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Le pido a Iskandar que aparque a unos cuantos metros de la brecha que lleva a mi casa. Todavía tendré que caminar alrededor de un kilómetro sobre un camino de tierra bastante peligroso entre la arbolada para llegar, pero lo prefiero a tener que explicarle a mi tío porqué llegué en el auto de un Guardián. Y no cualquiera. Estamos hablando de un Élite de apellido Knight.

—¿Estás segura de que aquí quieres que te deje? —La voz suave del chico a mi lado me saca de mis cavilaciones y parpadeo un par de veces.

—Sí. —Sueno determinada—. Gracias.

No espero a que diga nada más y abro la puerta del copiloto luego de tomar mi mochila.

Entonces, siento como una mano —caliente y grande— me detiene de seguir moviéndome.

Estoy a punto de pedirle que deje de tocarme, cuando me percato de que tiene la vista clavada en un punto frente a nosotros.

Cuando noto su entrecejo fruncido y la forma en la que todo en él grita alerta, el corazón me da un vuelco. De inmediato, trato de localizar eso que Iskandar ha visto, pero está tan oscuro ya que no logro encontrar nada.

Estoy a punto de preguntar qué ocurre, cuando musita:

—Espera...

Acto seguido, enciende y apaga las luces de su vehículo.

—¿Qué...?

—Hay un auto ahí —Iskandar me interrumpe y un puñado de piedras se asienta en mi estómago.

Entonces, las luces de otro vehículo se encienden.

Está lo suficientemente lejos como para que las luminarias del auto en el que estamos no sean capaces de alcanzarlo, así que no logro reconocerlo.

Mi teléfono empieza a sonar en el bolsillo de mis vaqueros y lo tomo solo para ver que es Enzo quien me llama.

Mierda. Lo que me faltaba...

Aprieto la mandíbula, pero no respondo.

Dos segundos después, recibo un mensaje de texto de su número que dice:

«Soy yo. Baja ya de esa camioneta».

—Oh, genial... —mascullo, al tiempo que reanudo mis movimientos—. No te preocupes. Es Enzo. Acaba de mandarme un mensaje.

—¿Estás segura?

Le muestro la pantalla de mi teléfono.

—Completamente —replico, intentando sonar resuelta, pero en realidad estoy asustada hasta la mierda. No tengo idea de lo que va a decirme—. Gracias por traerme.

No le doy tiempo de decir nada y me bajo del vehículo antes de echarme a andar por el camino de grava hasta llegar a donde Enzo —quien ya me espera de pie junto a la puerta del copiloto con cara de pocos amigos— se encuentra.

No dice nada mientras me deja subir, pero azota la puerta cuando estoy dentro del coche.

Aprieto los dientes.

Cuando trepa a mi lado, azota su puerta también y enciende el motor antes de dar una vuelta en u sobre el camino hacia la casa.

—Quítate eso —espeta y, confundida, lo miro y parpadeo unas cuantas veces. Ni siquiera me mira cuando añade—: Si mi papá te ve llegar usándola va a darle un ataque.

De inmediato, el entendimiento me invade y maldigo para mis adentros. Con las prisas, olvidé devolverle a Iskandar la gabardina que me prestó al salir de la preparatoria.

Guardián ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora