El corazón me va a explotar dentro del pecho, pero no dejo de correr. Si lo hago, muero.
Estoy aturdida, aterrorizada y me tiemblan las piernas. De todos modos, acomodo el gorro tejido que he llevado en la cabeza desde que salimos de casa —ese que me cubre el cabello por completo— y que me han instruido llevar en todo momento. Incluso dormida.
... O siendo perseguida.
Alguien tira de mí hacia a un lado y me cubre la boca con la mano para evitar que grite. El rostro horrorizado de mi madre invade mi campo de visión, pero es apenas un segundo. Un instante antes de que me haga entrar en el armario.
—No hagas ruido —dice en un susurro y cierra la puerta.
El sonido de los pasos rápidos retumba por el piso de madera de la casucha en la que nos encontramos. Ya no tratan de ser silenciosos y cautos. Ahora no les importa ser escuchados. Traen con ellos el anuncio del peligro inminente.
Segundos eternos se estiran y se alargan hasta formarme un nudo en el estómago que me hace emitir un ruido involuntario. Un pequeño jadeo mezclado con un suspiro de terror.
Me cubro la boca con las manos sudorosas y temblorosas. Tengo mucho... no... muchísimo miedo.
—¡No!
Abro los ojos como platos.
¡Mamá!
—¡Por favor, no! —Suplica. Jamás la había escuchado así: aterrada—. ¡Noooo!
La escucho gritar una vez más y, luego, la escucho suplicar. Entonces, viene el ruido aterrador. Ese que me hace cerrar los ojos con fuerza y cubrirme los oídos para amortiguarlo, pero no sirve de mucho. De todos modos, soy capaz de percibirlo. Suena como un animal moribundo. Como una criatura agonizante.
Los escucho gritar órdenes a ellos —a los Guardianes— y presiono las palmas con más fuerza contra mis orejas, porque ni siquiera las voces abrumadoras que retumban a toda hora en mi cabeza son capaces de acallar el sonido aterrador de lo que está sucediendo ahora mismo. El pánico que siento es atronador y el corazón me duele como si estuviesen arrancándomelo de tajo.
Alguien abre la puerta del armario, pero no me muevo. Ni siquiera respiro mientras aprieto los ojos con fuerza.
Espero y espero... pero nada sucede.
Encaro a quien sea que ha abierto la puerta.
Frente a mí está un niño, pero no importa porque yo también lo soy. Tiene los ojos azules —¿o grises?... No lo sé— más impresionantes que he visto en mi vida y viste como uno de ellos.
De alguna manera sé que, si no es un Guardián, está entrenando para serlo.
Me tenso por completo cuando alguien le pregunta si ha encontrado algo, pero él ni siquiera se inmuta. Solo me mira fijo durante una fracción de segundo más, antes de decir:
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Guardián ©
ParanormalLa guerra entre su mundo y el mío es una bomba de tiempo a punto de estallar y la supervivencia de los suyos es la extinción de los míos. Es tormenta. Es volcán. Es peligro. Es mi fin hecho persona... Él es El Guardián. ...