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Despierta...

La voz en mi cabeza es tan nítida y clara, que abro los ojos de golpe un segundo antes de que la puerta de la habitación sea llamada desde afuera.

Desorientada, parpadeo un par de veces para deshacerme de la sensación de pesadez que me invade el cuerpo, pero no lo consigo del todo.

Pese a eso, el corazón me late con violencia contra las costillas, pero no sé muy bien porqué. Se lo atribuyo, al estado de constante alerta que me provoca el estar cautiva en este lugar.

Me incorporo de golpe. Afuera, a través de las ventanas de la habitación, todo luce oscuro, como si fuera de madrugada, debido a la penumbra que lo invade todo.

La puerta se abre y enciendo la lámpara que descansa en la mesita de noche, solo para darme cuenta de que es un Guardián el que ha entrado a la estancia y que está enfundado en su uniforme reglamentario.

—Ya deberías de estar lista —dice, y suena irritado cuando habla.

—Nadie me dijo que debía estar lista de madrugada —refunfuño, mientras me dejo caer en la cama, solo para fastidiarlo un poco más.

—Son las siete de la mañana —replica, como si eso lo explicara o lo justificara todo.

—Y bien podrían ser las dos de la madrugada o las tres de la tarde —refuto—. Si no me dan un reloj despertador y no me dicen a qué hora debo de estar lista, jamás voy a estarlo.

Silencio.

—Le diré al General que necesitamos que nos autorice uno. —El chico habla, al cabo de un largo momento—. Mientras tanto, alístate. Nos están esperando.

Me tomo mi tiempo en el baño, lavándome la cara y los dientes, y hago una lista mental de los artículos personales que necesito, para pedírselos a quien sea que vaya a traerme el dichoso reloj. Ahora mismo, necesito un cepillo para el cabello, por ejemplo, pero hago lo que puedo desanudándolo con los dedos antes de amarrarlo en una coleta alta.

Me calzo los tenis deportivos sucios que traje conmigo el día que llegué a este lugar y salgo del baño sintiéndome un poco más decente que hace unos instantes.

El Guardián no se ha movido del lugar en el que se quedó cuando llegó y tampoco dice nada cuando me ve acercarme a él.

—Estoy lista —anuncio, echándole un vistazo y él asiente antes de hacer un gesto en dirección a la salida.

—Vamos, entonces —dice y avanzo hacia donde indica con el gesto más despreocupado que puedo esbozar, a pesar de que la curiosidad me pica el cuerpo de pies a cabeza.

Mientras sorteamos los pasillos de la enorme mansión, me debato entre preguntarle a dónde me lleva o dejarlo estar, pero tampoco sé si quiero saberlo.

Finalmente, cuando entramos a un largo comedor atestado de Guardianes, el corazón me da un vuelco inevitable.

Siento cómo todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo entran en total tensión, pero me las arreglo para avanzar con el mentón erguido todo el camino hasta la fila de chicos que toman el desayuno.

Nadie me echa más de un vistazo, pero, de todos modos, se siente como si hubiesen sido instruidos para no mirarme más de lo necesario. Como si les hubiesen ordenado a hacer como si mi presencia en este lugar no les causara curiosidad.

El Guardián que me escolta me dice que puedo tomar lo que se me antoje para desayunar, pero tengo el estómago hecho un nudo, así que solo puedo tomar un jugo y una manzana antes de sentarme con él en una mesa alejada de todos los Guardianes.

Guardián ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora