18. Mentiras

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Era el último, era su turno para tomar una ducha, había sido un día bastante difícil, aunque imaginaba que para su exesposa había sido aún peor.

—Las duchas están por aquí —La hermana María lo guió y le entregó una toalla antes de que entrara—. Por cierto, no me he dado el tiempo para agradecerte.

—¿Por qué? —preguntó con curiosidad.

—Por las duchas —sonrió—. Cuando a inicio de año Candy nos envió el dinero, nos dejó muy en claro que había sido tú idea. Por eso, gracias a tu donación, ya no tenemos que bañarnos como antes.

—Ah... —balbuceó y luego carraspeó—. Lo hice pensando que les sería de mucha utilidad.

—Lo son, de hecho, nos mandaste tanto dinero que pudimos instalar tres y los niños son los más felices al bañarse.

—Me alegra —sonrió.

—Te dejo tomar tu baño; yo me voy a acostar que ya es tarde y mañana hay que comenzar temprano. Qué tengas una linda noche.

—Igualmente.

Terry entró al cuarto de baño meditando en lo que acababa de escuchar, resopló pensando en que, durante todo ese tiempo no había hecho ni una sola donación al hogar, y sin embargo, le estaban agradecidas por un mérito que no le correspondía a él.

No la entendía.

¿Por qué Candy hacía cosas como esa?, ¿por qué prefería que su madre creyera que él era capaz de algo así, cuando ella era quien se había esforzado tanto por conseguir ese dinero?

No la entendía.

No entendía y aunque deseaba preguntar, no estaba seguro de como hacerlo o de sí la respuesta le gustaría.

Esperaba salir de la ducha sintiéndose más relajado, pero la realidad era diferente.

Entró a la alcoba mientras su falsa esposa se desenredaba el cabello, recordandole esos días en que la ayudó después de su accidente.

Sonrió pensando que ella lucía linda, a pesar de la mirada triste que tenía.

—Hasta ahora, todos nos creen —musitó captando la atención de la rubia.

—Sí —suspiró—. Tengo miedo de mañana, no sé si pueda seguir con esto.

—Tienes que poder —dijo mientras observaba la pequeña pijama que le habían elegido; dudaba que le quedara, era corta y estrecha.

—Lo intentare —se acostó mirando hacia la pared—. Pero espero que mañana podamos irnos temprano.

—Es mi culpa —aceptó mientras se ponía el pijama—. No quise decepcionar a tantas caritas tristes.

—Descuida, sé exactamente cómo se siente.

—¿Imaginabas que sería así?

—No sabía qué esperar. ¿Y tú?

—Llegué a pensar que sería más sencillo —se recostó intentando acomodarse—. Esta cama es pequeña —ella suspiró—. Siento que, si me muevo, me caeré —exhaló—. Tienes suerte de estar contra la pared.

—¿Quieres cambiar de lugar?

—No; pero estoy pensando muy seriamente en la posibilidad de dormir en el piso —con ese comentario la hizo sonreír y también provocó que ella se arrimara un poquito más.

—Descansa.

—Igualmente.

Terry estaba tan cansado que se durmió casi enseguida, pero por más sueño y cansancio que la rubia tuviera, no lograba acallar la voz de su consciencia.

Por un Poco, Por SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora