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El corazón me late con tanta fuerza, que temo que sea capaz de escucharlo.

Con todo y eso, no logro pensar en otra cosa que no sea la forma en la que su rodilla se asienta entre mis muslos y una de sus manos sostiene mi muñeca buena alzada y bien sujeta en un agarre firme —que me impide moverme—, pero que no hiere.

—Libérate y terminamos por hoy —dice, y el reto que hay en sus palabras enciende un fuego extraño en mi interior. Uno que me hace querer probarle que puedo hacerme cargo, incluso de alguien como él.

Mi primer impulso, es el de usar los hilos para quitármelo de encima, pero, de pronto, otra idea —una más audaz y peligrosa— me viene a la cabeza.

Sé que va a ser imposible utilizar la fuerza bruta en su contra. Si lo intentara, estaría perdida y envuelta en un agarre constrictor en segundos. También sé que está esperando un ataque como el de hace unos instantes. Casi puedo apostar que es lo que cree que haré, así que también estaría perdida si lo intentara; sin embargo, hay algo que sé que no espera. Un juego sucio, pero que puede ser efectivo si tiene el efecto que deseo...

Trago duro.

El corazón me da un pequeño tropiezo.

—Hecho —digo, sin aliento y, acto seguido, alzo el rostro.

Nuestras narices se tocan. Su aliento me da de lleno en la boca.

Y lo beso.

Esta vez, no dudo ni un segundo, como la primera vez que lo hice. En esta ocasión, busco el contacto con fiereza.

A él le toma unos segundos reaccionar, pero, cuando lo hace, suelta un sonido gutural y abre la boca para recibir mi beso. Entonces, su lengua encuentra la mía.

El agarre en mi muñeca se libera y aprovecho ese momento para enredar los dedos en las hebras oscuras de su nuca y atraerlo más cerca.

Sus manos se deslizan por mis costados y trazan mi cintura hasta anclarse en mis caderas, las cuales se alzan ligeramente casi por voluntad propia.

El corazón me va a estallar dentro del pecho, los oídos me zumban y sus labios son cada vez más urgentes contra los míos.

Su boca abandona la mía de golpe y un jadeo se me escapa cuando traza un camino húmedo hasta el lugar en el que el cuello se une con la mandíbula.

Cierro los ojos, al tiempo que trato de absorber la sensación abrumadora que me embarga.

Los músculos se me hacen líquido cuando su boca baja un poco más y mis labios se entreabren ligeramente en un grito silencioso cuando sus manos bajan otro poco y se apoderan de mis muslos que, ahora, se encuentran envueltos alrededor de sus caderas.

No sé en qué momento pasó, pero casi me siento avergonzada de la forma en la que mi cuerpo reacciona ante este chico.

Una vocecilla en mi cabeza me pide que lo aparte. Que utilice el poder de los hilos para lanzarlo lejos ahora que está distraído, pero otra parte de mí se rehúsa a permitir que el contacto termine.

Hazlo... susurran las voces en mi cabeza.

¡Ahora!

Y, como si ellas tuviesen el control en estos momentos, tiran de los hilos y lo lanzan lejos.

Iskandar golpea contra un puñado de colchonetas al fondo del lugar y me incorporo de golpe, espantada y aterrorizada de la forma en la que el Oráculo lo ha lanzado.

Él luce confundido. Dolido.

—Y-Yo... —empiezo, pero, en ese momento, alguien aparece en la entrada de la enorme bodega.

Guardián ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora