Sueño y vigilia

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Han toqueteaba su amuleto mientras repasaba las frases del hechizo.
—¿Y bien? —dijo Cuervo impaciente, cruzado de brazos, golpeteando el suelo con el pie—. ¿Vas a intentarlo otra vez o no?
—Me estoy quedando sin energía —respondió Han—. Quizá sería mejor que lo probara cuando haya regresado.
—Si no te veo hacerlo, ¿cómo sabré que está bien hecho? —repuso Cuervo—. Es arriesgado que lo pruebes sin que alguien te supervise. Ahora bien, si no tienes aguante…
Se encogió de hombros.
—¿Sólo sabes esto? ¿Hechizos de ataque? ¿Maniobras de distracción y sorpresas desagradables? Ya no me cabe ni uno más.
Había días en que Han tenía ganas de lavarse las entrañas.
Cuervo puso los ojos en blanco.
—¿Qué otra clase de hechizos quieres aprender?
Han trató de encontrar una alternativa.
—No lo sé… ¿Hechizos de amor?
Cuervo ladeó la cabeza y le dedicó una mirada apreciativa.
—Seguro que no tienes dificultad alguna para satisfacer tus necesidades corporales, Alister —dijo—. Cualquier cosa que vaya más allá de eso es pura ilusión, una fábula que venden a los idiotas y los románticos.
Han enarcó las cejas.
—Eres un cínico de armas tomar, ¿sabes?
—Escucha —dijo Cuervo, clavando sus gélidos ojos azules en Han—. Debes decidir el orden de prioridades. Aerie volverá a ir a por ti. No dejarán de incordiarte hasta que resuelvas este asunto de manera permanente.
—El hechizo de los bichos dio resultado —dijo Han—. Micah Bayar y sus primos se han mudado a otra residencia.
—Pues claro que dio resultado, Alister —dijo Cuervo—. Lo que discuto es la táctica que eliges. Uno no reacciona a un atentado contra su vida dando una bofetada. Ni gastando una broma. —Cerró los ojos, procurando serenarse—. Me parece que no acabas de darte cuenta del gran peligro que corres. Ya he invertido mucho tiempo en ti. No quiero volver a empezar de cero con otro.
—Sé lo que estoy haciendo —replicó Han—. Sólo necesito que no se crucen en mi camino.
Cuervo se cruzó de brazos.
—No puedes permitirte demasiados remilgos.
No es eso, quiso decirle Han. Ya he matado antes. Pero fue de cerca, hombre a hombre; fue desagradable y necesario. No tendí una trampa mágica para que liquidara a mis enemigos limpiamente cuando yo estuviera lejos.
Visto que Han no respondía, Cuervo prosiguió:
—No van a dejarte nunca en paz mientras sigas poseyendo el amuleto. Y cuando los Bayar te asesinen, no será culpa mía.
—Estoy buscando un profesor, ¿de acuerdo? —dijo Han, irritado por la insistencia de Cuervo—. Pero no es tan fácil encontrarlo.
No quería que nadie de Mystwerk supiera que tomaba clases de modales. Y tampoco tenía ningún amigo de verdad aparte de Bailarín y Gata.
Para cambiar de tema, Han dijo:
—¿Qué sabes de la Armadura de los Reyes del Don?
Cuervo miró a Han sin mudar la expresión.
—¿Por qué lo preguntas? —dijo finalmente.
—Hemos hablado de ella en clase. ¿Crees que realmente existió?
Cuervo se encogió de hombros, toqueteándose los puños de la camisa.
—Estoy convencido de que una vez existió, pero no se ha demostrado que todavía exista.
—Hay gente que dice que la tienen los Bayar —dijo Han.
—Hay gente que es idiota —dijo Cuervo—. Si los Bayar estuvieran en posesión de la armadura, de nada serviría oponerse a ellos.
—Creo que la están buscando —dijo Han, atento a la reacción de Cuervo.
La mirada de Cuervo se desvió un momento a su amuleto antes de mirarle a la cara otra vez.
—Si es así, más vale esperar que no la encuentren —dijo.
—Eres Abelard —espetó Han de pronto, confiando en pillar a Cuervo por sorpresa—. ¿No es verdad?
Aquélla era su última teoría, y encajaba. Abelard pertenecía al cuerpo docente, era un pozo de sabiduría y se oponía a los Bayar. Además, no querría que le vieran prestar demasiada atención a Han Alister. Bastante sospechoso resultaba ya que lo hubiese incluido en sus sesiones de tutoría. De este modo podría desentenderse de él cuando quisiera sin correr el riesgo de que Han la pusiera en evidencia.
Cuervo podía ser irascible, poco razonable, amedrentador, presuntuoso e impaciente. Igual que Abelard.
« O que Gryphon» , pensó Han, otra vez indeciso. Cuervo era amargado y sarcástico, lo mismo que Gryphon.
Cuervo no se inmutó.
—No entiendo por qué te importa tanto saber quién soy. —Puso los ojos en blanco—. Los hechizos son reales, ¿no? Dan resultado, ¿no?
—Sí. —Han asintió—. Dan resultado. —Era cierto. Los hechizos de Cuervo funcionaban muy bien tanto en el Aediion como fuera de él. Tan bien que a los maestros de Han les asombraba su rápido progreso.
—Si adivino quién eres, ¿me lo dirás? —preguntó Han.
Cuervo sonrió. Sabía ser encantador cuando se lo proponía.
—Eres implacable, Alister. Eso me gusta de ti.
« Abelard» , pensó Han otra vez.
—Siendo aristócrata, ¿cómo se te ocurre hacerte llamar Cuervo?
—Ya sabes cómo son los cuervos —dijo Cuervo, borrando su sonrisa—. Rebuscan entre los huesos de los muertos.
Se quedó con la cabeza gacha, como perdido en sus recuerdos, mientras la luz de la ventana se extinguía en su pelo.
« ¿Qué te hicieron, Cuervo? —se preguntó Han—. ¿Es posible que fuese peor que lo que me hicieron a mí?»
Cuervo podía ser un amargado, pero también lúcido, resuelto, persistente, brillante, trabajador, minucioso e increíblemente culto.
Cuervo a veces se metía en la mente de Han sin permiso para demostrar alguna parte complicada de un encantamiento. Tal vez resultase práctico para Cuervo, pero Han se sentía invadido. Con frecuencia lo hacía cuando a Han casi no le quedaba poder.
A veces, después de sus sesiones, Han se sentía como si hubiese estado bebiendo sidra con hierba de tortuga. Tenía grandes lagunas de memoria: tiempo transcurrido del que no podía dar cuenta. Se sentía como si le hubiesen pisoteado la mente hasta reestructurarla.
« Tengo que descubrir cómo impedir que se meta en mi cabeza» , decidió Han. Pero era poco probable que Cuervo le enseñara ese truco.
Siempre se reunían en el mismo lugar: el campanario de Mystwerk Hall. Las primeras veces Bailarín había montado guardia junto a Han, pero Han no tardó en pedirle que dejara de hacerlo. Bailarín tenía mucho trabajo que hacer. No podía pasarse la noche en vela sujetando la mano de Han.
Han halló un nuevo refugio entre las polvorientas estanterías del desván de la Biblioteca Bayar, donde se guardaban textos y archivos tan viejos y extraños que nunca los consultaba nadie. Se instaló en un cuarto con un camastro y una mesa que subió de tres pisos más abajo. Era más fácil llegar allí que a la torre de Mystwerk, no tenía que preocuparse de que un campanero tropezara con su cuerpo inerte. Le divertía haberse adueñado de un trozo de la Biblioteca Bayar.
Tres o cuatro noches por semana Han se iba a hurtadillas a su escondrijo, cruzaba al Aediion y trabajaba como un esclavo hasta que su amuleto quedaba prácticamente agotado.
Esto constituía un problema dado que sus clases diurnas requerían poder. Lo más que podía hacer era rellenar el talismán entre las sesiones nocturnas. Gryphon nunca perdía la ocasión de lanzarle una pulla cuando su amuleto vacío no daba la talla.
Cuervo daba la impresión de poseer energía ilimitada. Tampoco era de extrañar: Han hacía todo el trabajo.
Por las mañanas con frecuencia se levantaba completamente agotado; recordaba a medias sueños que aún circulaban por su cabeza y tenía la sensación de haber pasado toda la noche trabajando. En ocasiones se despertaba tarde y tenía que ir a clase desde la biblioteca con la misma ropa que llevaba el día anterior. Había llegado varias veces con retraso a la clase de Gryphon, que, por desgracia, era la primera del día.
Como Han permanecía fuera toda la noche, Bailarín suponía que estaba viendo a una chica y que no deseaba compañía. « Te equivocas —pensaba Han —. Llevo una vida monacal» .
Si Han y Cuervo acordaban una sesión de cuatro horas, Cuervo lo retenía seis. No dejaba que se marchase hasta que el amuleto estaba casi seco y Han, mareado, y entonces se quejaba, diciendo a Han que la próxima vez debería cargarlo con más poder.
Las pullas de Cuervo siempre dolían porque Han tenía muchas ganas de aprender. Nunca había trabajado tan duro. « Podríamos hacer mucho más — pensaba Han— si confiáramos el uno en el otro. Si no pasáramos tanto tiempo criticándonos mutuamente. Es como si ambos quisiéramos ser los cabecillas de la misma banda» .
—¡Alister! —La voz de Cuervo irrumpió en sus pensamientos—. Estás aletargado.
—Lo siento. Nos vemos mañana por la noche —dijo Han—. Gracias por la lección.
Agarrando el amuleto, pronunció el hechizo que cerraba el portal.
Y al abrir los ojos se encontró con que la luz entraba por las ventanas de la biblioteca.
Se incorporó de golpe, maldiciendo. ¿Qué hora era, a todas éstas? Lo último que le faltaba era llegar tarde a la clase de Gryphon una vez más.
Como respondiendo a esa pregunta, las campanas de la Torre de Mystwerk comenzaron a sonar. Ding dong, ding dong… Eran las ocho.
Huesos. Volvía a estar en apuros.
No tenía tiempo de hacer el recorrido por los tejados. Bajó disparado las angostas escaleras, dando vueltas y más vueltas hasta la planta baja. Por suerte, todavía no había ningún diplomado de guardia. Salió a la carrera por la puerta principal y chocó de pleno con Fiona Bayar, faltando poco para que la tirara al suelo.
Le agarró el brazo para ayudarla a incorporarse.
—Lo siento. Es que…, no te había visto.
« Mamá tenía razón —pensó Han—. Me maldijo el demonio» .
Fiona era casi tan alta como Han, de modo que lo miró directamente a los ojos.
—Que llegues tarde a clase, Alister, no significa que puedas ir atropellando a la gente —dijo Fiona. Miró la mano que le sujetaba el brazo y enseguida se soltó.
Han señaló con la cabeza hacia Mystwerk Hall.
—Vamos, ya llegamos tarde.
—¿Qué hacías en la biblioteca? —preguntó Fiona.
—Madrugo para leer.
—Si ni siquiera está abierta —señaló Fiona.
—Así hay más paz y tranquilidad.
Han echó a caminar sin volverse para ver si lo seguía.
—Las marcas de la cara han mejorado —dijo Fiona, avivando el paso para alcanzarlo. Al ver que Han no contestaba, insistió—: Ya no llevas cabestrillo, así que supongo que el brazo se te ha curado.
—Era la clavícula, en realidad —dijo Han. De vez en cuando aún sentía punzadas de dolor.
—¿Qué sucedió exactamente? —preguntó Fiona mientras entraban a Mystwerk Hall.
—Tropecé en la escalera. —Fiona dio un resoplido—. En serio. Pregunta a tu hermano.
Enfilaron la escalera hacia el aula.
—Eso no tendría que haber ocurrido nunca —dijo Fiona—. Mi hermano no siempre medita lo que hace.
Han se agarró a la barandilla para no dar un traspié. ¿Le estaba diciendo que lo sentía?
—Nuestro padre no estará nada contento cuando se entere —prosiguió Fiona, como si le leyera el pensamiento—. Quiere que te lleven de vuelta vivo para interrogarte antes de que te ahorquen por asesinato.
—Eh, un momento, seamos justos —dijo al abrir la puerta del aula—. Si a mí me cuelgan por asesinato, también deberían colgar a lord Bayar.
Su voz pareció retumbar en la silenciosa aula. Los alumnos volvieron la cabeza. Micah Bayar dejó de estar repantigado y se irguió, abrazándose las rodillas, con la mirada fija en ellos.
Gryphon había estado hablando, pero su voz fue bajando hasta convertirse en
un elocuente silencio mientras Han y Fiona se dirigían a sus respectivos asientos.
—Principiante Alister, lady Bayar. Llegan tarde.
Y un espíritu demoníaco hizo decir a Han:
—Mis disculpas, señor. Lady Bayar necesitaba ayuda para hacer los deberes. Fiona le lanzó una mirada de incredulidad.
Gryphon la observó un buen rato; sus extraños ojos turquesa destacaban sobre la tez pálida.
—Alister, ha llegado tarde cuatro veces en las últimas dos semanas. Según parece prefiere dormir antes que asistir a clase. A lo mejor piensa que esto es una pérdida de tiempo. Quizá crea usted que está por delante de sus compañeros.
—No, señor, no es verdad —dijo Han—. Es que me he quedado despierto hasta tarde, estudiando, y…
—Pues entonces resúmanos el capítulo nueve —interrumpió Gryphon, adelantando la cabeza como un ave de presa.
—El capítulo nueve. —Han se humedeció los labios. No había ni abierto el Kinley, en realidad. Había pasado toda la noche con Cuervo—. Lo siento, señor —dijo—. No lo he leído.
—¿No? —Gryphon enarcó una ceja. Garabateó algo en un papel, lo dobló y lo empujó hasta el borde del atril—. Queda expulsado de esta clase hasta el final del trimestre. Por favor, lleve esta nota al despacho de la decana Abelard. Quinta planta.
El despacho de la decana Abelard estaba tres pisos más arriba que el aula. Han arrastró los pies todo el camino como un niño enviado a que le den unos azotes. Había visto a la decana en sus sesiones de estudio en grupo, semana tras semana, pero había evitado más reuniones a solas con ella.
De todas sus clases, la de Gryphon era la quemas le interesaba. Amuletos, hechizos, uso de talismanes… Aparte de las sesiones de Abelard, le parecía lo más afín a su propósito. Cierto era que con Cuervo aprendía, pero no quería tener que depender de él para su formación como mago. Quería ir más allá de los hechizos de ataque y defensa.
Cuando el diplomado le hizo pasar al despacho de Abelard, ella estaba terminando de despachar la correspondencia.
—Siéntese, Alister —dijo, indicándole una silla.
Se sentó.
Abelard se retrepó en su sillón, apoyando las manos en el borde del escritorio. —¿Y bien? ¿Qué sucede esta vez? ¿No se supone que debería estar en clase?
Han le pasó la nota.
—El maestro Gryphon me ha echado de clase por llegar tarde.
Abelard leyó la nota.
—Ya veo. ¿Tiene algo que decir en su defensa?
—He llegado tarde. Me quedé dormido.
—Vaya. —Abelard dejó caer la nota sobre el escritorio—. Tengo entendido que su asistencia a clase se ha vuelto un tanto errática. Llega tarde constantemente. Y sin embargo su rendimiento en los exámenes y las prácticas es muy superior al de sus compañeros. ¿Cómo se explica eso?
Han se encogió de hombros.
—Trabajo duro. Y por eso me quedé dormido. Me acosté tarde.
—Y luego llega a clase agotado y con el amuleto prácticamente desprovisto de energía —dijo Abelard.
—Intento recargarlo. Quizá no tengo tanto poder como creo.
Han bajó la vista al escritorio.
—¿Es posible que no se sienta motivado en sus clases? —preguntó Abelard, tamborileando con los dedos sobre la nota de Gryphon.
—No, no es eso. Saco mucho provecho de la clase de Gryphon. Tenía la intención de ser puntual pero calculé mal el tiempo.
—¿Con quién más está trabajando, Alister? —dijo Abelard en voz baja—.
¿Acaso tiene un mentor?
Han procuró mostrarse perplejo.
—Tengo los mismos profesores que todos los demás: Gryphon, Leontus, Firesmith…
—No me mienta —dijo la decana, sacando chispas por los ojos—. Puedo hacer que su vida sea muy complicada.
—Leo mucho —dijo Han—. Pregunte a cualquiera. Me paso el día en la biblioteca. —Levantó la vista hacia ella—. Si voy a hacerle de matón, tengo que estudiar mucho para mantenerme con vida.
Se sostuvieron la mirada un buen rato y, al cabo, fue Abelard quien la apartó primero.
—¿Le gustaría que rescindiera la orden del maestro Gryphon? —preguntó, acercándose un tintero y cogiendo una pluma.
Han negó con la cabeza.
—No, gracias.
Abelard ladeó la cabeza.
—¿Por qué no?
—Gryphon lleva razón —dijo Han—. No puedo llegar tarde a clase cada dos por tres. Lo que ha hecho Gryphon es justo, por más que no me guste.
Abelard se inclinó hacia delante.
—Si le preocupa que el maestro Gryphon se enfade porque yo intervenga, permítame asegurarle que…
—Pero me gustaría volver a clase en el trimestre de primavera — interrumpió Han—. Quizá podría solicitar eso.
—Por supuesto —dijo Abelard, anotándolo.
—Bien. —Han sonrió—. ¿Requiere algo más?
Hizo ademán de ponerse de pie.
—Quiero que el próximo trimestre enseñe al grupo de estudio —dijo Abelard bruscamente—. El tema será viajar al Aediion.
Huesos.
—Decana Abelard, no creo que eso sea…
Abelard levantó la mano para hacerle callar.
—Entiendo que su éxito quizá se deba a su amuleto. Aun así, quisiera que diera clases a los demás miembros del círculo. Aunque sólo unos pocos de nosotros logremos dominar la técnica, resultará muy útil para comunicarse a través de los Siete Reinos. Quizás un día no muy lejano dispongamos de mejores herramientas en nuestro arsenal.
—Es una pérdida de tiempo —protestó Han—. El maestro Gryphon ya lo ha cubierto y casi todos los miembros del grupo de estudio lo han probado.
—No le estoy dando elección —dijo Abelard—. Tendrá un montón de tiempo para prepararse. Pero esté listo en primavera.
Han se tragó otros argumentos y asintió.
—De acuerdo.
Abelard seguía mirándolo fijamente, tamborileando con los dedos sobre el cartapacio del escritorio.
—Alister, a usted es difícil interpretarlo. Salta a la vista que por sus venas corre sangre de mago. Parece un purasangre. No ha mencionado a su padre. ¿Es posible que su madre se emparejara con…?
—No —dijo Han, de súbito ansioso por marcharse del despacho—. No es posible. Mi padre era soldado y murió en Arden. —Se levantó—. Si no ordena nada más…
—Eso es todo.
Abelard le indicó que se retirase con un gesto de la mano.
—¿Qué ha pasado con la decana Abelard? —preguntó Bailarín cuando salieron de la clase de Fulgrim y se dirigían al comedor.
—Me han echado de la clase de Gryphon hasta el final del trimestre —dijo Han—. Sólo será una semana. Hará que me vuelva a admitir en primavera. Bailarín asintió.
—Podría ser peor.
« Y lo es» , pensó Han. Le dolía la cabeza. Estaba muy preocupado.
—Si durmieras en Hampton, podría asegurarme de que te levantas —se ofreció Bailarín.
—No tienes por qué hacerme de niñera —gruñó Han. Se sentía tan frágil como un cristal hecho pedazos que ya no encajan entre sí.
—Soy tu amigo —dijo Bailarín, dando grandes zancadas para no rezagarse—.
Es mi deber ayudarte si puedo. Tú harías lo mismo conmigo.
Han suspiró.
—Perdona. Tienes razón. Gracias. Quizá lo probemos después de las vacaciones de invierno.
Gata los aguardaba delante del comedor. Dos o tres veces por semana, como mínimo, Han almorzaba con Gata y Bailarín. Al principio se sentía como un árbitro, desviando las pullas e insultos de Gata. Pero eso terminó cuando Gata se dio cuenta de que afrentar a Bailarín no era nada gratificante. A él, sus ofensas parecían resbalarle.
Gata estaba cada día mejor. Había dejado de mostrar sus puñales por fuera de la túnica, aunque Han sabía que todavía tenía alguno escondido. Su mirada era clara, sin rastro de hierba de tortuga ni de razorleaf, como tampoco de los efectos de beber en exceso.
« Me alegra que la convenciéramos para que viniera —pensó Han—. Ocurra lo que ocurra, al menos esto lo he hecho bien» .
En aquel momento tenía la cara arrugada como si se muriera de ganas de contar un secreto o de formular una pregunta pero no se atreviera a desembuchar. Se sirvieron el almuerzo y fueron a sentarse a la mesa de costumbre, junto a la ventana.
Han no tenía energías para entrometerse, de modo que comía en silencio, frotándose la frente con el pulpejo de la mano.
Y Bailarín no le preguntaría. Fingía no darse cuenta, aunque había muy pocas cosas de las que no se percatara a propósito de Gata. De ahí que optara por lanzarse a una detallada descripción del talismán que estaba haciendo con el maestro Firesmith, y que servía para proteger una vivienda de las llamas.
Gata puso los ojos en blanco y miró a Han con la esperanza de cambiar de tema.
—¿Qué te pasa?
—Me han echado de la clase de Gryphon hasta el final del trimestre —dijo Han.
—¿Eso es todo? —Gata escrutó el rostro de Han, entornando los ojos como si no le creyera.
Han se encogió de hombros.
—Para eso vine aquí. Para aprender magia.
—Pensaba que a lo mejor tu chica aristócrata te había partido el corazón — repuso Gata, con una sonrisita de complicidad.
Esto sí que llamó la atención de Han. Levantó la vista hacia Gata.
—¿Qué chica aristócrata?
—Bueno, sabía que estabas saliendo con alguien porque estás fuera casi cada noche, dejándome con este cabezacobriza todo el rato. —Señaló a Bailarín con la cabeza—. Anoche, por fin descubrí quién es.
—¿Quién? —preguntó Han, desconcertado. Miró a Bailarín, que estaba tan perplejo como él.
—Rebecca —dijo triunfante Gata.
—¿Qué Rebecca?
Gata le dedicó una mirada sardónica.
—Rebecca Morley, traidor. ¡La vi fuera de la Escuela del Templo ayer noche!
—¿Está aquí? ¿En Vado de Oden?
Han la miró de hito en hito, el corazón le palpitaba contra las costillas tan fuerte que daba la impresión de que los otros dos tuvieran que oírlo.
—Bueno, aquí es donde está la Escuela del Templo, ¿no? —Gata juntó las cejas—. ¿No te estás viendo con ella?
Han negó con la cabeza.
—No. Ni siquiera sabía que estuviera aquí.
—Vaya —dijo Gata. Hizo una mueca y se puso a comer patatas, como si el asunto hubiese quedado zanjado.
Han creyó haber visto a Rebecca cerca de los establos el día que llegaron a Vado de Oden. Pero había descartado la idea porque carecía de sentido.
—¿Estás segura de que era ella?
Gata asintió, masticando.
—¿Por qué estaba allí? —preguntó Han—. ¿Acaso va a la Escuela del Templo?
Era posible, aunque él hubiese pensado que iría a la de Puente del Sur o a la Escuela de la Catedral.
Gata meneó la cabeza.
—Llevaba uniforme de soldado.
—¿Está en Casa Wien? Me parece muy raro.
Aunque podía tener un genio temible, Rebecca era menuda y ligera. No estaba hecha para ser soldado.
—Qué quieres que te diga —dijo Gata, poniendo mala cara—. Es lo que llevaba puesto.
—¿Qué estaba haciendo en la Escuela del Templo? —preguntó Han.
Gata se revolvió en la silla.
—Bueno, me alegra haberte levantado el ánimo —dijo—. Ya no se te ve tan abatido como antes.
—Gata.
—Estaba…, estaba espiando al cabo Byrne.
« ¿El cabo Byrne también estaba allí?» —Dices que lo estaba espiando. ¿Qué hacía?
Gata se dio por vencida.
—El cabo Byrne ha estado saliendo con Annamaya. La conociste, ¿te acuerdas? ¿En la Escuela del Templo? Viene a verla regularmente, dos veces por semana. Nunca hacen nada más que cogerse de la mano, todo muy formalito. — Puso los ojos en blanco, como diciendo « ¿para qué?» .
—Total, que yo iba por el sendero hacia la residencia y vi que había alguien agazapado detrás del macizo de arbustos, atisbando el salón. Miré por la ventana y vi al cabo Byrne sentado con Annamaya. Y la chica que los espiaba era Rebecca.
—El cabo Byrne de Puente del Sur, ¿verdad?
—Es el único que conozco.
Han no lograba imaginarse a aquel cabo Byrne engañando a Rebecca. Ni saliendo con dos chicas a la vez.
—¿Le dijiste algo?
—¿A Annamaya?
—A Rebecca.
—Le pregunté qué hacía allí —contestó Gata esquivando la mirada de Han.
—¿Y bien? —dijo Han impaciente—. ¿Qué te dijo?
—Que estudiaba aquí.
—¿Le dijiste algo sobre mí? —preguntó Han.
Gata le miró torciendo el gesto.
—¿Por qué tendría que decirle algo sobre ti? ¿Te crees que todo el mundo anda olisqueando tu culo?
Han lanzó una hosca mirada a Bailarín, que estaba sonriendo.
—Pensé que a lo mejor te estaba engañando con el cabo Byrne y que por eso le estaba espiando engañándola a ella —prosiguió Gata—. Huyó sin darme tiempo a preguntárselo.
—¿Por qué huyó? —preguntó Han.
Gata podía hablar por los codos sin llegar a decirte lo que querías saber.
—¿Cómo quieres que lo sepa? —Hizo una pausa y luego agregó a regañadientes—. Bueno, yo había sacado mi puñal.
Han y Bailarín cruzaron una mirada.
—¿Tu puñal? —dijo Bailarín, arrugando la frente.
—Bueno, la vi merodeando y al principio no la reconocí, y no sabía qué intenciones tenía, y luego no me di ni cuenta de que lo había sacado.
—Ya me imagino cómo pasó —dijo Han secamente.
—He hablado con Annamaya y dice que se va a casar con el cabo Byrne. Aunque eso será dentro de mucho tiempo. Lo que es yo, pienso que si vas a casarte, lo mejor es hacerlo cuanto antes.
Han carraspeó.
—¿Sabes dónde vive…?, Rebecca, quiero decir.
—No lo sé. Prueba en Grindell House. Al otro lado del río. Ahí es donde vive el cabo Byrne.

La Princesa DesterradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora