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Hace tanto frío que ni siquiera el grueso abrigo que llevo encima evita que tiemble mientras avanzo por la acera mojada. Acaba de llover, así que el clima está tan horrible que apenas se puede andar por la calle sin terminar mojado hasta los tobillos.

Ni siquiera las botas para lluvia que compré la quincena pasada son capaces de mantener mis pies secos, así que maldigo el ser una chica independiente y con necesidades muy específicas —como la laca de uñas negra, el bálsamo hidratante y el pintalabios rojo— mientras avanzo en dirección al local de adivinación en el que trabajo.

Cuando doy vuelta para tomar la avenida, empiezo a notar lo concurrido de las calles.

No me sorprende en lo absoluto. Kodiak es tan aburrido y diminuto, que nadie se pierde un carnaval por nada del mundo. Los habitantes de esta isla jamás cancelarían la única festividad medianamente interesante. Mucho menos por unas cuantas lloviznas.

El ambiente festivo y pintoresco ilumina las calles conforme me acerco al centro y, pronto, me encuentro viendo a gente riendo y andando de aquí para allá, como si no estuviese haciendo un frío de los mil demonios.

Algunos de ellos se atreven a andar solo con la imitación de la gabardina del uniforme de los Guardianes. Esa peculiar, totalmente negra, que todos visten a toda hora.

La tienda de Madame Dupont se encuentra ubicada cerca del malecón turístico de Kodiak, lo cual la deja en el lugar perfecto en temporada de turistas —o de carnaval—. No hay un alma en Kodiak que no quiera llevarse un amuleto o alguna cháchara con algún embrujo hecho por la mismísima Florence Dupont: mi jefa y la bruja más auténtica —sin contar a mi familia— que he visto en mi vida.

Ella no se llama a sí misma así: bruja. Pero cualquiera que tenga un poco de conocimiento respecto a las artes oscuras podría notar que Florence es todo menos una charlatana.

Es poseedora de una clarividencia muy peculiar, que no le permite ver el futuro, sino... intuirlo. Eso, aunado a lo acertadas que son las lecturas del Tarot que ofrecemos en el local, le ha dado a Madame Dupont la fama de ser la mejor médium de todo Alaska.

Lo cierto es que mucha de su fama se la debe a mis cartas, que parecen tener siempre algo que decir; y a Tiffany, su hija, que es capaz de convencer a quien sea que se le pone en frente que necesita una baratija para la buena suerte colgando de su cuello.

Mi tío se volvería loco si supiera que trabajo aquí. No por el hecho de exponerme como una especie de «bruja», sino por el hecho de leer las cartas todos los días.

Theodore Black —mi tío— es el hombre más paranoico del mundo. Cree que cualquier cosa que hagamos respecto al mundo espiritual, va a revelar nuestra identidad. Nuestra naturaleza oscura. Druida.

Lo cierto es que dudo mucho que leer el Tarot haya hecho que los Guardianes pusieran los ojos sobre nosotros. En donde vivimos se hicieron cosas atroces en el pasado —peores que una lectura del Tarot— y nunca tuvimos a un solo Guardián tocando a nuestra puerta. Algo más ha ocurrido para que ahora sepan de nuestra existencia, pero no estoy muy segura de qué ha sido.

Al entrar al local, lo primero que noto es que está bastante concurrido. Hay una pareja de enamorados que parece haber sido atrapada por las técnicas de venta de Tiff. Escucho a la chica decir que le gusta el más caro que tenemos y disfrazo mi sonrisa socarrona por una amable cuando saludo a todo el mundo.

Florence se encuentra comentando algo con un par de clientes más y me saluda con un apretón fuerte de manos cuando paso junto a ella para llegar a la parte trasera de la tienda.

—Antes de que lo olvide, Maddie —dice, cortando de tajo al cliente que le habla sobre un maleficio que cree tener. Me detengo tan pronto me habla y me vuelvo justo a tiempo para ver el gesto alerta que esboza—: Es la tercera vez que sueño contigo esta semana. Tenemos que echarte una mirada. Por precaución.

Guardián ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora