—. Y él es Hayden Bailarín de Fuego.
—Ya lo sé —dijo Mordra DeVilliers, mirando a uno y a otro con ojos grandes y solemnes—. ¿Es verdad que eres un ladrón y un asesino?
Han se quedó mirándola.
No había el menor indicio de juicio en su rostro, sólo ávida curiosidad. Como no contestó enseguida, ella se le anticipó.
—Dicen que eres un criminal conocido, y que intentaste matar a lord Bayar. —Se volvió hacia Bailarín—. Y también dicen que tú eres un espía cabezacobriza.
Bailarín miró a Han.
—¿Quién te ha dicho eso? —preguntó.
Mordra ladeó la cabeza hacia el rincón donde estaban los Bayar.
—Ajá. —Han se rascó el cogote—. ¿Y tú qué opinas?
—Bueno —dijo ella, asintiendo a Bailarín—, está claro que eres un cabezacobriza. —Se volvió hacia Han—. Y tú hablas como un chico de la calle, aunque no se note en tu ropa. —Le escrutó el semblante—. Pero pareces bastante despiadado, con todas esas cicatrices.
« ¿En qué se notaba que hablaba como un chico de la calle?» , se preguntó Han. Si apenas había hablado.
—Siendo así, ¿crees que deberías estar hablando con nosotros? —preguntó—.
Podría ser arriesgado.
Mordra se encogió de hombros.
—A mí tampoco me tienen bien considerada porque procedo de los reinos de las tierras bajas. La decana Abelard me trata con consideración porque cree que tengo talento. —Extendió el brazo para mostrar los adornos de su toga—. Soy la diplomada más joven de la historia de Mystwerk.
—Debes de ser la mar de sabia —comentó Han.
—Si eres listo, también se fijará en ti —dijo Mordra—. La decana Abelard da clases especiales a los estudiantes de Mystwerk que tienen potencial.
—¿Qué tipo de clases? —preguntó Han.
Una vez más, Mordra se puso de puntillas, sujetándose al brazo de Han para mantener el equilibrio.
—Magia prohibida —susurró, y su cálido aliento hizo cosquillas en la oreja de Han—. Hechizos muy poderosos.
Una voz glacial interrumpió su conversación.
—Cállate, Mordra.
Asustada, Mordra se echó para atrás y faltó poco para que se cayera. Han levantó la mirada y vio que Fiona se las había arreglado para cruzar toda la estancia sin que él se diera cuenta.
—Cállate tú —replicó Mordra, ya recobrada del susto, cerrando los puños.
—Siempre andas vomitando tonterías como una principiante borracha — prosiguió Fiona, poniendo los ojos en blanco—. Alister es un matón callejero. No le interesa tu vida de fantasía.
—En realidad, me parecía fascinante —dijo Han—. Mordra me estaba contando que…
—Déjalo correr —interrumpió Mordra—. ¿Dónde te sientas?
—Donde haya sitio, supongo —dijo Han. Lejos de los Bayar y de la decana, pensó para sus adentros. Y quizá también lejos de Mordra. Tal vez fuese la única que estaba dispuesta a hablar con él pero su cháchara comenzaba a cansarle.
—Tienes un sitio asignado, ¿no lo sabías? Yo estoy en la mesa de la decana — dijo Mordra.
—¿Cómo sabes dónde tienes que sentarte? —preguntó Han.
Siempre parecía que le faltase información que todos los demás conocían.
—Hay tarjetas en los sitios —dijo Mordra—. Deberías dar una vuelta y buscar la tuya. Ya casi es hora de sentarse.
El sitio de Han resultó que también estaba en la mesa de la decana. Con los dos Bayar, Adam Gryphon, otro diplomado y otro profesor. Ideal para pasar inadvertido.
Bailarín estaba sentado en una mesa cercana con varios miembros de la pandilla de los Bayar. Éstos pusieron los ojos en blanco, torcieron el gesto y se apartaron de él como si oliese mal. Bailarín suspiró y adoptó su expresión de comerciante.
Era como si la decana hubiese decidido incomodar a todo al mundo a propósito.
Han estaba sentado entre Mordra y Fiona, con Micah enfrente de ellos, junto al maestro Gryphon.
Fiona, muy tiesa, mantenía la vista al frente como si lograra fingir que Han no estaba justo a su lado.
Por suerte, los criados llegaron presurosos con la sopa, que sirvieron en cuencos delante de cada comensal.
Era un caldo claro con trozos de verdura flotando en él. « Una cena bien magra» , pensó Han, sorprendido. Había esperado un banquete más espléndido. Cogió una cucharada y sopló para enfriarla. Tenía un sabor entre salado y ahumado, como de cebolla y setas secas.
« Confiemos en que nos den segundo plato —pensó—. O al menos un poco de pan para acompañar» . Tomó unas cuantas cucharadas más y de pronto reparó en que nadie más estaba comiendo.
Al otro lado de la mesa, Micah lo miraba con las yemas de los dedos juntas y una ceja enarcada. Mordra se arrimó a él.
—Se supone que hay que esperar a que todo el mundo esté servido y la decana nos haya dado la bienvenida —dijo en un susurro lo bastante alto como para que se oyera en las mesas vecinas. Risitas ahogadas recorrieron el salón.
Han dejó la cuchara, notando que la sangre le subía a la cara.
Resultaba que la sopa no era la cena, era lo que venía antes de la cena. La cena consistió en codornices asadas con patatas y zanahorias, pastelillos y frutas empapadas en coñac y flambeadas, todo ello regado con tres vinos distintos y licores dulces en copas diminutas.
Nadie más llevó su vaso de sidra a la mesa.
Si bien intentó seguir lo que los demás iban haciendo, cada dos por tres Han se equivocaba de tenedor, comía las cosas en distinto orden o ponía la salsa que no tocaba, y Mordra lo corregía con su cuchicheo, haciendo que la sala se sumiera en mudos ataques de risa.
Los únicos que no reían eran la decana Abelard, Bailarín, Mordra y Fiona.
¿Fiona?
Durante toda la cena Fiona bebió vino pero comió muy poco, revolviendo la comida en el plato, poniendo mala cara, hasta que los criados lo retiraban.
Tamborileaba con los dedos sobre la mesa y no paraba quieta en el asiento.
« ¿Sentarse a mi lado le quita el apetito?» , pensó Han.
En varias ocasiones, el maestro Gryphon trató de entablar conversación con Fiona, pero ella parecía distraída, como si apenas oyera su voz.
Finalmente se arrimó a Han para dirigirse a Mordra.
—¡Para de una vez! —siseó, justo cuando Mordra abría la boca para advertir a Han de que estaba usando el cuchillo equivocado para untar mantequilla en un panecillo.
—¿Cómo dices? —dijo Mordra, parpadeando.
—¡Eres la menos indicada para corregir modales! —Fiona prosiguió con la voz crispada como el acero en el solsticio—. Eres un desastre. Mordra levantó la barbilla.
—Sólo estaba intentando…
—Mantente alejada de Alister o serás más paria de lo que ya eres —le advirtió Fiona.
—¡Cerrad el pico las dos! —explotó Han, golpeando la mesa con ambas manos abiertas, haciendo vibrar la porcelana y derramando vino de las copas—. Sería más fácil comer en medio de una reyerta en una taberna que sentado entre vosotras dos.
Se hizo un silencio mortal.
Fiona arrastró la silla hacia atrás y se levantó.
—Decana Abelard, os ruego me excuséis. No me encuentro bien.
Y salió majestuosamente de la sala sin volver la vista atrás.
Han miró al otro lado de la mesa y se topó con la mirada de Micah, que entornaba los ojos evaluando la situación. Gryphon siguió con la vista a Fiona hasta que desapareció por el umbral, y luego clavó sus extraños ojos en Han, con el semblante pálido y furioso. La decana Abelard apoyó los codos en la mesa y la barbilla en las manos, con un ligero asomo de sonrisa en los labios.
A partir de ese momento Han también dejó de comer porque no quería arriesgarse a oír más lecciones de Mordra. Ella siguió parloteando y él le respondió con monosílabos.
Finalmente, la interminable cena terminó. Los estudiantes y los profesores se juntaban en grupos y conversaban. Han y Bailarín salieron del salón por la puerta trasera para no tener que cruzarse con nadie.
—¿Tenemos que pasar por esto cada mes? —masculló Han, que notaba el suculento banquete como un yunque en la barriga—. ¡Malditos huesos!
—¿Fiona Bayar y Mordra DeVilliers estaban peleando por ti? —El viento agitaba las ramas en lo alto y Bailarín se subió el cuello. Cuando Han lo fulminó con la mirada, agregó—: A mí me ha parecido que sí.
—No entiendo de qué iba todo eso —dijo Han—. Fiona no quiere que nadie hable con nosotros. Quizá quiere aislarnos más de lo que ya estamos.
—Quizá te quiere todo para ella —dijo Bailarín.
—Sí, hombre, claro. —Caminaron un rato en silencio—. Me pregunto quién asiste a las clases de Abelard —caviló Han—. Me gustaría saber en qué anda metida.
Mientras rodeaban Mystwerk Hall, una luz brilló en la galería, captando la atención de Han que, al entrecerrar los ojos, vislumbró la silueta de una toga entre las sombras, un rostro anguloso iluminado desde abajo.
Encima de sus cabezas, se oyó un crujido de piedra que resonó en los oídos de Han. Sin mirar hacia arriba, se abalanzó sobre Bailarín y ambos salieron despedidos y aterrizaron despatarrados en la hierba del patio.
Han se puso de pie de un salto. Un revoltijo de tejas y piedra rota cayó estrepitosamente al suelo, justo donde ellos estaban un instante antes. Empuñando el puñal, Han salió disparado hacia la galería, corriendo en zigzag para no ser un blanco fácil. Pero allí no había nadie.
—¿Qué pasa? —preguntó Bailarín, justo detrás de él—. ¿Qué has visto?
Han meneó la cabeza y se llevó un dedo a los labios. Volvió a escrutar el pasillo.
Según parecía, una gran galería del segundo piso se había resquebrajado y hecho añicos contra los adoquines. Algunos trozos eran más grandes que su cabeza. Cualquiera de ellos podría haberlos matado si llega a darles.
Mientras observaban, una multitud de estudiantes y profesores doblaron la esquina y se apiñaron en torno a los escombros. No se percataron de la presencia de Han y Bailarín en la penumbra de la galería.
Ninguno de los Bayar acudió.
Han tocó el hombro de Bailarín y señaló con la cabeza en dirección a su residencia.
Durante todo el camino de regreso, Han mantuvo el puñal en una mano y el amuleto en la otra, con los sentidos alerta por si les tendían una emboscada.
Blevins levantó la vista cuando pasaron por la sala común.
—¿Ya ha terminado la cena? —dijo.
—¿Ha vuelto alguien más del banquete? —preguntó Han.
Blevins negó con la cabeza.
—Sois los primeros.
Subieron hasta el cuarto piso. Han cerró la puerta de lo alto de la escalera y volvió a comprobar sus barreras mágicas. Recorrió el pasillo hasta su habitación con suma cautela y abrió la puerta. No había nadie dentro. Se asomó a la ventana. Oyó las voces excitadas de los curiosos que aún estaban junto a los escombros de Mystwerk Hall.
Han dio media vuelta y vio a Bailarín en el umbral.
—Había alguien en la galería del otro lado del patio —explicó Han—. Ha lanzado un hechizo justo antes de que la galería se nos viniera encima.
—¿Estás seguro? —preguntó Bailarín—. El viento puede haber soltado una de las cornisas. Ha estado aullando todo el día.
—Quien lo ha hecho quería que pareciera que ha sido culpa del viento —dijo Han.
—¿No has visto quién era?
Han negó con la cabeza.
—Alguien alto, con toga de mago.
La luz del amuleto había iluminado brevemente el rostro del atacante, pero se había extinguido tan deprisa que no estaba seguro de quién era.
Aunque tenía sus sospechas. Fiona habría tenido tiempo de sobras para ponerse en posición. O Micah podría haber salido corriendo por la puerta principal a tiempo para aguardarlos cuando doblaran la esquina del edificio.
Aquella vez habían tenido suerte pero ¿quién sabía cuánto iba a durarles?
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La Princesa Desterrada
Phiêu lưuObsesionado con la muerte de su madre y de su hermana, Han Alister viaja hacia el sur para comenzar a recibir educación en Casa Mystwerk, en el Vado de Oden. Pero es imposible huir del peligro: los Bayar, la poderosa familia de magos, lo acechan int...