Sorprendido in fraganti

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El diagrama de trazos delgados e inseguros parecía flotar en la página, y Raisa puso los ojos casi bizcos al obligarse a enfocar. « Terraplenes y trincheras utilizados contra los piratas en la costa del Indio después del Quebrantamiento» .
Se enfrentaba a un enésimo examen de historia militar.
« Menos mal que el trimestre ya casi ha terminado» , pensó Raisa.
Apartó el libro a un lado y echó un vistazo en derredor. Pronto sería la hora de cenar, pero en la sala común sólo estaba ella. Aquélla era la única noche en que Amon no tenía obligaciones. Raisa tenía intención de interceptarlo y entablar una conversación de verdad con él. Las últimas semanas se había mostrado más escurridizo que nunca. Casi furtivo.
Hablando de actos furtivos, Raisa levantó el cartapacio, sacó de debajo unas pocas páginas escritas presurosamente y las releyó.
Madre:
Quiero que sepas que estoy sana y salva, y que espero que tú también te encuentres bien.
Me consta que soportabas una presión tremenda los días que precedieron a mi onomástica, y que creías sinceramente que un matrimonio con Micah Bayar era la mejor manera de mantenerme a salvo.
Tras haber leído esto, Raisa tachó lo de « un matrimonio con Micah Bayar» y lo sustituyó por « el matrimonio que habías planeado para mí» .
De este modo, si la carta caía en manos de quien no debía, podría ser de cualquier hija o hijo que había rehuido una boda no deseada.
Ruego tomes en consideración que lo que parece más seguro puede resultar ser lo más peligroso. Es posible que el peligro que veías venir fuese el matrimonio en sí mismo; un peligro para mí y también para ti.
Estoy deseando regresar a casa y explicarte mi postura en persona si encontramos el modo de hacerlo con seguridad. Me las arreglaré para que esta carta llegue a manos de mi padre y confío en que él te la mande a ti. Si eso sucediera, os pido por favor que quede entre los tres. Ya han atentado contra su vida una vez.
Si iniciamos un diálogo, tal vez hallemos la manera de que yo regrese a casa, que es lo que más deseo en este mundo. Aunque quizá sea egoísta, no puedo sino esperar que me eches de menos tanto como yo te extraño a ti. Por favor, no olvides que te quiero, y si bien el amor quizá no baste para salvar la brecha que nos separa, puede ser un buen punto de partida.
Hallie y Talia bajaron la escalera armando alboroto y Raisa escondió la carta en su macuto.
—¿Te vienes a cenar? —preguntó Hallie—. Me han dicho que hay jamón y repollo.
—Esperaré al cabo Byrne —dijo Raisa—. Iré con él.
Hallie y Talia cruzaron una mirada.
—No estoy segura de que venga a cenar —dijo Hallie, rascándose el lado de la nariz con el índice—. Me parece que tiene planes.
« ¿Planes?»
—Ven con nosotras —insistió Talia—. Y luego vamos a tomar algo por ahí.
Pareces una ermitaña.
Un trasfondo en lo que decían hizo que Raisa apretara los dientes.
—Estaré allí en cinco minutos —dijo con impostado buen humor—. Guardadme un poco de jamón.
Se dirigieron hacia la puerta volviendo la vista atrás varias veces con el semblante serio y preocupado.
Poco después Amon bajó la escalera. Llevaba el uniforme azul de gala, con pantalones de pinzas y el pelo perfectamente peinado hacia atrás. Por poco dio un traspié al ver a Raisa pero mantuvo el equilibrio y siguió bajando.
—Hola, Amon —dijo Raisa—. Estás muy guapo.
Amon se miró y tiró del dobladillo de la chaqueta para alisarla.
—Sí. Bueno. Gracias.
Raisa se levantó de la silla y fue a su encuentro.
—Esperaba que pudiéramos ir a cenar juntos, tal vez tendríamos ocasión de hablar. Últimamente no te veo nunca.
Amon permaneció inmóvil, como un colegial pillado en un renuncio, con los ojos fijos en el rostro de Raisa.
—Los dos tenemos mucho que hacer, Rai. Es lógico que no…
—Pues entonces vayamos a cenar —dijo Raisa, cogiéndole las manos.
Amon tragó saliva, y la nuez de Adán se movió ostensiblemente en su garganta.
—No puedo. Verás… Tengo que hacer una cosa.
El instinto de Raisa le avisaba a gritos de que la insistencia no haría más que partirle el corazón. Pero no supo contenerse.
—Pues voy contigo. Y luego, a lo mejor…
—No —dijo Amon—. Esta noche no. Tengo…, no podemos.
Raisa no lo había visto nunca tan abatido.
—Pero es tu noche libre —dijo Raisa, aun sabiendo que parecía desesperada. Pero no le importaba.
Amon asintió.
—Ya lo sé. Lo…, lo siento —susurró, con el rostro pálido y tenso.
Raisa trató de encontrar algo, cualquier cosa que pudiera hacerle cambiar de parecer. Que pudiera hacer que se quedara.
—Bueno —dijo Raisa, tragándose el sordo dolor de su vehemente deseo—. Entonces llévate esto contigo y piensa en mí.
Se besó las yemas de los dedos y, poniéndose de puntillas, las posó sobre los labios de Amon.
Agarrándole la muñeca, Amon apretó la mano de Raisa contra su mejilla, suave por el reciente afeitado. Cerró los ojos, suspiró dos veces estremeciéndose y la soltó.
—Adiós, Raisa —dijo, con una inusual voz pastosa—. Ve a cenar. Volveré tarde.
Y se marchó.
Raisa se quedó petrificada un instante antes de coger su capa y salir detrás de él.
Afortunadamente, las calles estaban llenas de gente. Los cadetes se dirigían a los comedores para cenar o paseaban hacia los restaurantes de la Calle del Puente. Amon caminaba rápidamente, de modo que Raisa tenía que darse prisa para no perderlo de vista. De repente Amon dio media vuelta para mirar atrás, pero ella se las arregló para esconderse a tiempo en un portal.
Raisa no tardó en darse cuenta de que Amon iba hacia la Calle del Puente. Y cuando él comenzó a subir la cuesta, Raisa se demoró un instante para ponerse la capucha antes de enfilar el puente. Era la primera vez que lo cruzaba desde el día en que había llegado.
Amon se detuvo en la floristería del puente y compró un ramillete de flores surtidas.
Raisa sofocó su desesperación. Una voz le susurraba en la cabeza:
« ¡Regresa!» Pero no lo hizo.
Amon iba deprisa, como si conociera el camino, y torció hacia el patio que mediaba entre Mystwerk Hall y la Escuela del Templo. El prado marchito por el frío bullía con una mezcla de togas rojas de Mystwerk y atuendos blancos del Templo. Raisa echó la cabeza hacia atrás dentro de su capucha como una tortuga en su caparazón.
« ¿Y si entra en Mystwerk Hall? —pensó Raisa—. Cruzar el puente ya ha sido bastante arriesgado. No puedo seguirlo ahí dentro» .
Pero Amon tomó el sendero de piedra que conducía a la Escuela del Templo, girando hacia la entrada del extremo derecho. Delante de la maciza puerta de madera se detuvo un momento para alisarse el pelo antes de llamar con la aldaba.
Raisa se había quedado en el sendero principal, situada de tal modo que no pudo ver quién abría la puerta. Pero Amon hizo una reverencia y alargó el ramo de flores. Luego pasó al interior, cerrando la puerta a sus espaldas.
Raisa se quedó paralizada un buen rato en el sendero, sin saber qué hacer a continuación. El amplio porche estaba atestado de novicios y estudiantes, de modo que no era cuestión de arrimarse a la puerta a escuchar. Pero a lo mejor si rodeaba el edificio…
Por suerte, en la planta baja se abría una serie de altos ventanales y cristaleras para dar la máxima luz al interior. Raisa recorrió con sigilo el perímetro del edificio, entre el macizo de arbustos y los cimientos, mirando por cada ventana. Aunque algunos estarían cenando, Raisa vio novicios y estudiantes que estaban leyendo, descansando, bordando, pintando, tocando instrumentos y otras cosas por el estilo.
« Esto es lo que todo el mundo quería que hiciera yo» , pensó Raisa, toqueteando la guerrera parda de su uniforme.
En la parte de atrás había un salón con un alegre fuego encendido en el hogar y bandejas de galletas y emparedados dispuestas en las mesas. Amon estaba allí, sentado junto al fuego con la espalda muy tiesa y las manos en las rodillas. Frente a él había una chica sentada con el atuendo del Templo, guapa y de tez olivácea, con una abundante melena rizada: una isleña del Sur. Sostenía el ramillete con una mano y de vez en cuando se lo acercaba a la nariz para olerlo.
En la sala había otras dos parejas, y una novicia de rostro sonrosado ocupaba un asiento en un rincón sin perder de vista a los jóvenes amantes.
Amon estaba de perfil, pero Raisa alcanzaba a ver la sonrisa tímida de la muchacha y sus grandes ojos negros, y a oír el murmullo de su conversación.
Cualquier idiota se daría cuenta de que la muchacha estaba enamorada de Amon Byrne.
Los ojos de Raisa se arrasaron en lágrimas. ¿Cómo era posible? ¿El honesto y franco Amon Byrne la estaba… engañando? Intentó desoír la voz interior que le decía que no podía estar engañándola porque, para empezar, ellos no mantenían una relación sentimental.
« No se miente a los amigos» , se dijo Raisa a la defensiva. Amon había dejado de ser él mismo al ocultarle aquello.
Y de pronto, como en un mal sueño que se convierte en una pesadilla, vio que Amon se ponía tenso, cuadrando los hombros bajo la lana azul. Poco a poco volvió la cabeza hasta quedar directamente de cara a Raisa. Durante un momento que se hizo eterno, se quedó petrificada, incapaz de moverse, mirándolo de hito en hito. Entonces, con las mejillas ardientes, se dejó caer del alféizar y retrocedió a trompicones, como un cangrejo, atravesando el macizo de arbustos.
Se enderezó y huyó hacia la fachada del edificio. Apenas había recorrido unos metros cuando una mano le agarró con fuerza el brazo y le dio un tirón.
Raisa se volvió para encontrarse con otra isleña del Sur con el hábito del Templo, aunque ésta era lo menos parecido a una novicia que hubiese visto jamás. Llevaba muchos aretes en la nariz y las orejas, y agarraba con firmeza un siniestro puñal con la mano libre.
Y lo que aún era peor, le resultaba extrañamente familiar.
—¿A quién estás espiando, soldadita?
La chica dio una sacudida a Raisa.
—A nadie —dijo Raisa, tratando de zafarse—. ¡Suelta, que me haces daño!
—Quiero saber quién eres y qué… —Los ojos de la novicia se entrecerraron como si la reconociera—. Te conozco —dijo—. Te he visto en alguna parte.
—Tampoco es para sorprenderse. Yo también estudio aquí —dijo Raisa, aferrándose a la dignidad con ambas manos—. Sólo quería ver cómo es la vida en el Templo.
—Eres de los Páramos —dijo la novicia, estudiando con avidez el semblante de Raisa. Entonces abrió los ojos estupefacta—. Tú eras la chica que estaba con Pulseras Alister. Eres la que entró a la Cárcel Militar de Puente del Sur para sacar a los harapientos.
Era Gata. Gata Tyburn, el señor de la calle que había sustituido a Pulseras como líder de los harapientos. La antigua novia de Alister.
No era de extrañar que Raisa no la hubiese reconocido de entrada. El aspecto de Gata era muy diferente, casi cuidado, como un jardín lleno de hierbajos que un jardinero de gran talento hubiese arreglado. Tenía los ojos brillantes y claros, no turbios como antes, y había ganado peso.
¿Qué estaba haciendo en Vado de Oden?
—No sé de qué me hablas —dijo Raisa. De pronto recordó que había visto a Pulseras Alister cerca de los establos. ¿Habría alguna relación? Poco importaba.
Tenía que escapar.
En un acto desesperado, arreó un puñetazo al vientre de Gata, esperando que ella no aprovechara para cortarle el cuello.
Por suerte, Gata estaba distraída y no vio venir el golpe. Se encogió y soltó el puñal. Raisa echó a correr otra vez, ahora manteniéndose alejada del recinto y el patio del Templo, en dirección a la Calle del Puente. Corría como si la persiguieran mil demonios. 

La Princesa DesterradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora