𝙲𝟾 𝚄𝚗 𝙲𝚊𝚏é

350 43 28
                                    

Se me juntaron los hombres de mi vida.. por que sí, aunque Octavio nunca lo llegué a amar de la manera que amo a Don Armando, siempre será importante para mi, pues a su lado aprendí a ser mujer..

"¿Y por qué no te das una oportunidad con Octavio?" Me preguntó Abigail.

Como se nos había echo costumbre desde mi regreso, todas las mañanas nos tomábamos un café juntas, caminando en la plaza del pueblo platicando y recuperando todo el tiempo perdido.  Solo que esta vez aparte del café, me fumaba un cigarrillo, a pesar de la regañada que me dio Abi, pero..  ¡lo necesitaba después de tanto estrés!

Le conté de Octavio, como nos conocimos hace tiempo cuando él andaba en un viaje de negocios

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Le conté de Octavio, como nos conocimos hace tiempo cuando él andaba en un viaje de negocios.. salimos por un trago y cosas pasaron.  Desde entonces cada vez que él andaba por mi ciudad nos volvíamos inseparables, pasando días maravillosos juntos. Octavio quería más, quería casarse conmigo, pero yo simplemente no pude aceptar y decidí terminar nuestra relación antes de lastimarlo más.

"Por que no puedo." Suspiré, sentándonos en una banca.  "Octavio es muy lindo, algo intenso, la pasamos muy bien cuando estamos juntos.  Pero.. no lo amo, ademas tiene dos pequeños, y no me veo siendo mamá todavía.  No sin amor."

"Prefieres hijastras ya grandecitas, como yo y Katia, ¿cierto?"

"¡Babosa!" Solté una carcajada.  Yo con hijastras de mi edad.. no había pensado en eso. ¡Que loco!

"¿Todavía lo amas.. a papá? ¿Después de todos estos años?" Me preguntó Abigail, y solo asentí bajando la mirada, y ella suspiró abrazándome. "Samantita, ¡que voy a hacer contigo! Nadamas que no se entere Katia por que esa salvaje si te agarra de los pelos.

Me reí con ese comentario, y mi respuesta murió en mis labios.  Mi camioneta, mi carcachita, pasó por la calle enfrente de la plaza donde estábamos, con Don Armando al volante, y dio vuelta en la esquina hacia mi consultorio.

"¿Me lo imaginé o es ese..?"

"Sí.. es tu papá en mi carcacha." Sonreí.

Me despedí de Abigail, y caminé hasta donde se estacionó Don Armando. Se encontraba recargado en mi troca, sus brazos cruzados, achicando los ojos cuando me miró acercándome.

"¿Qué es eso Samanta?" Me preguntó serio señalando mi mano.

"Buenos días para usted también, Señor Bustamante."

"Samanta.."

"Es un cigarro.. uno de vez en cuando no hace daño." Contesté poniéndomelo en la boca, aguantándome las ganas de reír con su expresión de papá regañón.

"Como doctora deberías saber lo dañinas que son esas porquerías."

"Ajá, me lo dice el señor que fuma puros." Contesté tirando el cigarrillo al suelo pisándolo para apagarlo.

"¿Cómo sabes que fumo puros?" Me preguntó alzando una ceja, y me mordí el labio pensando rápido. Esa vez que esperé por él en su despacho los vi en el escritorio, en un cajón entreabierto. ¡Atrapada!

"¿Me lo contó Abi?"

"Y aparte embustera. Mis hijas no saben que fumo.. ¿estuviste revisando mis cosas Samanta?"

"¿Un poquitín?" Contesté riéndome de los nervios, ¡me miraba tan intensamente! "Además es su culpa, me hizo esperar mucho tiempo y me aburrí."

"Ahora es mi culpa. Nunca le dije que me esperara, niña atrevida."

"Ash, ya deje de repelar. Venga para adentro."

"¿Para qué? ¿Más revisadas? Si ya estoy bien."

"¡Tan testarudo!" Lo tomé del brazo, y al entrar a mi consultorio saludé a Juan y Lolita, mi enfermero y recepcionista, y cerré la puerta detrás de nosotros en mi oficina. Don Armando se sentó en la silla enfrente de mi escritorio, y yo me recargué en el.

"Gracias. Por.. por traerme a casa anoche.. por arreglar mi camioneta." Por ser tan lindo..

"No tienes nada que agradecer, cualquier persona decente lo hubiera hecho." Contestó.

"En todo caso.. quiero agradecérselo de alguna forma. ¿Acepta que le haga un café?"

Don Armando se me quedó viendo por unos momentos, hasta finalmente asentir, con una extraña expresión en su rostro. En la mesa que tenía al lado de la oficina tenía mi cafetera especial con todo lo necesario. Nos preparé dos, el mío con dos cucharadas de azúcar y crema, el suyo negro y sin azúcar. Le di el suyo y me senté en mi escritorio, mirándolo sobre la taza, y casi se me cae cuando escuché lo que dijo.

"Usted y yo tenemos una lluvia pendiente, no importa si es febrero o si es mayo, se que ese día lloverá... Yo le haré café y usted me hará la vida." Recitó esa nota, mirándome fijamente.

Sentí el calor en mis mejillas y bajé mi mirada, sin poder sostener la suya. ¡Mi rostro siempre me delata!

"Esa nota.. la escribiste tú." No era una pregunta, lo dijo con certeza. "Todos estos años he tenido la duda de quien la dejó entre mis cosas, si fue una broma tal vez.. pero ahora estoy seguro que fuiste tú. Esas mejillas coloradas lo confirman. ¿Por qué Samanta?"

"¿Qué no es obvio?" Alcé mi mirada por fin, "¿no se ha dado cuenta? ¿o no quiere hacerlo?"

"Habla claro, niña."

Me levante de la silla y me arrodillé a su lado, tomando su mano entre en las mías.

"Que ya no soy una niña." Susurré. "Míreme, soy una mujer que.. que se muere por usted Don Armando.. que lo ama desde hace años. ¿No lo ve?" Sentí un par de lágrimas escaparse y él las secó con su pulgar.

"Samanta, podrías ser mi hija.. estoy muy viejo para ti." Me contestó serio, pero su mano acariciaba mi mejilla.

"Eso a mi no me importa, la edad es lo de menos. Yo lo amo..."

"A mi sí me importa.  Lo siento Samanta, pero no puedo corresponderte."

Don Armando se levantó y se fue, dejándome ahí con el corazón destrozado.   Le confesé mis sentimientos y mi señor amargado me rechazó.  Y solo una cosa se me ocurría para poder alegrar esta pena.

𝓓𝓲𝓯𝓮𝓻𝓮𝓷𝓬𝓲𝓪𝓼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora