𝙲𝟻 𝚂𝚊𝚕𝚝𝚎

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Mi corazón latía rápidamente al entrar a esa hacienda. Volvería a ver a mi hombre perfecto después de tantos años. Pero pronto me daría cuenta que mientras todo a mi alrededor seguía sin cambiar, ese hombre ya no era el mismo de antes.

El joven trabajador, llamado José, estacionó la camioneta enfrente de la casa grande. Me bajé y me quedé admirándola por unos segundos, y respirando profundo para calmar mis nervios subí los pasos hacia la entrada.

"¿Qué demonios haces tú aquí?" Preguntó Katia bajando las escaleras, tan soberbia y majadera como siempre, pero yo ya no era esa joven tímida que se dejaba maltratar por ella.

"Hola Katia.  Vine a ver a tu padre, obviamente." Contesté con una pequeña sonrisa.

"Ja, ahora que murió mamá vienes de resbalosa con él, ¿verdad?  Pues fíjate que no, no te lo voy a permitir."

"¿Doña Rosario murió?" Mi sonrisa desapareció al escuchar eso. "Lo siento tanto, no tenía idea.."

"Disculpe señorita Katia.." Interrumpió José. "La Dra. Madrigal viene a revisar al patrón, fíjese que se cayó del caballo que estaba entrenando y—"

"¿!Qué!? ¡Y por que nadie me dice nada!" Giró furiosa subiendo de nuevo, y Juan me miró encogiendo sus hombros, indicándome que siguiera a su jefa a la recámara del patrón.

Katia abrió la puerta de golpe caminando directo a la cama de su papá.  Yo me quedé observándolo desde la puerta por unos segundos antes de seguirla.

"¡Papito! ¿Cómo estas? ¿Te duele mucho?" Preguntó Katia en una voz empalagosa.

Don Armando, recargado en varias almohadas, no contestó, solo fruncía el ceño y luego posó su mirada sobre mí.  Mi corazón latía tan rápido que sentía que se me saldría del pecho.

"¿Me permites?" Le dije a Katia con voz firme, y mirándome desconfiada me dio el espacio al lado de él para revisarlo.

"Mandé llamar por el Dr. Madrigal, no a una niña jugando a ser doctora." Dijo el señor entre dientes y fue en eso que noté el sudor en su frente.

Sus palabras me dejaron en shock.  ¿Era este mi Don Armando? ¿Ese hombre siempre alegre, siempre lindo, siempre con esa bella sonrisa?

Ahora me miraba igual de desconfiado que Katia, con una mirada dura y fría que me desestabilizaba, igual de majadero que ella.  Aclaré mi garganta y cruce mis brazos, mi semblante serio ocultando los nervios que me causaba estar en su presencia.

"Le informó que soy tan doctora como lo es mi padre, y de hecho algo más actualizada.  No soy ninguna niñita, y si sabe lo que le conviene me dejará revisarlo. ¿Qué será Don Armando? ¿Me permite hacer mi trabajo o prefiere que llame una ambulancia y lo lleven hasta la ciudad?"

Padre e hija se me quedaron viendo sorprendidos por unos momentos, pero con mi frente en alto jamás aparté mi mirada de la de él.  Gruñón o no, seguía siendo mi Don Armando, y no me movería de aquí hasta saberlo bien.

"Papá, ¿vas a dejar que te hable así esta igualada? Yo digo que sí, nos vayamos a la ciudad a que te vea un doctor de verdad."

"Salte." Dijo Don Armando, y nos miramos yo y Katia sin saber a quien le hablaba. "¿Qué no me escuchaste Katia? ¡Salte y deja a la doctora hacer su trabajo!"

Ah.. es a ella. Sonreí.

Incrédula, Katia salió de la recámara azotando la puerta detrás de ella, y nos quedamos los dos solos.

"Don Armando.. siento mucho lo de —"

"¿Quería hacer su trabajo, doctora? Hágalo, no hay necesidad de plática innecesaria." Me interrumpió, mirando hacia enfrente, y suspiré, si que habia cambiado..

"Esta bien... Le voy a quitar la camisa." Advertí, acercando mi mano, pero el me detuvo, poniendo su mano sobre mi muñeca.

"¿Qué? Por supuesto que no, ni se atreva."

Alcé mi ceja mirándolo fijamente, hasta que él rodó los ojos y soltando mi mano levantó sus brazos para dejarme quitarle esa prenda.  Traté de no sonreír, pero la verdad me daba ternura.  Gruñón, si, pero seguía siendo mi hombre soñado.

Después de quitarle la camisa él cerró sus ojos, y aproveche para admirarlo unos momentos. Los años le habían sentado tan bien. Había más gris en su pelo y su barba, su pecho y brazos tan musculosos como los recordaba cuando lo veía trabajar con sus caballos.

Puse mi mano sobre su cintura, y juro que su piel se erizó cuando comencé a cuidadosamente revisar su cuerpo por lesiones y fracturas.  Tenía un moretón en su costado donde fue el impacto de su caída. 

"Voy a presionar aquí para revistar si hay alguna fractura, ¿esta bien?"

"¿Acaso tengo otra opción?" Preguntó, frunciendo su ceño de nuevo.

"No, la verdad no la tiene, Don Armando.  Aguante."

Presioné firme su costado, y Don Armando pegó un brinco, agarrándose de mi brazo y perdí mi balance, cayendo sobre él, mis manos deteniéndome sobre su formidable pecho, y nuestros rostros tan cercas que al sentir su aliento y su mirada sobre mis labios me estremecí por completo.

"No.." Dije en un susurro.

"¿No?"

"No, al parecer no sufrió fracturas," Contesté levantándome y esquivando su mirada penetrante busqué en mi maletín por una pomada y vendas. "es solo el golpe de la caida."

"Umf, sabía que no era necesidad tanto escándalo."

Comencé a untar esa pomada suavemente sobre el moretón y Don Armando cerró sus ojos de nuevo.

"Esto.. esto es para la inflamación.. también le dejaré unos analgésicos para el dolor. Pero necesitaré verlo en un par de días.."

La puerta se abrió de repente, y por ella entró Abigail. Esperando ser recibida de la misma manera con la que su hermana me recibió, mi mente quedó en blanco cuando con lágrimas en sus ojos Abigail corrió hacia mi, abrazándome fuertemente.

𝓓𝓲𝓯𝓮𝓻𝓮𝓷𝓬𝓲𝓪𝓼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora