04. Errantes

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El cartero llegó cuando el desayuno estaba casi listo y luego de recibirlo la rubia dejó las cartas sobre una repisa cerca de la entrada, antes de regresar a la cocina al escuchar que algunos niños comenzaban a levantarse.

Desayunó a pesar de no tener hambre y revisó el correo mientras los niños terminaban, imaginaba que la mayoría de las cartas eran de personas que, al igual que ella, también habían crecido en el hogar y se enteraron de los malestares de la señorita Pony, pero hizo una pausa cuando casi terminaba al leer el nombre de Teresa Grandchester en una de estas y al terminar sus labores de la mañana salió junto con su hija hasta llegar al padre árbol, dónde se sentó.

—Tu papá no se ha olvidado de ti —sonrió—. A veces creo que sería mejor si te llamará en lugar de escribir, pero de todas formas no podrías responderle y así, cuando crezcas podrás volver a leer sus cartas.

Abrió el sobre notando que este solo contenía una hoja. Como siempre, suponía que escribía para Tessie, pero mantenía la esperanza de que una vez más añadiría algo para ella.

—¡Candy! —Jimmy gritó, interrumpiendo antes de que pudiera desdoblar la hoja—. ¡Ven conmigo! ¡Date prisa! —corría en su dirección—. Me llamaron del rancho Stevens. Tom tuvo un accidente.

Regresando la hoja al sobre, se apresuró temiendo que hubiera sucedido algo grave.

Después de escuchar que el médico estaba ocupado en un parto, su prisa fue tanta que simplemente guardó la carta en su bolsillo, dejó a su hija con él, para que se la entregara a la hermana María y se montó en el caballo que Jimmy había llevado.

Fue tan rápido como pudo aunque tardó poco menos de una hora en llegar y para entonces ya alguien había entablado el brazo y el tobillo del vaquero, aunque lo del pie sólo parecía ser un esguince.

—Me dijeron que te caíste del caballo, temía que tus heridas fueran más graves —de todas formas lo revisó, sin lograr evitar los malos recuerdos que le trajo aquel accidente.

—Gracias por venir. No sabía que te habían llamado.

—Creo que estarás bien —notó un ligero rasguño en la frente de Tom—. Quien te ayudo hizo un buen trabajo. Iré al pueblo a comprarte algunos medicamentos para él dolor y después volveré al hogar.

—Preferiría que te quedarás a mi lado. Enviaré a alguien al pueblo.

—A veces no es posible tener lo que deseamos. Mi hija está allá, debo volver.

—Claro; tu hija... —a Candy no le agradó el gesto con que el vaquero se refirió a Tessie—. Al menos quédate un poco más.

Accedió, pero estar ahí la incomodó demasiado y después, mientras uno de los hombres del rancho iba por los medicamentos, no supo cómo rechazar las caricias y los besos que el vaquero le brindaba.

Era agradable saber que alguien la deseaba de esa forma, sin embargo, en el fondo ya no estaba segura de estar lista para aquello.

—Lo siento —se alejó cuando las caricias comenzaron a subir de tono—. Es mejor que me vaya. No creo que tarden mucho en llegar con los medicamentos. Aquí anoté los horarios en que debes tomarlos y los cuidados que debes tener —lo escuchó exhalar con frustración.

—Bien —ninguno se atrevió a decir nada más hasta que pocos minutos después, por segunda vez, ella anunció su partida.

Salió de ahí con la idea de volver al hogar, pero de camino al pueblo encontró a Archie, quien le ofreció llevarla en su auto aunque primero pasaría a Lakewood por Annie y se encargaría de regresar el caballo a los Cartwright.

Por un Poco, Por SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora