23. Alas

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Advertencia: AlisCia

Le colgaron cadenas, lo ensuciaron con basura y barro, eso que cargaba en su espalda lo hicieron ver endemoniado. Hubo miedo, temblaron y en la ignorancia lo odiaron. Las alas soltaban sus largas plumas negras embarradas de tierra y sangre. Ella por más que corrió para alcanzarlo, cubrir su espalda ancha y recibir ese injusto castigo con él, fue uno de los fieles caballeros de su rey quien la obligó a huir, a dejarlo solo en ese camino de vergüenza en medio de un reino que una vez lo aclamó.

Lloró hasta que no salieron más lágrimas de sus ojos avellanas. Y aun cuando habían pasado tantos meses desde esa dolorosa experiencia, todavía le dolía ver las cicatrices en su espalda desnuda y raspada.

En una pequeña cabaña en medio de un prado habían asentado su hogar, lejos de los lujos del Castillo y sin nada más que sus propias manos para vivir. Y solo eso les bastaba, así lo sentía la diosa cuando acariciaba el torso de su amado rey.

Los días calurosos habían tostado su piel y el trabajo pesado en el campo lo mantenían con manos toscas y las uñas negras. Ella preparaba un baño cada noche para él.

Humedecía un trozo de tela en el agua tibia dónde él se sumergía, bañaba su cuerpo con delicadeza y en las cicatrices de su espalda siempre se detenía un poquito más, con más ternura.

—No duelen, mí diosa.

El ex monarca habló bajo, entendiendo todas y cada una de las veces en que sintió la delgada mano de su esposa temblar en las marcas que en el cuerpo le habían quedado.

—Pero a mí sí, mí señor, cuánto daría por haberle quitado algo de todo este dolor.

Las palabras de ella tocaban profundamente su corazón, hasta el fondo de sus momentos más oscuros. Sonrió con una mueca demasiado sincera y el sonido del agua chapoteó con los movimientos de él.

La había tomado por la cintura y sin importar el ligero vestido que la diosa llevaba, la había metido en la bañera de madera con él. La miró algunos segundos a sus bellos ojos vidriados y con una caricia sutil en su rostro de piel blanca, habló:

—Me quita cada día cualquier dolor, mí diosa...

Alistair no mentía, en sus ojos negros no había ninguna señal más que alegría por tenerla entre sus brazos. Stacia se acurrucó en el espacio entre su mentón y su hombro, en el hueco que ahí quedaba, donde ella encajaba con absoluta perfección; desde ahí soltó una risilla que cosquilleó en la piel de Alistair.

—Ali, no quiero que nada vuelva a dolerte.

—Entonces quédate conmigo para siempre, Stacia. Porque aunque algo me duela, o algo me quiten, como cortaron mis alas, me bastará con tenerte así, para volver siempre a sonreír.

Sus palabras brotaban desde su alma, la apretó fuerte contra él y sin poder controlar el huracán de emociones, desde el lugar donde grandes cicatrices marcaban su espalda, la piel se abrió sin emitir sonidos, sin mediar dolor alguno y enormes alas negras se extendieron y encorvaron para refugiar a dos amantes bajo plumas tan negras como la noche sin estrellas, pero tan puras como la profundidad de los ojos del hombre al que ella amaba.

Sus alas eran una maldición, pero bajo las suaves caricias de su diosa, toda maldición quedaba reducida a solo fantasmas del pasado, porque frente a él, tenía su hoy, su mañana, su amor.

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Nota de autor
Creo que ya he dicho que el AlisCia es básicamente el KiriAsu pero de la versión de Mythical de mí geme.
Gracias y nos leemos mañana.

31 días EndulzadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora