03. Deseo

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Semanas más tarde, por la mañana, igual que todos los días, antes de comenzar a preparar el desayuno y mientras la hermana María estaba afuera, recibiendo la leche y algunos vegetales que había llevado Jimmy, Candy se acercó para dar los buenos días a la señorita Pony.

—Gracias —balbuceó la mujer, mientras la rubia terminaba de contar sus pulsaciones.

—No tiene nada que agradecerme, es mi deber. Lo mínimo que puedo hacer es intentar cuidar de ustedes, las mujeres que me criaron desde que era bebé.

—No es tu deber. Tú deber es cuidar de la familia que te acogió y de tu marido.

—Pero...

—Lo sé, lo sé; te divorciaste... Aún así debes dar gracias por todo lo que has recibido. De no ser por el señor Andrew, sólo Dios sabe dónde estarías ahora y con quien te habrías casado.

—Seguramente estaría en México y quizá me habría tocado un mejor marido.

—Lo dudo. Tal vez habrías terminado muerta, porque en la época en que te quisieron enviar, había guerra en ese país y allá no querían a los extranjeros. Al menos eso fue lo que me contó otro muchacho que creció aquí y que por azares del destino terminó trabajando allá, antes de que la guerra comenzara.

—Ha tenido muchos niños bajo su cuidado y todos la cuidan o están al pendiente, de alguna forma u otra —comentó con amabilidad.

—Mira a tu alrededor —tosió—. Eres la única que está aquí —la rubia comprendió bajando la mirada—. Y sin embargo, contigo, con las esporádicas visitas de Annie y la constante presencia de Tom y Jimmy, además de las cartas que algunos otros suelen enviar de vez en cuando, nos es suficiente —sonrió—. Pero gracias a ti es que puedo estar segura de que hice un buen trabajo. Soy consciente de que quizá nunca tuve la oportunidad de brindarles todo el cariño ni la atención que ha necesitado cada uno de los pequeños que han estado en este hogar; todos necesitaban de una mamá y un papá, y me alegra que muchos hayan logrado tenerlo, porque esa fue la única manera en que consiguieron ese amor que la hermana y yo no pudimos darles.

—Aún así, debe ser difícil criar a tantos niños para que la mayoría terminé yéndose para siempre.

—Lo es. Pero la esperanza de que tengan una mejor vida que la que pudiéramos darles, es un buen aliciente, y haberles brindado el mejor hogar que nos fue posible, siempre será un consuelo para nosotras. No pienses que, porque tuviste la suerte de crecer aquí, el resto de orfanatos serán como este. Te aseguro que deben existir lugares peores y quizá también otros que sean mejores.

—Tuve suerte de ser su niña consentida —intentó bromear.

—Tal vez es cierto —sonrió—. Por alguna razón, siempre nos hemos preocupado mucho por ti. Debe ser porque siempre fuiste muy atrabancada —sonrió, hasta que la tos le impidió seguir.

—Sigo intentando cambiar eso —le respondió mientras la auxiliaba—. Señorita; ¿qué es lo principal que busca en las personas que quieren adoptar? —preguntó con curiosidad.

—Sería ingenuo decir que me enfoqué en encontrar buenas personas. Claro que es importante, pero la realidad es que eso es algo muy difícil de comprobar y las personas malvadas siempre intentan dar una cara amable cuando les conviene. Por eso, aunque me duela admitirlo, nunca podré estar segura del futuro de todos aquellos pequeños que han sido adoptados. Lo he intentado, Dios sabe que así ha sido. Más allá de la situación económica de las familias, he intentado ubicarlos a todos con personas buenas, pero nunca podré estar segura de ello.

—Tuve suerte de ser acogida por Albert.

—Sí. Aunque ambas sabemos que todo pudo haber sido diferente para ti —la rubia no supo cómo responder a eso—. Agradece las bendiciones que has recibido, incluyendo al marido que elegiste; porque de no ser por él no tendrías a tu pequeñita.

Por un Poco, Por SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora