Los Lobos Grises tardaron más de una semana en llegar a la frontera del Reino de Tamron. La maraña de arroyos de los Álamos finalmente se unía para formar el ancho y perezoso Tamron. El río serpenteaba hacia el sur, envolviendo islas y barras de arena como si en realidad le trajera sin cuidado llegar alguna vez al lugar al que se dirigía.
Los marismeños surcaban las aguas a su antojo, impulsando sus balsas y botes con pértigas, pues apenas había corriente la que bregar. Los Lobos viajaban mayormente de noche, manteniéndose bien apartados de las orillas y dando amplios rodeos en torno a los pueblos de los marismeños. Después de la experiencia en Rivertown, no sabían cómo serían recibidos.
Cruzaron la frontera una noche, cuando la luna ya se había puesto. No tenían por qué tomarse tantas molestias. El fuerte que se cernía sobre el camino del río en la ribera de Tamron estaba abandonado, ocupado sólo por gatos monteses y ejércitos de ratones que convivían amigablemente. El patio del establo estaba cuajado de zarzas y malas hierbas. Parte de la mampostería había sido desguazada para aprovecharla en otras construcciones.
—Tamron debe de haber enviado sus ejércitos al sur y al este para reforzar la frontera con Arden —dijo Amon, dando un puntapié a un cubo oxidado que había en la hierba—. Parece que no les preocupan demasiado los marismeños.
Esa noche durmieron cobijados en las ruinas del castillo. Amon indicó a Raisa un rincón de lo que sin duda había sido el casino de oficiales y él se acostó con su petate junto a la puerta. Los demás Lobos buscaron sitios donde dormir en el patio.
Raisa veía las estrellas por las aberturas que dejaba la madera podrida del techo. Daba gusto estar rodeada de recios muros después de su experiencia en los Álamos, sin embargo no paraba de dar vueltas en el lecho, incapaz de dormir. Una vez más, puso en entredicho su decisión de abandonar los Páramos. La añoranza era como una piedra fría debajo del esternón.
Las montañas la reclamaban, todas las reinas muertas en sus tumbas de piedra. « Raisa» , susurraban. « Raisa ana’Marianna ana’Lissa y todas las demás ana’s hasta Hanalea. Vuelve a casa» .
« Me niego a cooperar en la nueva esclavización de la dinastía Lobo Gris» , pensó.
Finalmente se levantó, fue hasta la entrada y se plantó al lado de Amon Byrne, que yacía acurrucado en su manta. Amon se volvió boca arriba y abrió los ojos.
—¿Qué sucede? —susurró—. ¿Por qué estás levantada?
—¿Por qué nunca puedo acercarme a ti? —inquirió Raisa.
Amon se incorporó y se frotó los ojos con los pulpejos de las manos.
—¿Por qué no lo intentas de día?
Raisa dio un resoplido.
—Si no puedo hacerlo cuando duermes como un tronco, ¿cómo quieres que espere poder hacerlo cuando te hallas despierto?
—Sólo digo que sería más conveniente de día —dijo Amon, bostezando.
« Oh, claro» . Raisa metió las manos en los bolsillos.
—Perdona. No tenía intención de despertarte. Es sólo que no puedo dormir.
Se miró los pies enfundados en gruesos calcetines de lana que apenas necesitaba en aquel extraño clima sureño.
—Hummm. —Amon se pasó la mano por el pelo enmarañado—. Ven.
Siéntate —dijo, dando palmaditas sobre un banco de piedra que había junto a la puerta. Raisa se sentó. Amon salió de bajo las mantas; sólo llevaba pantalones de montar, se sentó a su lado.
Raisa tomó una mano de Amon entre las suyas y apoyó la cabeza en su hombro. Recorrió las venas del dorso de la mano de Amon con el índice. Las manos de Amon eran grandes, con los dedos firmes, capaces. Raisa adoraba esas manos.
Una voz le susurró en la cabeza: « Me apoyaré en Amon Byrne el resto de mi vida» .
Tras un breve silencio, Amon dijo:
—Por si sirve de algo, creo que tomaste la decisión correcta. Marchándote de los Páramos, quiero decir.
Raisa lo miró pestañeando.
—¿Cómo has sabido que es eso lo que me preocupa?
—Por pura casualidad —dijo Amon, mirando hacia otro lado y encogiéndose de hombros—. Tú no eres de las que huyen de un combate, y sabes defenderte de casi cualquiera en igualdad de condiciones; Ahora bien, ¿cómo vas a enfrentarte a tu madre y al Gran Mago a la vez?
—Pero mi madre es la reina —dijo Raisa—. ¿Cómo puedo contar con que los demás se arrodillen ante mí, si me rebelo contra mi señora? ¿Cómo va a confiar mi pueblo en mí si huyo?
Amon bajó la vista a sus manos entrelazadas. Por una vez no retiró la suya.
—Tú eliges una batalla que puedes ganar y eliges el momento y el lugar para hacerlo. No permitas que lo elija el enemigo.
—¿Eso es lo que os enseñan en Casa Wien?
—Es lo que dice mi padre. Los Bayar no se habrían arriesgado a forzar este matrimonio y enfurecer a los clanes si no estuvieran seguros del resultado.
Raisa suspiró. De un modo u otro, en la solitaria oscuridad de aquel otoño tan peculiar, lo que había ocurrido en el Castillo de Fellsmarch el día de su onomástica parecía un farragoso melodrama protagonizado por otra persona.
—A lo mejor se equivocan. Los Bayar, quiero decir.
—Sí, a lo mejor —dijo Amon, en tono poco convincente, dando a entender que lo dudaba.
—A veces la reina se opone a lord Bayar —insistió Raisa, que por alguna razón sentía el impulso de defender a su madre—. Tal vez se trate más de una cuestión de influencia que de control.
—Tal vez. Aun así, estarías casada con Micah Bayar si te hubieses quedado.
Micah. Raisa levantó la vista a las estrellas, tratando de disipar el recuerdo del rostro de Micah, de los besos que habían crepitado a través de ella como llamas en un papel.
—Hablemos de lo que ocurrirá cuando lleguemos a Vado de Oden —dijo Raisa, con repentinas ganas de cambiar de tema.
—Me figuro que no has reconsiderado la idea de ir a la Escuela del Templo —dijo Amon con escasas esperanzas.
Raisa suspiró.
—Menos el tiempo que estuve en el Campamento Demonai, he estudiado arte, música y lenguas toda mi vida. Necesito aprender algo diferente. —Miró a Amon a la cara, deseosa de que la entendiera—. Ir a Vado de Oden es arriesgado, pero también una oportunidad. Ninguna reina Lobo Gris ha estudiado allí, al menos recientemente. Aprenderé cosas que mi madre no me puede enseñar. El reino se encuentra en estado de sitio, y se nos está acabando el tiempo.
Raisa de repente se dio cuenta de que estaba apretando la mano de Amon con mucha fuerza, y aflojó un poco el apretón.
Amon la miró de soslayo.
—¿Por lo que ocurrió con los Bayar?
Raisa negó con la cabeza.
—No son sólo ellos. Es como si me fueran quitando el suelo que piso. —Se rió con amargura—. Parezco mi madre, la reina melancólica. Ahora bien, a diferencia de ella, no estoy dispuesta a canjear soberanía por protección. —Hizo una pausa—. El problema con el don de la profecía es que nunca estás segura de si tus visiones son ciertas o si sólo estás de capa caída.
» Lord Bayar lleva razón en una cosa: nos atacarán por el sur en cuanto los Montaigne dejen de luchar entre sí. Nunca seré soldado, pero necesito saber más sobre diplomacia, política y estrategia militar. Tengo que conocer mejor a mis enemigos.
—O sea que quieres ir a Casa Wien.
Raisa asintió.
La luna se liberó de un velo de nubes y su luz bañó las ruinas.
—Micah y Fiona Bayar estarán en Casa Mystwerk como alumnos de primer año —dijo Amon, enarcando una ceja—. Y los Mander también.
Raisa suspiró.
—Supongo que me toparé con ellos tarde o temprano.
—Tal vez será tarde, si tenemos suerte. —Amon se rascó la nariz—. Una ventaja de Casa Wien es que está en la otra orilla del río que Mystwerk. Los guerreros, ingenieros y contables, las artes prácticas, estudian en ese lado del río. Los magos, sanadores y artistas del templo lo hacen en el otro lado. No suelen mezclarse mucho entre sí.
—¿En serio? —dijo Raisa sorprendida—. ¿Por qué no?
Amon sonrió, y sus dientes blancos resplandecieron en contraste con su piel bronceada.
—Cualquier mago novato con toga roja que se aventure por la ribera de Casa Wien tiene muchas probabilidades de ser arrojado al río. En nuestra orilla la mayoría son sureños, y no les interesa nada que tenga que ver con la magia.
—¿No se lo piensan dos veces antes de meterse con un mago? —preguntó Raisa.
—Sería lo lógico —respondió Amon, asintiendo—. Pero hay normas muy estrictas sobre los ataques con magia dentro de la academia. Cualquier clase de agresión, en realidad. Habrás oído hablar de la Paz de Vado de Oden, supongo.
Raisa asintió.
—Resulta asombroso que logren hacerla respetar. Y dado que la escuela está entre Arden y Tamron, me sorprende que nadie haya intentado hacerse con ella.
—Tanto a Arden como a Tamron les encantaría adueñarse de la academia, con todas sus riquezas y conocimientos —dijo Amon—. Arden no aprueba las enseñanzas de Mystwerk porque forma magos. La Iglesia de Malthus quiere cerrar Mystwerk, y ya han intentado invadirla alguna vez. Pero el cuerpo docente y los estudiantes luchan por defenderla. Allí están los magos más poderosos, los mejores militares e ingenieros de los Siete Reinos. Nadie se ha metido con ellos en mucho tiempo.
Raisa aguardó con interés, pero Amon parecía resuelto a abreviar.
—¿Crees que ingresar en Casa Wien será un problema? —preguntó Raisa.
—Mi padre me dijo que había escrito cartas de recomendación a los directores de la Escuela del Templo y de Casa Wien. Pasó un tiempo enseñando en Casa Wien, así que tiene cierta influencia. —Amon hizo una pausa, como ponderando si debía proseguir—. Aunque el director de Casa Wien es Taim Askell, y tiene un carácter difícil.
—¿Difícil? ¿Por qué?
—Aguardemos a ver qué pasa —dijo Amon—. No quiero invocar un problema que tal vez no se presente. —Miró al cielo—. ¿Pero me prometes que irás a la Escuela del Templo si no puedes ingresar en Casa Wien?
—Aguardemos a ver qué pasa —repitió Raisa.
« Entraré —se dijo a sí misma—. No pienso perder el tiempo en Vado de Oden» .
—Si te reconocen, quizá tengas que marcharte de inmediato —dijo Amon, apretándole la mano.
Raisa asintió.
—Lo entiendo. Pero no se me ocurre un lugar más seguro al que ir. Arden, no. Tamron sería una posibilidad, supongo —dijo, pensando en Liam Tomlin.
—¿Y por qué no más al sur? ¿A Bruinswallow o We’enhaven? —inquirió Amon.
—Para empezar, fuiste tú quien sugirió Vado de Oden —dijo Raisa—. Además, no conozco a nadie en Bruinswallow ni en We’enhaven. Ése es mi gran problema. No he estado en ninguna parte, no conozco a nadie fuera de mi propio reino excepto a las personas que acudieron a la fiesta del día de mi onomástica. —Hizo una pausa, pero Amon no sonrió—. Soy incapaz de someterme al control de otra persona. Y quiero estar lo bastante cerca como para enviar un mensaje a mi madre.
Amon entrecerró los ojos.
—Supongo que no lo dices en serio, Rai. Es demasiado peligroso.
—Es preciso que sepa que estoy viva —insistió Raisa—. Y que la sigo queriendo y que regresaré. No quiero que tenga la menor duda sobre eso.
—¿Cómo tienes planeado enviar un mensaje de manera que no se descubra directamente tu paradero? —preguntó Amon—. Aquí estoy yo, preocupándome de que no te tropieces con Micah, y tú entretanto haciendo planes para ponerte en pie y hacerle señas a lord Bayar, diciéndole: ¡aquí estoy!
—No voy a escribir a lord Bayar —gruñó Raisa.
—Viene a ser lo mismo —replicó Amon—. Además, debido a la guerra no es precisamente fácil enviar un mensaje de Vado de Oden a los Páramos.
—¡No sé cómo lo haré! —espetó Raisa—. ¿Por qué siempre es tan peligroso todo lo que me propongo hacer? Todo lo que merece la pena, al menos. A veces hay que correr riesgos.
Amon masculló algo entre dientes.
—¿Qué has dicho, cabo? —inquirió Raisa—. No te he oído bien. —Amon apretó la mandíbula y miró fijamente al frente, juntando las cejas—. ¿Qué? — insistió Raisa.
—He dicho, Vuestra Alteza, que la diferencia entre tú y yo es que si te haces matar, no tienes que culparte cada día del resto de tu vida.
Raisa notó el calor de sus mejillas al ruborizarse.
—¿De verdad piensas que alguien se propone matarme? —dijo a media voz —. Si me reconocen y capturan, ¿no es más probable que me hagan regresar a los Páramos para que me case con Micah? —Se encogió de hombros—. Si ocurre eso, ya me las arreglaré. Mientras siga viva, encontraré la manera. Una cosa te prometo: nunca seré una reina cautiva.
Amon levantó la vista al cielo y la luz plateada de la luna le pintó el rostro, el pecho y los brazos. Parecía que estuviera debatiendo si debía hablar.
—Antes has mencionado una profecía —dijo Amon finalmente—. No logro quitarme de encima la sensación de que estás arriesgando algo más que un mal matrimonio. —Carraspeó e hizo un ademán señalando el camastro de Raisa—. Más vale que duermas un poco, Alteza. Mañana nos espera un largo camino.
Comparado con los Páramos, donde buena parte de la tierra era demasiado rocosa y empinada para cultivarla, todo Tamron parecía domado y cultivado. Grandes plantaciones de frutales se extendían hasta el río, y las ramas de los árboles se vencían cargadas de melocotones, manzanas y extrañas frutas naranjas y amarillas que hacían que Raisa arrugara los labios al morderlas.
Campos de trigo, alubias, maíz y calabazas circundaban grandes casas solariegas, y estaban tachonados de cabañas para los campesinos que labraban los campos. Las casas eran prósperas, elegantes edificios con ventanas hasta el suelo, y era evidente que no se habían construido pensando en defenderlas. Tamron vivía en paz hasta donde alcanzaba la memoria.
Costaba creer que se estuviera librando una guerra tan sólo a unos cientos de kilómetros al este.
Amon se relajó ostensiblemente una vez que hubieron cruzado la frontera, volviéndose casi hablador para ser un Byrne. Había poco que cazar, de modo que adquirían provisiones en los mercados de los pueblos que encontraban por el camino. Amon siempre se aseguraba de que pagaran un precio justo por todo.
Raisa recuperó un poco de peso sin que fuera preciso insistirle para que devorase la nutritiva y sabrosa comida sureña. Lo que ganó fue mayormente musculatura puesto que seguían entrenando a diario. Raisa practicaba regularmente con su nueva vara y la encontraba sorprendentemente eficaz, incluso contra una espada. Su manejo del hierro también iba mejorando, aunque nunca llegaría a ser una campeona, a causa de su estatura.
Mientras seguían el río Tamron hacia el sur, cayó en la cuenta de cómo la geografía, el clima y el terreno condicionaban la economía de las naciones, con sus pros y sus contras.
Las industrias que prosperaban en el norte se nutrían de materiales fáciles de conseguir: piedras preciosas, oro y plata, lana, pieles y cuero. El Valle era la única extensión de tierra cultivable.
Por consiguiente, comprando y vendiendo artículos producidos por ellos mismos o por otros, los clanes se habían convertido en maestros del comercio. Pero eso volvía vulnerables los Páramos en tiempos de guerra, al interrumpirse el comercio. Resultaba difícil mantener alimentado al pueblo.
Cuando los Siete Reinos se unieron, los bienes, el dinero y las personas circulaban libremente entre ellos, haciendo que el todo fuese más fuerte que cada una de sus partes constituyentes.
Viajando a través de Tamron, Raisa pensaba en el príncipe Liam Tomlin, heredero del trono de Tamron, que había asistido a la fiesta de su onomástica. Hacía sólo dos meses pero parecía que hubiese transcurrido toda una vida desde que su flirteo en el Gran Salón se viera interrumpido por Micah Bayar. ¿Qué habría sucedido si Micah no se la hubiese llevado a lo que pretendía que fuese una boda clandestina?
Liam había manifestado que buscaba una novia rica. Tras lo poco que había visto de Tamron, Raisa comenzaba a darse cuenta de que el heredero de aquel reino pondría mucho sobre la mesa. Ella no tenía ningún interés en renunciar a su reino pero « ¿cómo resultaría —pensó—, casar los intereses de los Páramos con los de Tamron?» . Antes del Quebrantamiento habían estado unidos como dos de los Siete Reinos gobernados por las reinas Lobo Gris.
Raisa estaba resuelta a hacerse con el control de su futuro matrimonial, a llevar a cabo sus propios planes. Había una gran diferencia entre casarse por el bien de los Páramos y convertirse en instrumento de ambiciones ajenas a ella.
A medida que se aproximaban a Vado de Oden había más tráfico en el camino; carros que transportaban productos alimenticios, grano, incluso cerdos y pollos a los mercados. También había estudiantes y, entre éstos, la variedad era increíble. Algunos iban en grandes carruajes, con escolta de hombres armados, sirvientes y carros de equipaje.
—Alumnos de primer año —dijo Amon, sonriendo—. Novatos. Van a llevarse una buena sorpresa. No en vano llaman « el gran nivelador» a Vado de Oden. Todo el mundo dispone del mismo espacio: una cama con un cajón debajo. Tendrán que enviar la mayor parte de sus cosas de vuelta a casa o buscar un almacén fuera de la academia.
Algunos estudiantes iban a caballo, solos o en grupo, en monturas que iban de purasangres a percherones, de saludables a aquejados de garbanzuelo. Otros iban a pie, con mochila y zapatos desgastados por la caminata. Pasaban carros de alquiler en cuyas cajas traseras los estudiantes daban bandazos a causa del traqueteo, cerrando los ojos para protegerlos del polvo.
Las posadas del camino estaban atestadas de gente. Cuando conseguían encontrar mesa para cenar, los rodeaban académicos de todos los rincones de los Siete Reinos, incluso de Bruinswallow, We’enhaven y las islas. El clamor de idiomas diferentes hacía que Raisa aguzara el oído para poner a prueba sus conocimientos, pero aquellas gentes hablaban mucho más deprisa que sus tutores.
Los Lobos Grises tropezaron con amigos a lo largo del camino; otros cadetes que regresaban a Casa Wien. Como cadete novata, Raisa despertaba un considerable interés. Varios muchachos entablaron conversación con ella. Un soldado de Tamron resultó especialmente insistente, prodigándole cervezas y halagos, hasta que la implacable mirada de Amon lo ahuyentó.
—Parecía majo —dijo Raisa, observando cómo se batía en presurosa retirada.
—Lo conozco —dijo Amon sin rodeos—. Y no lo es.
Las tiendas de las aldeas y los vendedores ambulantes exhibían artículos que los estudiantes podían necesitar: papel de muchos colores, plumas y arena secante; enciclopedias de varios centímetros de grosor encuadernadas en cuero que los vendedores aseguraban que contenían todos los conocimientos.
Un tendero se cernía sobre un estante de gafas para los ojos cansados tras muchas horas de estudio. Otro ofrecía tarros de pigmentos, rollos de papel y lienzo, pinceles de todas las medidas, bloques de madera y pequeños buriles para tallar imágenes para imprimir.
Ya casi anochecía cuando coronaron un pequeño promontorio y la academia apareció ante ellos. Desde aquella distancia, podría haber sido una fortaleza dividida en dos por el río Tamron, protegida por altas murallas de piedra. Chapiteles de templos, cúpulas doradas y tejados sobresalían de la muralla, reluciendo bajo el sol poniente como la espléndida cobertura de un pastel de piedra.
El tráfico había disminuido. Los estudiantes más espabilados habían llegado antes de la hora de la cena y sin duda ya estaban sentados a la mesa. Como haciendo honor a este pensamiento, la barriga de Raisa gruñó sonoramente.
Amon frenó con dificultad. Su caballo, Vagabond, tenía ganas de seguir adelante, como si ya oliera la cena que le aguardaba en el establo.
Raisa estaba menos segura del recibimiento de que sería objeto como acompañante inesperada. Confiaba en poder darse un buen baño caliente. Ella y Switcher olían de manera muy semejante. Si alguna vez había deseado impresionar a Amon Byrne con sus recién adquiridos belleza y glamour, tal ocasión había pasado a la historia. Amon la había visto en toda su fealdad.
Amon, por supuesto, parecía bien adaptado a la vida en el camino. Vivir a la intemperie le confería una pátina de dureza que, en todo caso, lo hacía más atractivo, incluso sin afeitar.
—Se está haciendo tarde —dijo Raisa, instando a Switcher a acercarse a Vagabond—. Tal vez deberíamos buscar una posada y presentarnos en Casa Wien por la mañana.
—Hoy tendremos que dormir en la residencia de estudiantes —dijo Amon—. Las posadas estarán llenas porque el curso comienza dentro de pocos días. Hemos llegado de noche adrede; es menos probable que nos topemos con algún conocido fuera de la puerta o en la ribera donde está Mystwerk.
—Sabes que tarde o temprano me reconocerán —dijo Raisa, hablando en voz baja para que los demás no la oyeran—. Tendremos que hacernos a la idea.
—Cuanto más tarde, mejor —refunfuñó Amon. Contemplaba la ciudad, acariciando el cuello de su caballo—. Todo irá sobre ruedas mientras nadie sepa quién eres. En cuanto se enteren, será imposible protegerte.
—La mayoría de mis súbditos no me ha visto nunca de cerca. —Sonrió con cierta sorna—. Y quienes lo han hecho no me reconocerían sin una tiara en la cabeza.
Amon no correspondió a su sonrisa. Se volvió en la silla para dirigirse a los demás.
—Quedaos aquí y que los caballos descansen. Yo bajo a comprobar que todo esté en orden.
Sin aguardar respuesta, hincó los talones en los ijares de Vagabond y emprendió el descenso al valle.
Amon estuvo fuera dos horas. Cuando regresó, su expresión era más bien sombría y resignada.
—Todo va bien —anunció, contradiciendo lo que traslucía su porte—. He hablado con el maestro Askell y tenemos alojamiento en la residencia de estudiantes para esta noche. Nos vamos.
Mientras descendían la larga colina hasta el río, Raisa se aproximó a Amon.
—¿Qué está pasando? —preguntó—. ¿Qué ha dicho el maestro Askell?
—Quiere reunirse contigo —dijo Amon, frotándose la nuca.
—Eso es bueno, ¿no?
—Depende.
No entraron en la academia por la puerta principal sino que la circundaron hasta la abertura del lado sur. Dos cadetes les hicieron pasar y la cerraron a sus espaldas.
Switcher seguía a Vagabond sin apenas requerir indicaciones de Raisa, que así pudo dedicarse a contemplar el recinto de la academia.
La escuela presentaba el tamaño de una ciudad pequeña, pero tenía más espacio verde que cualquier ciudad que Raisa hubiese visitado. Antiguos edificios de piedra salpicaban el césped, conectados por galerías cubiertas con el pavimento de ladrillos y plantas que florecían de noche enroscadas a las columnas. La embriagadora fragancia se derramaba sobre ellos, empujada por una brisa tibia y húmeda. Las luces resplandecían en las cocinas y los comedores. Casi todos los estudiantes todavía estaban cenando, si bien unos pocos habían iniciado el paseo de regreso a sus residencias, charlando y llamando a sus amigos en todas las lenguas de los Siete Reinos. Los restantes enfilaban la calle principal hacia el río, libres de tener que hacer deberes dado que las clases no habían comenzado.
—¿Qué son estos edificios? —preguntó Raisa, señalando.
—Ésta es la orilla de Mystwerk —explicó Amon. Indicó una construcción de piedra con elaborados ornamentos que ocupaba más de una hectárea—. Eso es Mystwerk Hall, la parte más antigua de la academia. Supuestamente la academia se fundó cuando un mago construyó una cabaña en la ribera y comenzó a aceptar aprendices.
Raisa estudió Mystwerk Hall, inclinando la cabeza hacia atrás para ver la mole del campanario. ¿Estaría Micah Bayar en algún lugar de su interior?
¿Cuánto tiempo la había aguardado Micah en la Muralla Occidental? ¿Había renunciado a sus planes de venir a Vado de Oden en busca de ella?
Cruzaron junto a intrincados herbarios tapizados de flores, unas conocidas, otras no.
—Éstos son los jardines de los sanadores —dijo Amon, al advertir el interés de Raisa—. Aquí vienen gentes de todas partes a formarse como sanadores y también a tratarse enfermedades.
Más adelante, un puente de piedra trazaba un arco muy alto sobre el río, flanqueado de tiendas y tenderetes, en su mayoría cerrados por la noche. Las tabernas seguían abiertas, y grupos de estudiantes se congregaban en la calle.
—El puente y las tiendas de la Calle del Puente son una especie de zona fronteriza donde se mezclan estudiantes de ambas orillas —dijo Amon. Señaló a Raisa con la mano enguantada—. O sea que tú ni debes acercarte a la Calle del Puente.
Amon los condujo a través del puente. De una taberna salieron voces a la quietud de la noche, seguidas por dos estudiantes enzarzados en un combate de lucha libre. Uno llevaba uniforme de color pardo, el otro, una toga roja de mago. Más estudiantes salieron de la taberna y formaron un arco iris con los colores de las escuelas.
—Será una desavenencia filosófica cualquiera —observó Amon, poniendo cuidado en rodear la turba.
—¿Qué hay de la famosa paz? —preguntó Raisa.
Amon se rió.
—La guardia del rector se encarga de las peleas entre estudiantes. —Señaló hacia tres hombres de aspecto serio con uniforme gris que se acercaban a grandes zancadas por la calle, dirigiéndose hacia los estudiantes que luchaban—. Hay muchos por aquí, sobre todo por la noche, y si te pillan te llevan ante el rector —dijo Amon—. Si eres reincidente o has cometido una infracción grave te expulsan de la academia, y no hay apelación que valga. Por lo general, los estudiantes procuran resolver sus diferencias entre ellos.
Llegaron al otro lado del puente y bajaron a las calles de la orilla de Casa Wien. Allí los edificios eran de construcción más reciente, aunque seguían teniendo cientos de años de antigüedad y eran de la misma piedra gris que sin duda procedía de una cantera cercana. Las residencias de estudiantes eran más sobrias, más utilitarias. No obstante, su arquitectura presentaba una austera belleza muy del agrado de Raisa.
La academia de guerreros estaba instalada en un complejo de construcciones, una ciudadela con plaza de armas, fundiciones, residencias, establos, edificios de aulas y pastos para las monturas.
—Todos los estudiantes dejan sus caballos ahí —dijo Amon—. Tanto si están en Casa Wien como en otras escuelas.
Pasaron junto a varias construcciones largas y bajas que, a juzgar por el olor, debían de ser los establos. Se detuvieron delante de uno de ellos y desmontaron. Raisa quitó la silla a Switcher, la ató y almohazó. Un cadete los condujo a una hilera de compartimentos. Se aseguraron de que abrevaran y dieran grano a sus monturas antes de echarse las alforjas al hombro y dirigirse a un gran edificio de piedra. Sobre el umbral aparecía grabado CASA WIEN.
En la entrada había un portero sentado a una mesa con un gran libro de registro delante de él.
—Amon Byrne se presenta con su compañía de los Páramos —dijo Amon—.
Antes he hablado con el maestro Askell.
El portero asintió.
—Bienvenido de nuevo, comandante. El maestro Askell dice que se alojen en Grindell Hall. Todos ustedes —puntualizó el portero, hablando en voz baja a Amon.
¿Comandante? La mente agotada de Raisa no podía lidiar con aquello. Por eso se dedicó a repasar despreocupadamente los nombres y fechas grabados a ambos lados de la entrada: una lista de comandantes de clase que se remontaba al Quebrantamiento. Se fijó en un nombre que conocía y lo leyó con más detenimiento. El apellido Byrne aparecía a intervalos regulares a lo largo de los últimos mil años. Las fechas más recientes correspondían a Edon Byrne, el padre de Amon. Y a Amon Byrne.
Notó la presencia de Amon detrás de ella, como un hormigueo entre los omóplatos.
—Hay muchos Byrne ahí arriba —dijo Raisa, señalando.
—Es una especie de tradición. —Le cogió las alforjas y se las pasó a Mick—.
Vosotros id a instalaros en Grindell —ordenó—. Coged ropa de cama para Morley y para mí, y dejad las cosas de Morley en el tercer piso. Talbot y Abbott, dormís con Morley. Cuando tengáis las camas hechas y el equipaje guardado, id al comedor. No nos esperéis.
Se volvió hacia Raisa.
—Tú ven conmigo, Morley. El maestro Askell nos espera.
« ¿Tenemos que ir a verlo ahora?» , pensó Raisa. El cansancio había superado al hambre, y se moría de ganas de meterse en la cama. En voz alta, dijo:
—Contaba con poder darme un baño antes de verle. ¿Al menos podría lavarme la cara?
—Más vale que seamos puntuales —dijo Amon—. Le preocupará más tu aspecto si se aviene a aceptarte.
Los demás Lobos cogieron mantas y sábanas de un pequeño almacén y salieron del edificio por una puerta lateral. Raisa y Amon subieron pisando fuerte la escalera de piedra hasta el tercer piso. Amon llamó a una gruesa puerta de madera.
—Adelante —dijo una voz grave.
Taim Askell estaba de pie delante de su escritorio cuando entraron. Era alto, quizás un poco más alto que Amon, pero seguramente pesaba una vez y media más que él. Su musculosa corpulencia colmaba la habitación pese a que el despacho era de buen tamaño. Tenía el rostro surcado de arrugas por largos años de sol e inclemencias, y las patas de gallo indicaban que había sonreído en algún momento del pasado. Ahora no sonreía.
Su toga doblada descansaba sobre el respaldo de una silla; por lo demás, la habitación estaba ordenada y despejada, con cada cosa en su sitio salvo una serie de papeles esparcidos encima del escritorio.
Las estanterías de libros forraban las paredes, llenas de volúmenes encuadernados en cuero negro con estampaciones de oro en los lomos, historias de campañas militares. Un mapa de los Siete Reinos cubría la pared enfrentada a la puerta, y un mapa enmarcado de Carthis en tinta sepia ocupaba un lugar destacado detrás de su escritorio.
—Maestro Askell —dijo Amon en lengua Común, golpeándose el corazón con el puño a modo de saludo—. El comandante Byrne se presenta como se le ordenó, con la aspirante Rebecca Morley, señor.
Raisa imitó el saludo de Amon, preguntándose cuánto sabía el maestro Askell.
—Descansen, comandante y…, candidata Morley —dijo el director Askell en lengua Común con acento de Arden—. Siéntense —agregó, indicando dos sillas de respaldo recto. Fue más una orden que una invitación.
Raisa se sentó muy recta en el borde del asiento y apoyó las manos en los muslos. Procuraba parecer más alta y robusta de lo que era. Más merecedora de ser admitida.
Askell no se sentó. En vez de hacer eso se irguió imponente ante ellos dos como el Quebrantador en el Día del Juicio. Como si no tuviera intención de dedicarles más de cinco minutos de su tiempo.
—Les aseguro que esto será breve —dijo el maestro Askell, corroborando la primera impresión de Raisa—. He adoptado la costumbre de interrogar a todos los aspirantes que quieren ser admitidos en Casa Wien, sobre todo a los que solicitan privilegios especiales.
—¿Privilegios especiales, señor? —Raisa miró a Amon, que miraba al vacío moviendo un músculo de la mandíbula—. No estoy segura de a qué os referís, señor.
Raisa prefirió pecar por exceso y no por defecto en lo de decir señor.
—¿Qué es lo que espera exactamente de nosotros, Morley? —preguntó Askell, cruzando los brazos.
Su tono hostil instó a Raisa a hablar.
—Yo diría que mis expectativas son similares a las de los demás cadetes, señor Cuento con sacar provecho de mis estudios con el cuerpo docente de Casa Wien, así como del trato con la gran diversidad de estudiantes de la academia.
—¿De verdad? —Askell ladeó la cabeza—. ¿Y cómo, exactamente, beneficiará a Casa Wien su presencia aquí? ¿Y al mundo en general?
Raisa lo miró pestañeando, su mente cansada fue demasiado lenta en contestar.
—Pues…
Askell siguió avanzando demoledor.
—El comandante Byrne me dice que procede de la nobleza, que aun siendo mujer es la heredera de su linaje, según es… costumbre en el norte —dijo Askell.
Viendo su expresión, Raisa dedujo que no aprobaba tal costumbre.
—Atraemos a muchos aspirantes de familias nobles. Muchos más de los que podemos hospedar. Algunas familias ven la carrera militar como el medio para reforzar el carácter o corregir ciertas deficiencias físicas. Otras la ven como un modo de deshacerse de hijos descarriados o de hijas poco prometedoras.
Aun agotada como estaba, la actitud de Askell avivó el genio de Raisa.
—Os aseguro, director Askell, que mis padres no me enviaron aquí por ninguna de esas razones, señor —declaró fríamente.
Askell enarcó una ceja.
—Eso parece. Viene sin una carta de presentación de sus padres, cosa bastante inusual. Así pues, tal vez se fugó para alistarse en el ejército. A lo mejor ve esto como una manera de rebelarse contra ellos.
—No me escapé para alistarme en el ejército, señor —dijo Raisa—. Estoy aquí porque busco una educación que me prepare para cumplir con mis obligaciones con mi familia y con los Páramos.
—Lo que sí tenemos es una carta de recomendación de nuestro ex alumno Edon Byrne. —Askell hizo una pausa, como si esperase que Raisa hiciera algún comentario, pero ella no dijo nada—. Y su propio comandante ha solicitado un alojamiento especial para usted. Esto suscita inmediata inquietud. Por lo general, los candidatos aguardan a ser admitidos para solicitar un trato preferente. ¿De verdad piensa que Casa Wien es un buen lugar para usted?
—Maestro Askell, quizá yo… —comenzó Amon, pero el director negó con la cabeza.
—He preguntado a Morley, comandante —dijo Askell sin apartar los ojos de Raisa—. Debo asegurarme de que su presencia aquí no sea una distracción que afecte negativamente a la educación de los demás cadetes. Tenemos una responsabilidad para con ellos, así como con usted. Nuestros estudiantes se organizan en grupos cohesionados. Los casos de favoritismo atentan contra eso.
Raisa miró a Askell de hito en hito.
—Tengo curiosidad, señor, acerca del alojamiento que el comandante Byrne ha solicitado en mi nombre —dijo—, puesto que ha decidido no decirme nada al respecto.
Durante un largo momento, Askell no respondió, como si lo dicho por Raisa no fuese lo que había esperado. El director se dirigió indignado al aparador, cogió una tetera y la puso a calentar en el hogar.
Dio media vuelta y se apoyó en la repisa de la chimenea.
—El comandante Byrne ha solicitado que todos los cadetes de los Páramos que están bajo su mando, y eso la incluye a usted, se alojen juntos en Grindell Hall, cuando nuestra política es mezclar cadetes de los distintos reinos tanto en las residencias como en las aulas. También se sale de lo común que los alumnos de primer grado como usted se alojen con los de cuarto grado como el comandante.
» Por si esto fuera poco, también ha pedido que le preparemos un protocolo de estudios a medida, protocolo que cruza los límites de las escuelas para combinar ciencia militar, riguroso entrenamiento físico, geografía, diplomacia, historia y finanzas. De hecho, ha propuesto un protocolo que probablemente la mantendrá ocupada todas las horas del día y muchas de la noche.
—¿Cómo? —dijo Raisa, sin hacer el menor esfuerzo por ocultar su sorpresa —. No tenía ni idea, señor, de que el comandante Byrne hubiese puesto tanto interés en planificar mi educación.
Se volvió para mirar a Amon, que evitó sus ojos. Al ver las manchas de color en sus mejillas, Raisa comprendió cuánto le había costado emplear su ascendencia sobre Askell para intentar asegurarse de que le dispensara un trato especial. Amon no solía actuar de ese modo.
Se encaró de nuevo a Askell.
—No obstante, señor, debo decir que me parece perfecto.
—Llega tarde a la academia —dijo Askell—. Los demás cadetes de su edad ya llevan tres años aquí. Sería un desafío para usted llegar a dominar el protocolo habitual, y no digamos ya uno tan…, exigente.
—Estoy acostumbrada a trabajar duro, señor —dijo Raisa, alzando el mentón —. He recibido algo de instrucción. En los Páramos estuve acogida en los clanes de las Espíritus durante tres años.
—No me diga —repuso el director, y su rostro exhibía el desdén de los llaneros por los clanes—. No acierto a ver qué relación tiene eso con su eventual admisión en una academia militar.
« Edon Byrne dice que monto como un guerrero Demonai» , estuvo tentada de decir Raisa.
—Si me permitís, ése es el motivo por el que he propuesto un protocolo un poco diferente para Morley, señor —dijo Amon—. Como bien sabéis, buena parte de los tres primeros años en la academia se centra en el entrenamiento físico: habilidad en el manejo del caballo, orientación, seguimiento de pistas, supervivencia. Se da un notable solapamiento con lo que Morley aprendió en los campamentos de las tierras altas. Morley también ha entrenado a conciencia durante el último mes con el armamento de los llanos. A mi juicio encontraréis que…
—Si pudiera hacerse en un mes, seríamos mucho más eficientes, ¿no es verdad, comandante Byrne? —dijo Askell, vaciando un sobre de té en la tetera. Usando un trapo para protegerse la mano, la llevó a su escritorio y la dejó sobre un salvamanteles desgastado.
Finalmente, se sentó en su silla de respaldo alto y miró a Raisa como quien mira a un niño que a todo reacciona de forma exagerada. Raisa había visto aquella mirada a menudo, y era algo que siempre la irritaba.
—¿Realmente tiene intención de ser soldado, Motley? —preguntó Askell—. ¿No le parecería más sensato estudiar las ciencias blandas? La curación, el arte y la filosofía también son materias importantes. Sería una línea de estudios más acorde con su condición.
—¿Con mi condición o con mi género, señor? —dijo Raisa—. Habéis dicho que Casa Wien está llena de hombres emancipados y duques. Sólo veo un aspecto en el que son diferentes a mí.
—En Casa Wien hay mujeres —dijo Askell fríamente—. Sin duda el comandante Byrne se lo habrá dicho.
—Hay mujeres, en efecto —respondió Raisa, con voz temblorosa por la ira —. Y todas son del norte, y seguramente hijas de soldados, ¿me equivoco? Nada de damas de alcurnia.
Askell la miró detenidamente y luego negó con la cabeza.
—Nada de damas de alcurnia —admitió. De modo que al menos era sincero.
Raisa se levantó, con los puños apretados en los costados.
—En respuesta a vuestra pregunta, señor, debo deciros que no, no tengo intención de servir como soldado. Pero los reyes, los duques y los lores han estado enviando a sus herederos a Casa Wien durante más de mil años no para convertirlos en soldados, sino para que fuesen mejores dirigentes.
» Me han atiborrado de filosofía, arte y las demás ciencias blandas, como vos las llamáis. Si bordar, cantar o recitar sirvieran para resolver una crisis, estaría bien preparada. He venido aquí porque se dice que es el mejor lugar de los Siete Reinos para conseguir una sólida formación. He venido aquí para llenar las carencias de mi educación, para prepararme para cuando llegue el momento en que deberé tomar decisiones por mi cuenta, y entonces los conocimientos sobre liderazgo, ingeniería y ciencia militar quizá supongan la diferencia entre el éxito y el fracaso. —Raisa miró un momento a Amon, que permanecía inmóvil salvo por sus ojos grises, que pasaban de Askell a ella sin cesar—. Lo que el comandante Byrne ha propuesto me parece justo lo que necesito. Pero entrenaré como un simple soldado si eso es lo que tengo que hacer para conseguir una buena formación. Viviré donde dispongáis. No os pido un alojamiento especial. Si fracaso, fracaso. Pero entretanto a lo mejor aprendo algo. Señor.
Raisa hizo una reverencia al maestro y lo saludó como había hecho Amon.
—Gracias por vuestro tiempo, señor. Os dejo para que podáis discutirlo con el comandante Byrne.
Se retiró, sabiendo que había echado a perder cualquier posibilidad que tuviera de quedarse en Casa Wien.
Lágrimas de furia le asomaron a los ojos mientras bajaba la escalera pisando fuerte. Se detuvo en el rellano del segundo piso para serenarse antes de seguir bajando. ¿Cuándo se había vuelto tan importante que la admitieran en Casa Wien? Dos meses antes ni siquiera tenía planes de venir a Vado de Oden. ¿Acaso sólo era un deseo pueril de algo que le negaban? ¿Quizá no lo había deseado hasta toparse con la renuencia de Askell?
Por otra parte, dos meses antes no estaba al corriente de los traicioneros planes de Gavan Bayar para subvertir el Náeming y hacerse con el poder casando a su hijo con la futura reina de los Páramos. Tenía que regresar bien armada para librar las batallas que la aguardaban en el futuro.
Amon Byrne se había convertido en una persona taimada. ¿Cuándo había urdido su nuevo plan de estudios y cuándo tenía planeado hablar con ella al respecto? Era muy arrogante por su parte, sin embargo no dejaba de conmoverla.
¿Qué haría si Askell se negaba a admitirla? No había mucho donde elegir. Tenía que quedarse en el refugio que le procuraba Vado de Oden. Pero si cruzaba el río para ir a la Escuela del Templo, sería mucho más probable que la vieran Micah Bayar o sus amigos. Además, perdería la protección de los Lobos Grises.
Raisa preguntó al portero de la planta baja cómo se iba a Grindell Hall. Seguro que la dejarían dormir allí una noche, aunque al día siguiente la pusieran de patitas en la calle.
Cuando llegó al dormitorio, los demás Lobos Grises ya habían cenado.
Habían traído platos para Raisa y Amon, pero Raisa había perdido el apetito. Se acurrucó en un sillón demasiado mullido junto al frío hogar de la sala común mucho después de que los otros se hubiesen acostado, aguardando el regreso de Amon con una taza de té entre las manos.
Finalmente, reconoció sus andares. Amon se detuvo en el umbral, que enmarcó su alta silueta, donde se quedó mirándola.
—Pensaba que ya estarías durmiendo —dijo Amon.
—¿Qué ha dicho Askell? —inquirió Raisa.
Amon se aproximó a la luz y se arrodilló a su lado. Cerró su tosca mano sobre las de ella y aquella extraña energía desbocada fluyó de nuevo entre ellos. Pareció que el tiempo se contrajera y que viera ante sí la misma escena repitiéndose en la distancia, un futuro que los encontraría envejeciendo juntos.
¿Una profecía? A Raisa se le puso la piel de gallina y el pulso se le aceleró. ¿Qué significaba?
—¿Qué te pasa? —susurró Amon, con una expresión divertida—.
¿Últimamente te he dicho que eres una mujer asombrosa, Alteza?
—Últimamente, no —contestó Raisa, tragando saliva—. Mejor dicho, nunca.
—Lamento no haberte hablado de mi idea —dijo Amon—. Supuse que el maestro Askell se negaría de plano y no quería que te llevaras un chasco. Pensé que estarías más dispuesta a ir a la Escuela del Templo si no sabías que se me había ocurrido una alternativa.
—¿Qué ha dicho Askell? —repitió Raisa.
—Dimitri llevaba razón. Eres una hechicera —dijo Amon, meneando la cabeza—. El maestro Askell ha aprobado tu protocolo y tu alojamiento.
Comienzas pasado mañana.
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La Princesa Desterrada
AdventureObsesionado con la muerte de su madre y de su hermana, Han Alister viaja hacia el sur para comenzar a recibir educación en Casa Mystwerk, en el Vado de Oden. Pero es imposible huir del peligro: los Bayar, la poderosa familia de magos, lo acechan int...