Amigos y enemigos

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Amon en efecto revisó las listas de estudiantes inscritos en Casa Wien e Isenwerk, tanto de primer como de segundo grado, sin encontrar a ningún Alister. Cabía la posibilidad de que Pulseras se hubiese matriculado con un nombre falso, pero si acababa de llegar a Casa Wien, sin duda Raisa o él mismo lo habrían vuelto a ver en los comedores o las bibliotecas. Como ése no fue el caso, Raisa admitió» a regañadientes que se había confundido.
—Recuerda que no debes ir a la Calle del Puente —le dijo Amon.
A medida que transcurrían las semanas, Raisa comenzó a estar más a gusto con su nueva identidad de cadete principiante. Jamás habría engañado a alguien que la conociera bien, pero en cuanto a los demás, la guerrera de cadete y el corte de pelo parecían ser un disfraz increíblemente bueno para una princesa. Se cruzaba con algunos paisanos en el comedor y en los patios, pero ninguno la reconoció.
Taim Askell era tan bueno como su espada. El programa de estudios que habían tramado para Raisa la tenía corriendo desde primeras horas de la mañana hasta que caía rendida en la cama en el cuarto piso de Grindell Hall. Ni siquiera los ronquidos de Hallie le impedían dormir.
No podía quejarse. Era lo que había pedido; no, exigido. Y ahora pagaba por ello. Nada de ensoñadoras sesiones de bordado ni de música de cámara ni de pintura de paisajes en el jardín. Nada de perezosas tardes tomando el té y cotilleando en la terraza.
De hecho, era como si la terraza no existiera.
El hecho de que no hubiera prefecto ni gobernanta en Grindell Hall podría haber alentado que se infringieran las normas, pero todos estaban tan cansados que ni se les ocurría hacerlo. Como comandante de cuarto año, Amon hacía cumplir a rajatabla el toque de queda a sus compañeros cadetes, aunque rara vez se le encontraba en la residencia. De todos modos, Raisa siempre estaba medio dormida cuando llegaba la hora del toque de queda, tratando de leer unas cuantas páginas más antes de apagar la vela. Algunas noches llegaba a dormirse, desplomada sobre el escritorio, con la cara apoyada en las páginas de su libro de historia. Quizá parte de él le penetraría a través de la piel.
Se mantenía alejada de la Calle del Puente, aunque tenía grandes tentaciones de ir cuando Talia y Hallie la invitaban a salir con ellas. Se decía a sí misma que no tenía tiempo para ir a las tabernas. Al menos así se ahorraba los incesantes ardides de casamentera de Talia.
No tardó en tenerle pavor a recitar de memoria las lecciones de Historia de la Guerra. Las clases de los maestros y decanos eran tres veces por semana pero las de recitado se sucedían a diario. Estas sesiones estaban a cargo de diplomados que moderaban los debates y ponían exámenes orales y escritos. De modo que tenían mucho poder, particularmente sobre los principiantes.
Sus recitados de historia los conducía un diplomado ardeniense que se llamaba Henri Tourant.
Siendo el hijo menor de un thane, Tourant al parecer había decidido que un puesto académico proporcionaba oportunidades que no encontraría en su tierra; oportunidades para intimidar y humillar estudiantes durante el día y para perseguir otros placeres por la noche.
Tourant era un tirano, y tenía la típica actitud ardeniense para con las mujeres: arrogante y condescendiente. Enseguida dejó clara su opinión: las mujeres deberían inscribirse en cualquier otra escuela en vez de hacer perder el tiempo al profesorado de Casa Wien y de las demás academias viriles. Pese a los mil años transcurridos desde el Quebrantamiento, Arden aún parecía incapaz de asimilar que una vez había sido gobernado por una mujer.
Tourant era un hombre pequeño; en estatura y en todos los demás aspectos. Tenía unos labios finos y crueles y el pelo castaño rizado, que llevaba largo. Ya le estaba clareando en la coronilla, aunque sólo era unos pocos años mayor que Raisa. Su rostro tenía rasgos de reptil, con el mentón hundido y la nariz puntiaguda.
También tenía algo de dandi, y a menudo se quitaba la toga académica para exhibir sus mejores galas.
Tourant se pavoneaba delante de los alumnos, yendo de un lado al otro del aula y hablando casi todo el tiempo durante lo que supuestamente era un debate. Rara vez se ceñía al tema en cuestión y daba la impresión de tener un conocimiento muy superficial de la materia. Un debate de verdad habría sido muy útil, pero las clases de Tourant eran una pérdida de tiempo.
Raisa casi siempre se sentaba en la última fila y aprovechaba para hacer deberes. Pero ese día el tema era la magia en la guerra, y le costó concentrarse en otra cosa y mantener la boca cerrada cuando Tourant parloteó sin parar, desaguando desinformación como una cañería de retrete rota.
« Estoy aprendiendo autocontrol» , pensó Raisa, con los puños prietos ocultos en el regazo. Una habilidad muy valiosa.
La cosa fue empeorando. Una beata del Templo bastante fanática, oriunda de Arden, proclamó que los guerreros Demonai iban a la guerra desnudos.
—Aunque son fabulosamente ricos, los salvajes norteños llevan toda su riqueza en forma de joyas —prosiguió la beata—. Combaten desnudos salvo por los macizos collares y brazaletes de oro que señalan su estatus. Y las aljabas para sus flechas.
—Caramba, eso debe de ser digno de verse —dijo Tourant, sonriendo. Su mirada se posó en Raisa, fría y repugnante como el beso de un demonio—.
Morley, ¿usted es mestiza, verdad? ¿Alguna vez ha entrado en batalla desnuda? ¿Cuál es la idea, distraer al enemigo?
Raisa apartó de su mente una imagen de Reid Nightwalker galopando en cueros entre los árboles.
—Si lo pensáis bien, señor, os daréis cuenta de que no puede ser verdad — dijo Raisa, eligiendo con tiento cada palabra antes de escupirla—. Cualquiera que fuera desnudo por las montañas pasaría frío incluso en verano. En un invierno norteño, moriría congelado.
—Están acostumbrados al frío —terció la beata—. Ni siquiera lo notan.
—Es cierto que estamos acostumbrados al frío —dijo Raisa—. Mucho más que los llaneros. Pero todo tiene un límite. Los clanes son famosos por sus herreros y orfebres, de modo que sí, se ponen joyas. Pero también se visten con cuero, pieles y tejidos —dijo, recordando los grandes telares funcionando sin tregua en los pabellones.
—Hay quien sostiene que a los salvajes les crece un denso pelaje en invierno, como a los lobos —dijo Tourant, como si fuese un asunto a debatir seriamente entre eruditos—. Por eso los llaman Lobos Grises. —Este comentario fue recibido con unas cuantas carcajadas, aunque muchos estudiantes se revolvieron incómodos en sus asientos—. ¿Es verdad, principiante Morley?
—¡No es verdad! —dijo una chica escultural de tez cobriza y con acento de Tamron sin que le hubieran preguntado—. Mi familia trata con mercaderes de los clanes constantemente. El que viene a vernos más menudo es muy educado y va bien vestido; desde luego, no es un salvaje, aunque sabe cómo conseguir lo que quiere.
—Mira por dónde, principiante Haddam —dijo Tourant, guiñándole un ojo—. Se diría que le gusta ese comerciante. Cuando dice que sabe cómo conseguir lo que quiere, ¿a qué se refiere exactamente?
Haddam se sonrojó enojada y abrió la boca para hablar, pero Tourant señaló a otro estudiante que había levantado la mano.
—Gutmark. ¿Usted qué cree?
—Las reinas de los Páramos son brujas —dijo un chico muy serio de Bruinswallow—. Hechizan a sus hombres para que las dejen gobernar.
—Las reinas de los Páramos gobiernan por la misma razón que los reyes de Tamron y Bruinswallow —dijo Raisa—. Linaje, historia, educación y capacidad.
—Hay magia demoníaca en las montañas del norte —dijo otro alumno de las islas Meridionales—. El rey Demonio nació y murió allí, y sus huesos contaminan el reino hasta el día de hoy. La tierra te hace ampollas en los pies y las plantas se marchitan.
—Allí crecen plantas —repuso Raisa—, sólo que no son las mismas que crecen aquí. ¿De dónde piensas que vienen todas vuestras medicinas y perfumes?
—Brujería —dijo la beata ardeniense, estremeciéndose—. Jamás me pondría esos perversos perfumes. Enturbian la mente y conducen a pecados carnales. Cuando me gradúe voy a ser misionera. Me iré a vivir con los salvajes de las montañas y ayudaré a civilizarlos y enseñarles la fe verdadera —dijo.
Raisa intentó imaginarse a aquella chica tan ingenua enfrentada a su padre, Averill Lightfoot, lord Demonai, empeñada en civilizarlo. Su abuela, la Matriarca Elena Cennestre, se la comería viva.
—Vaya, pues que tengas suerte —dijo Raisa, poniendo los ojos en blanco.
Acto seguido se estremeció cuando una voz retumbó desde el fondo del aula.
—Diplomado Tourant, ¿alguna vez ha estado en los Páramos?
Todo el mundo se volvió para encontrarse con la imponente figura del maestro Askell.
Tourant se sonrojó.
—No, señor, no es la clase de lugar al que yo…
—¿Quién ha estado en los Páramos? —preguntó Askell, paseando la mirada por las filas de asientos—. Que se ponga de pie.
Raisa se levantó. Fue la única.
—¿Nadie más? ¿Ni siquiera una breve visita? —insistió Askell. Todos miraron al suelo—. ¿Alguien tiene amigos, parientes o socios comerciales que sean del norte?
Esta vez Haddam se levantó entre un frufrú de telas, fulminando con la mirada a Tourant. Askell suspiró.
—Pueden sentarse, Morley y Haddam. —Lo hicieron—. Como director de Casa Wien y profesor de Vado de Oden, me gusta pensar que desempeño un papel muy importante en su educación. Pero no es cierto. Lo que hace tan efectivo a Vado de Oden es la diversidad de sus estudiantes, que proceden de todos los rincones de los Siete Reinos.
» Los cadetes espabilados aprovecharán esta oportunidad. Se callarán y escucharán a los expertos que haya entre ellos, a quienes hablen fundamentándose en la experiencia personal. En el futuro, si se vuelven a encontrar en la paz o en la guerra, estarán mejor preparados para llevar a cabo su trabajo. Quienes se basen en la experiencia triunfarán. Quienes abracen mitos, insinuaciones y rumores fracasarán. ¿Lo comprenden?
—¡Sí, señor! —resonó en el aula.
Askell esbozó una sonrisa.
—Prosiga, diplomado Tourant —dijo. Dio media vuelta y salió del aula.
Raisa se volvió a tiempo de captar la mirada ponzoñosa de Tourant. « Bueno —pensó—. Ya tengo un enemigo» .
A partir de ese día, el maestro Askell apareció más a menudo en sus clases. Sobre todo en las de exposición oral. Raisa notaba un cambio en la actitud y la conducta de Tourant, y al levantar la vista de sus apuntes se encontraba con el maestro apoyado contra la pared del fondo del aula. Al final de una clase de lengua, lo vio sentado entre los alumnos y se preguntó cuánto tiempo llevaba allí. Solía entrar inadvertido durante un acalorado debate o en medio de un examen oral. Y volvía a marcharse cuando había visto lo que fuera que hubiese ido a ver.
El rendimiento de Raisa en el aspecto físico de su formación como soldado seguía mejorando, pero era consciente de que nunca sería una experta. Era demasiado menuda y ligera para manejar con destreza la mayoría de las armas de los llanos, a pesar de haber fortalecido notablemente su musculatura. Era medianamente competente como arquera y una amazona consumada.
Sobresalía en geografía, seguimiento de pistas y supervivencia, gracias a su entrenamiento en los campamentos.
También se le daba bien la economía, otra ventaja de su estancia en los mercados de los clanes.
Le gustaba compartir habitación con Hallie y Talia. A medida que fueron pasando más tiempo juntas, comenzaron a tratarla más como una igual y menos como un objeto frágil.
Hallie parecía una adulta comparada con sus compañeras. Era grandota, vocinglera, fuerte y gregaria, pero callaba y se ponía triste cuando su hija aparecía en la conversación. Tenía un pequeño bosquejo de Asha que sacaba y contemplaba varias veces al día, como si temiera olvidar la cara de su niña. Le enviaba cartas cada semana, y también regalitos, aunque nunca sabía si llegaban a su destino.
Raisa pidió a Hallie que le mostrara el retrato de Asha una noche en que ambas se quedaron estudiando hasta tarde para preparar un examen.
—Es muy guapa —dijo Raisa, contemplando el dibujo de una niña de expresión solemne con enormes ojos azules y un halo de finos cabellos claros—. ¿Quién te hizo el dibujo?
—La hermana del cabo Byrne, Lydia. Él le pidió que lo hiciera cuando me matriculé y me uní a los Lobos.
—Tuvo que ser una decisión difícil. Venir aquí, quiero decir —dijo Raisa.
Hallie se encogió de hombros.
—Estaba en el ejército regular, en las tierras altas, cuando descubrí que estaba embarazada. —Miró a Raisa—. No soy idiota, estaba tomando hierba doncella, pero es difícil ceñirse a un horario cuando estás en el ejército, viajando sin parar.
» Fui a casa para tener a mi hija, pero necesitaba trabajar para mantenerla. Lo único que sé hacer es servir como soldado, pero aborrecía la idea de regresar al ejército porque entonces siempre estaría alejada de ella. Se me ocurrió alistarme en los chaquetas azules pero hoy en día es necesario tener formación. —Titubeó un momento, como decidiendo cuánto quería contar—. Pensé que debía intentar encontrar un señor de la calle competente y unirme a su banda. Sólo que si me pasara algo malo, Asha se quedaría sola. Yo soy el único sostén suyo y de mis padres.
« Estas personas toman decisiones terribles a diario —pensó Raisa—. Y yo que pensaba que la vida de la clase trabajadora era simple» .
—Entonces el Orador Jemson del Templo de Puente del Sur me dijo que había una obra benéfica que se llamaba Misión Rosa Silvestre —prosiguió Hallie —. Dijo que si me admitían podía conseguirme dinero para pagar la matrícula de Casa Wien.
« ¡La Misión Rosa Silvestre!» Raisa levantó la cabeza.
—¿En serio? —Impulsivamente, cogió las manos de Hallie—. ¡Oh, qué buena noticia!
Hallie ladeó la cabeza y miró a Raisa entornando los ojos.
—Bueno, sí. De manera que ya te puedes imaginar el resto. Me aceptaron y aquí estoy. Y cada Día del Templo compro una rosa a la florista del puente y la llevo al altar de la princesa Raisa. Y cuando vuelva a casa espero que me asignen a su servicio. Así podré estar con Asha y velar por la seguridad de la dama. —A lo mejor lo consigues —dijo Raisa, que carraspeó.
—A lo mejor.
Hallie guardó el retrato de Asha.
En clase, Raisa estudiaba estrategias de combate desarrolladas por Gydeon Byrne hacía muchos siglos. Lydia Byrne había diseñado el prototipo de un estoque de dos filos que seguía utilizándose. Dwite Byrne había renovado las funciones de los soldados montados en una época en la que la caballería había caído en desuso.
Raisa y Amon tenían aquello en común: ambos sentían la presión de ser herederos de antiguas dinastías destacadas por sus logros.
Amon era diestro con las armas y sacaba buenas notas en las demás materias, pero no era el más importante, el más fuerte ni el más rico de los cadetes de su clase en Vado de Oden. No se ganaba a sus compañeros invitándolos a cerveza y sidra en la Calle del Puente para luego irse a dormir de madrugada, trastabillando cogidos del brazo.
Irradiaba serenidad, como si supiera quién era y adónde iba. Era un amarradero firme en un mar cambiante. Era sincero y mantenía la palabra, y era implacablemente justo. Hacía que la gente quisiera seguirlo.
« Puedo aprender de él —pensó Raisa—. Yo tiendo a poner nerviosa a la gente, no a calmarla» .
Amon seguía entrenándola en el manejo de la vara que le había regalado Dimitri. Había días en que sólo lo veía entonces; se iba de la residencia antes de que ella se levantara de la cama y cuando regresaba, Raisa ya dormía como un tronco. Como comandante de clase, asistía a interminables reuniones y participaba en el gobierno de la escuela. Al menos ése era el cuento. Raisa seguía pensando que evitaba estar a solas con ella.
Sin embargo, a veces levantaba la vista, incluso en el comedor, y encontraba aquellos ojos grises clavados en ella.
—Creía que a este sitio lo llamaban el gran nivelador —le dijo a Amon al cerrar un libro tras una larga jornada. Hacía ocho semanas que había comenzado el trimestre, las ocho semanas más excitantes y agotadoras de su vida. Amon levantó la vista de su dibujo de ingeniería.
—Y lo es.
—Entonces, ¿por qué el maestro Askell se avino a ponernos a todos en la misma residencia? ¿Y por qué aprobó un plan de estudios especial para mí, si todo el mundo recibe el mismo trato?
—Es el mismo —dijo Amon—, hasta que deja de serlo.
Prosiguió con su tarea hasta que la mirada fulminante de Raisa le obligó a levantar la vista otra vez. Se apoyó en el respaldo y comenzó a hacer girar la pluma entre los dedos. Se había convertido en un hábito.
—El maestro Askell sabe quién eres —dijo—. Se lo conté.
Raisa por poco escupe el té.
—¿Qué? ¿No fuiste tú quien dijo que era tan importante que nadie supiera quién soy?
Amon asintió.
—Cierto. Lo dije. Pero tenía que convencerlo de que teníamos que alojarnos aquí, en Grindell Hall, lo cual va contra las normas. Aunque técnicamente eres una principiante, yo quería que estuvieras con estudiantes de cuarto. —La pluma se cayó al suelo y se agachó para recogerla—. No quería pasarme las noches en vela preguntándome si estabas segura en una residencia de la otra punta del campus. Quería que alguien con autoridad estuviera informado por si algo sale mal.
—¿Confías en él?
—Sí. Confío en él.
Raisa recordó su entrevista con el maestro Askell.
—Por eso me lo hizo pasar tan mal. Esperaba que me pusiera temperamental
y exigente.
Amon asintió.
—Exacto. Sólo se avino a concederte lo que querías porque contaba con que suspenderías enseguida. —Sonrió satisfecho de sí mismo—. No te conoce tan bien como yo.
—Ha estado apareciendo por mis clases —dijo Raisa.
—Eso lo hace siempre, pero en especial si tiene dudas sobre un estudiante en concreto. —Amon titubeó antes de seguir hablando—. Taim Askell es el heredero de una noble familia ardeniense. ¿Recuerdas cuando te preguntó si te habías fugado para unirte al ejército? Eso es precisamente lo que hizo él. Se embarcó para cruzar el Indio hasta Carthis y combatió en las guerras de allí, ascendiendo poco a poco desde soldado raso.
» Cuando regresó a los Siete Reinos decidió que necesitaba formación para convertirse en oficial y vino aquí. Mi padre era el comandante de su clase. Askell pensaba que mi padre era un niñato con ínfulas, promovido a un cargo que le venía grande. Mi padre pensaba que Askell era un sabelotodo arrogante que debería callar y aprender algo.
—¿Y qué sucedió? —preguntó Raisa.
—Mi padre nunca me ha explicado nada, pero cuentan que quedaron fuera del campus para resolverlo y que se sacudieron a base de bien. Entonces Askell se calló y aprendió algo, y junto con mi padre escribió un libro sobre las guerras de Carthis que contribuyó a que más adelante Askell consiguiera trabajo aquí.
Está en la biblioteca, si quieres echarle un vistazo.
—¿Cómo fue cuando viniste a estudiar aquí con Askell? —preguntó Raisa.
—Un verdadero infierno los dos primeros años —dijo Amon, sonriendo—. Yo también lo veía mucho en mis clases. Pero la cosa terminó en que me nombró comandante de clase.

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