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Estoy de pie frente a un acantilado.

No conozco este lugar —nunca había estado aquí—, pero sé que está dentro de Kodiak. Puedo sentirlo...

Las olas que rompen contra las piedras son furiosas; provocadas por una tormenta que cae con violencia sobre mi cabeza. Pese a eso, no puedo sentirla mojándome. De alguna manera, es como si no estuviera en este lugar en realidad, como si solo fuese una espectadora.

Tengo miedo. Estoy aterrada de la energía atronadora que lo envuelve todo y que se cuela a través de mis sentidos embotados; como el más corrosivo de los ácidos.

El mar está cada vez más picado. Las olas están alcanzando una altura imposible en este lugar y chocan cada vez más alto en el acantilado.

—Ya viene.

Ahí está de nuevo. La voz femenina y maternal que habló conmigo hace una eternidad está de regreso.

No me molesto en hablar, porque sé que no voy a poder hacerlo, así que pienso:

¿Va a salir de ese lugar?

Tengo la mirada fija en un punto en el océano. El lugar donde las olas aterradoras se forman y la energía oscura se arremolina; esa que te eriza cada vello del cuerpo y te hace imposible moverte de lo impresionante que es.

—Chica lista. —La voz me alienta.

Sonrío, pese a que estoy asustada hasta la mierda.

¿Qué es? Inquiero, para mis adentros.

—No lo sé. —Suena compungida; como si genuinamente lamentara el no saberlo—. Pero me temo que solo tú puedes detenerlo.

Parpadeo un par de veces, confundida, antes de soltar una risotada ansiosa y burlona.

¿Qué te hace pensar que yo puedo detener eso? Sacudo la cabeza en una negativa.

—Eres más de lo que piensas, Madeleine Black, y tu poder supera a cualquiera que haya visto antes.

Esta vez, cuando pronuncia aquello, busco a la dueña de la voz, porque ha sonado cerca. Muy cerca.

Solo puedo ver a una chica de pie a pocos metros de distancia. No logro verle la cara, pero está ahí, enfundada en un vestido delicado, inapropiado para un clima como al que nos enfrentamos.

—Ni siquiera el Primer Guardián es capaz de compararse contigo. ¿Entiendes eso?

Solo soy una Druida. La mitad de una.

—¿Estás segura de ello?

Parpadeo una vez más, cada vez más confundida. Más asustada.

Un sonido estridente lo inunda todo y es tan abrumador que me aturde por completo. Un rayo de luz parte el cielo frente a nosotras y tengo que cerrar los ojos porque me ciega.

—Es hora de que te vayas. —La chica dice, pero no puedo verla. No puedo hacer nada más que apretar los ojos juntos para evitar que el haz me encandile por completo.

Entonces, despierto.


Me toma unos instantes descubrir que estoy en mi habitación. En este diminuto ático que he hecho mío con el paso de los años.

Me toma unos segundos sacudirme el centenar de emociones que el sueño que tuve me ha dejado, y me toma unos más el deshacerme del regusto extraño que siento en la punta de la lengua; como si me hubiese quedado con una decena de preguntas atascadas en la garganta.

Guardián ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora