01. Desespero

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A veces, tal como le estaba ocurriendo esa noche, no lograba evitar que sus pensamientos la llevaran lejos, hasta aquella ciudad donde meses atrás con una simple firma puso fin a su propio matrimonio y a la familia qué había formado. Había actuado con alevosía y estupidez, ahora era consciente de ello, lo aceptaba, pero en ese preciso instante, su propia desesperación era su nuevo y mayor obstáculo a vencer.

No pudo evitar volverse a encerrar en ella misma porque temía que Albert volviera a decirle esa frase que casi al llegar había repetido: "te ves más linda cuando ríes, que cuando lloras". Por eso había terminado limitándose a hablar de sus preocupaciones y temores sólo con su terapeuta; un hombre que, en su opinión, era demasiado ortodoxo, que la mayoría del tiempo se enfocaba en escucharla, sin opinar o darle algún consejo y en el que realmente no confiaba a plenitud. Aun así, le parecía buena la sugerencia de escribir una carta en la cual plasmara todo aquello que siempre quiso decirle a su exesposo y que nunca se atrevió. De hecho, pensó que podia ser una buena idea si escribía otra carta similar, pero para Albert.

Tal vez, muy de vez en cuando, aquel tipo tenía buenas ideas.

Como fuera, la realidad era que no había sido sino hasta el fallecimiento de la tía abuela, que realmente comenzó a pensar en el destino que le esperaba. Temía que la terapia no la ayudará a sobreponerse, igual que antes, pero quizá desde ese momento realmente comenzó a prestar un poquito de mayor cuidado a su salud mental.

A un par de metros dormía Teresa, ajena al caos que su madre experimentaba. La rubia sonrió pensando que al menos su pequeña estaba tranquila; ese era su único consuelo.

Anhelando una distracción a la confusa tarea mental que hasta ese momento seguía postergando, estiró la mano hacia la carta que había dejado en su mesita, frente a la lámpara. Se incorporó y encendió la luz dispuesta a volver a leer aquellas letras que habían recorrido un largo trayecto para llegar a sus manos y que, de antemano, sabía que en ningún momento se dirigían a ella.

Mi estrellita:

Tal como siempre, esperó que te encuentres bien, que cada día te acostumbres más a la vida en Chicago y que seas amable con todos, sobre todo con tu madre, aunque comprendo que aún eres muy pequeña como para actuar adrede.

En la última carta que recibí decía que estabas un poco enferma, imagino que para cuando recibas mi respuesta ya te sentirás mejor. Estoy seguro de que tu mamá, siendo la profesional que es, ha cuidado de ti con especial cariño y atención.

Te extraño tanto que duele no tenerte cerca, pero a tú edad ha sido lo mejor, me consuela saber que estás con quién debes estar.

Ella te necesita tanto como tú a ella. Lo sé de primera mano. A tu edad yo también necesité de mi madre, aunque mis circunstancias fueron distintas. Tal vez algún día podamos charlar al respecto.

Y hablando de ella, tu abuela te envía un suéter que me aseguró que ella misma tejió, espero que lo recibas en buenas condiciones y que te quede bien. Cuando lo vi pensé que era demasiado pequeño, aunque ella me mostró que se estira, así que al menos te servirá durante un tiempo. Al final solo son suposiciones, porque ni siquiera puedo estar seguro de cuánto has crecido.

Hoy no tengo demasiado que decir. He estado ocupado con la nueva puesta en escena, pero de todas formas quiero que sepas que en cada instante estás en mi corazón y en mis pensamientos.

No olvides saludar a todos de mi parte.

Con amor.

Tu papá, que te ama y extraña cada día.

Por un Poco, Por SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora