Cuando los sueños devienen pesadillas

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Han abrió los ojos y se encontró mirando al techo de su guarida en la biblioteca.
Se hallaba en el suelo de madera noble y supo de inmediato, por el entumecimiento de las articulaciones, que hacía horas que estaba tendido. Se frotó la cara. Tenía una barba incipiente. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Como de costumbre, había grandes lagunas de tiempo de las que no podía dar cuenta.
Dándose masaje en las sienes, intentó recordar qué había sucedido durante el último encuentro con Cuervo. Éste le había enseñado cómo llevar a otros magos al Aediion con él. Tras efectuar una demostración de la técnica le había hecho memorizar el hechizo.
Han se incorporó, aguardó a que la cabeza dejara de darle vueltas y luego se puso de pie. Algo crujió debajo de su chaqueta. Metió la mano y sacó varias hojas dobladas. Las desdobló con cuidado. Amarillentas y frágiles, parecían páginas arrancadas de uno de los libros antiguos de los pisos de arriba.
Una era un mapa con la tinta desvaída y manchas de agua. Un título ondulado encabezaba el dibujo: « Dama Gris» . Se puso en cuclillas. Dama Gris era una montaña del Valle donde se ubicaba la Casa del Consejo de Magos, así como los hogares de los magos más prominentes del Valle. Echó un vistazo al dibujo. En el mapa, el interior de la montaña era un laberinto de túneles con varias entradas bien destacadas.
En el reverso de la hoja había una nota garabateada con su propia caligrafía. Mantener oculto; guardar a buen recaudo. —H. Alister.
Le resultaba del todo ajena. ¿De dónde había salido? ¿Qué significaba?
¿Acaso el Aediion se estaba filtrando en la vida real?
Ojeó las demás páginas. Contenían hechizos escritos en un lenguaje tan arcaico que apenas lograba entenderlos. Al final había unas iniciales rotuladas con mucha floritura: HRMAW. Y un emblema: la serpiente, el báculo y la corona que había visto antes.
¿HRMAW?
Han se acercó a la ventana y se asomó. Los faroleros estaban encendiendo
las linternas que colgaban de los edificios de la academia. Lo cual significaba que se había perdido la cena. Se sentía débil, hambriento y completamente despojado de poder.
Pero aquello no tenía ningún sentido. Se había reunido con Cuervo después de cenar. Las farolas las habrían encendido hacía mucho rato. ¿El amuleto estaría cargado de tanto poder maligno como para hacer que enfermara?
Sudando, recogió sus libros y papeles y los metió sin miramientos en el macuto, poniendo las páginas antiguas encima de todo. Prefirió no utilizar la ruta larga que discurría por los tejados y arriesgarse a bajar por la escalera trasera hasta la planta baja de la biblioteca. El diplomado de la recepción levantó la vista de su libro de texto, perplejo.
—La biblioteca está cerrada, Alister. Creía que ya no quedaba nadie.
—Perdón —dijo Han—. Me he quedado dormido. —Se detuvo junto al mostrador—. ¿Qué día es hoy?
El diplomado sonrió.
—Deberías dejar de trabajar tan duro. Es domingo.
Domingo. Se había reunido con Cuervo el sábado por la noche. De modo que había perdido un día entero. Y ganado un mapa de Dama Gris; Y unos cuantos hechizos.
Y de pronto cayó en la cuenta de lo que estaba ocurriendo. Sin duda había sido un idiota.
Han se marchó a toda prisa sin despedirse siquiera del diplomado.
Cruzó el patio de Mystwerk a la carrera y subió la escalinata de Hampton Hall de dos en dos peldaños, confiando en que Bailarín estuviera allí. Pero la residencia parecía desierta. ¿Estaban todos cenando?
Se detuvo delante de su puerta, se agachó y recogió la cerilla que había puesto en el pestillo. Alguien había abierto la puerta de su habitación mientras él estaba fuera.
Han metió la mano debajo de la capa y la apoyó en el mango del puñal que seguía llevando consigo a todas partes. Su agotado amuleto de poco le serviría ahora mismo. Abrió la puerta con cuidado y echó un vistazo a la habitación. Nada fuera de su lugar. Nadie en el interior.
Entró, cerró la puerta, echó el cerrojo y volvió a mirarlo todo con más detenimiento. A primera vista no parecía que hubiesen tocado nada. Luego se fijó en que algunos objetos no estaban como los había dejado. Lo papeles que tenía encima del escritorio habían cambiado ligeramente de sitio. Abrió un cajón de la cómoda. Las lentejas que había dispuesto cuidadosamente en el raíl habían caído dentro del cajón. Alguien había tocado los polvos con los que había cubierto el pasador del baúl.
Durante las últimas semanas, Han había dejado de poner barreras mágicas con vistas a ahorrar poder para sus sesiones con Cuervo. Dos días antes, después de regresar a su habitación y encontrar abierta una ventana que debería estar cerrada, había tendido sus pequeñas trampas.
Se rascó el mentón. ¿Micah se arriesgaría, después de lo que les había ocurrido a sus primos? Sólo si hubiese encontrado algún encantamiento o talismán que desbaratara sus hechizos.
También era posible que Bailarín hubiese entrado a buscar algo.
Alguien llamó a la puerta y el corazón le dio un vuelco.
—¡Caza Solo! —gritó Bailarín desde el pasillo.
Han abrió la puerta de golpe y vio a Bailarín en el umbral, ataviado con la vestimenta formal de Mystwerk.
—¿Dónde te habías metido? —preguntó Bailarín—. La Cena de la Decana era esta noche. Abelard se ha molestado al ver que no asistías. Me ha dicho que te recordara que tienes que ir a su despacho el próximo miércoles a la siete, y que si no ya sabías a qué atenerte.
Ésa sería la « clase» sobre el Aediion.
Han renegó, se dejó caer en la cama y hundió la cara entre las manos, sintiéndose acosado.
Bailarín apoyó una mano en el hombro de Han.
—¿Te encuentras bien? ¿Estás enfermo?
Han negó con la cabeza.
—El problema es que no sé dónde he estado todo el día.
Le explicó lo que había ocurrido.
Bailarín meneó la cabeza, adoptando una expresión de « ya te lo advertí» .
—Creo que eres un idiota si vuelves a ir. No me importa si Cuervo te ha enseñado a convertir el estiércol en oro, eso no compensa que pierdas la cabeza. No me fío de él. Creo que está tramando algo.
—Tengo que regresar al Aediion el próximo miércoles, ¿recuerdas? Abelard insiste en que enseñe a sus protegidos a ir, o me expulsará.
Bailarín se echó el pelo hacia atrás.
—Me alegra no ser más que un cabezacobriza y pasar desapercibido.
—Cuervo piensa que no serán capaces de hacerlo con los amuletos que tienen. Me enseñó cómo llevarlos conmigo. —Han permaneció sentado en silencio un momento—. ¿Quieres oír mi teoría?
Bailarín se sentó en la silla del escritorio de Han, apoyando las manos en los brazos.
—Adelante.
—En un par de ocasiones Cuervo se ha deslizado en mi mente para demostrarme un hechizo o una técnica. No sé describirlo de otra manera.
—¿Se ha deslizado en tu cabeza? —Bailarín enarcó las cejas—. ¿Te ha poseído?
Dicho en voz alta, sonaba aún peor.
Han asintió, mirándose las manos.
—Ahora creo que lo está haciendo justo cuando cierro el portal para regresar. Creo que cruza conmigo. Y entonces se hace con el control. —Levantó la vista hacia Bailarín—. Una vez me encontré en el octavo piso de la Biblioteca Bayar sin saber cómo había llegado hasta allí. Esta noche tenía debajo de la camisa unos documentos que nunca había visto.
—¿Qué clase de documentos?
—Papeles y mapas antiguos. De la biblioteca, según parece.
Han sacó los extraños papeles de su macuto y los extendió sobre la cama.
Bailarín los miró por encima y meneó la cabeza.
—No vuelvas a ir —dijo—. Es la mejor solución.
—Pienso volver —dijo Han—. No permitiré que Cuervo me impida viajar al Aediion. No es su territorio. Pero tengo que encontrar la manera de impedir que se meta en mi mente.
—Lo que necesitas es un talismán —dijo Bailarín, estirando las piernas. Llevaba mallas y botas de clan debajo de la toga de mago—. Un talismán que te proteja contra la magia mental.
Han recordó lo que había dicho Mordra; que los clanes habían desarrollado talismanes contra la posesión, haciendo que esta táctica perdiera eficacia.
—¿Sabes dónde puedo encontrar uno? —preguntó Han, un tanto más esperanzado.
Bailarín negó con la cabeza.
—En casa, tal vez. Aquí tendré que investigar y hacerlo yo mismo. Hablaré con Firesmith.
Las esperanzas decayeron de nuevo.
—¿De verdad puedes hacerlo?
Bailarín se encogió de hombros.
—No lo he hecho nunca. Y no habrá manera de probarlo con antelación. — Echó la cabeza hacia atrás—. Por eso no tendrías que ir.
—Como he dicho, no tengo alternativa.
—¿Regresas pasado mañana?
Han asintió. Bailarín se puso de pie de un salto.
—Pues manos a la obra.
Han levantó la mano.
—Bailarín. Una cosa más. ¿Hoy has entrado en mi habitación?
Su amigo negó con la cabeza.
—No. Hasta ahora, no. ¿Por qué?
—Alguien ha estado aquí. Pensé que a lo mejor habías venido a buscar algo. Bailarín negó con la cabeza.
—A lo mejor estabas aquí y no lo sabías —dijo, poniendo los ojos en blanco.
—¿Has visto a alguien merodeando? ¿A los Bayar?
Bailarín negó con la cabeza.
—Estaban en la Cena de la Decana. Ha sido la primera vez que los he visto en todo el día. He estado con Gata hasta que he venido a cambiarme.
—¿Estabas con Gata? —preguntó Han, sorprendido. ¿Desde cuándo se veían por voluntad propia?
Bailarín asintió.
—Dice que a lo mejor abandona la academia.
Lanzó una mirada a Han. No exactamente acusadora, pero casi.
Han le sostuvo la mirada.
—¿Por qué?
—¿Por qué no se lo preguntas a ella? —dijo Bailarín, lanzándole una clara indirecta.
—Vayamos a verla ahora mismo —dijo Han, sintiéndose culpable.
—Ve tú —replicó Bailarín—. Yo tengo que investigar lo de tu talismán.
Pero cuando Han fue a la Escuela del Templo, Gata no estaba allí. 

La Princesa DesterradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora