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El sonido de la puerta siendo abierta hace que me levante de la cama, como impulsada por un resorte.

Estaba dormida, así que me siento un tanto desorientada cuando las luces se encienden, pero me las arreglo para colocarme de modo que la cama queda en medio de quien sea que haya entrado a la habitación y yo.

No sé por qué me siento tan vulnerable cuando Sylvester Knight —seguido de su séquito habitual de Guardianes— se abre paso en el espacio en el que me he instalado; pero trato de no hacérselo notar mientras parpadeo un par de veces para deshacerme de la pesadez que se ha aferrado a mis huesos.

De manera fugaz, paseo la vista por las personas que se encuentran aquí y, sin que pueda evitarlo, el corazón me da un vuelco cuando noto que Iskandar está entre ellos, inexpresivo como siempre.

—Lamento haberte despertado —dice Sylvester, pero no parece lamentarlo en lo absoluto. Acto seguido, hace una seña en dirección a uno de los Guardianes que le sigue.

El hombre —que luce más joven que Sylvester, pero que definitivamente es más grande que Iskandar— se acerca y extiende un pequeño paquete en mi dirección.

Al ver que no lo tomo, lo lanza con suavidad sobre la cama. Le echo un vistazo.

Es un Tarot de Marsella.

Alzo la vista en dirección a Sylvester.

—¿Qué se supone que es eso? —inquiero, con la voz ronca por la falta de uso, pero con un dejo despectivo en el tono.

—Una baraja de Tarot, para que empecemos a trabajar.

Esbozo una sonrisa burlona.

—No voy a usar eso —digo, tajante—. Necesito mi mazo. Además de sales de protección, velas sin aromas, un mantel morado... y hacerlo en la iglesia esa, si desea que tenga resultados favorables. —Me encojo de hombros—. O, en el peor de los casos, hacerlo en una habitación neutralizada por completo de energía.

—¿Qué hay de malo con este mazo? —Sylvester inquiere, irritado.

—No es el mío. No voy a poder interpretarlo de la misma manera.

Bufa.

—Creí que cualquier baraja era adecuada para hacer lo que sea que hacen ustedes, los adivinadores —dice, con desdén.

—En primer lugar, no soy adivina —replico—. Y, en segundo, con todo el respeto que se merece, General Knight, usted no sabe absolutamente nada acerca del Tarot, ni de lo que soy capaz de hacer con él.

Aprieta la mandíbula.

—¿Cómo diablos se supone que voy a conseguir tu Tarot? —dice, con los dientes apretados debido a la irritación.

—Su hijo debe saber cómo y dónde conseguirlo —digo, sin siquiera mirar a Iskandar—. Encárgueselo a él.

Sé que estoy implicando que Iskandar sabe más sobre mí de lo que aparenta, pero, si ha decidido ponerme a mí en el ojo del huracán, entonces soy yo la que va a ponerlo a él en un poco de aprietos ahora.

Sylvester no dice nada, solo aprieta la mandíbula.

—No juegues conmigo, niña, o si no...

—No estoy jugando con usted. —Lo corto de tajo—. Necesito mi mazo, velas, sales y un mantel morado.

Luce como si quisiera soltar una palabrota, pero no lo hace. En su lugar, mira por encima del hombro en dirección hacia Iskandar.

—Ve por el maldito mazo. —Suena severo y duro, como si estuviese diciéndole algo más entre líneas.

Guardián ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora