Ahora que avanzo detrás de Iskandar, casi me arrepiento de haber hecho lo que hice en la cafetería. Casi deseo volver sobre mis pasos y decirle que mejor dejemos las cosas como están y no volvamos a hablar nunca más; sin embargo, esa parte de mí que es orgullosa y testaruda me exige que lo enfrente. Que asuma las consecuencias de mis actos y le diga todo eso que traigo en la cabeza desde que volví del centro de la isla.
El hijo del General sortea por los pasillos a paso tan rápido, que me cuesta un poco seguirle el paso. Con todo y eso, me las arreglo para avanzar hasta ese lugar de puertas dobles al que nos lleva.
Ni siquiera se molesta en llamar o revisar si hay alguien ahí adentro. Solo abre las puertas de golpe y entra sin siquiera echarme un vistazo para ver si aún lo sigo. Tengo que empujar un poco las puertas para entrar detrás de él, pero no dejo que eso me amedrente y mantengo el mentón alzado cuando se gira para encararme.
Sus ojos —imposiblemente azules— se han oscurecido con la fuerza de sus emociones y algo salvaje se apodera de ellos cuando me mira.
—¿Se puede saber qué diablos fue todo eso? —inquiere y, pese a que su tono es acompasado, hay algo extraño en él. Una tranquilidad ensayada que casi me hace querer presionar los botones adecuados para hacerlo estallar de verdad y que me hable como realmente quiere hacerlo.
—¿Por qué no me dijiste que han habido ataques en Kodiak y que han muerto seis personas? —espeto, respondiendo a su pregunta con otra, y sus ojos se oscurecen un poco más—. ¿Por qué no me dijiste que la gente está confinada en sus casas y que tienen que sacar pases para circular por la isla sin ser detenidos por los tuyos?
—No quería que te preocuparas por eso. Nos estamos haciendo cargo —replica—. ¿Por qué es tan difícil entender que todo lo que hago es para mantenerte a salvo?
—¡Y una mierda! —escupo—. ¿A salvo? ¿De qué? ¿De los demonios? Dudo mucho que uno venga atacarme aquí, dentro de la fortaleza Guardiana más grande en el mundo. —Sacudo la cabeza en una negativa—. Tampoco soy una damisela en apuros incapaz de entender que las cosas se están poniendo cada vez peor allá afuera. Así que, ¿de qué me proteges? —Frunzo el ceño en un gesto inquisitivo—. En todo caso, de los únicos de los que debería protegerme es de los tuyos. De ti.
Aprieta la mandíbula.
—No tienes idea de cuántas criaturas que no pertenecen a este plano te darían caza tan pronto sintieran la energía que despides —dice—. Aquí estás a salvo. Aquí puedo hacer algo por ti.
Me cruzo de brazos.
—Aquí —bufo, mientras suelto una risotada amarga—. Donde todo el mundo me mira como si en cualquier momento fuese a hacer volar este lugar. O, peor aún, donde todos parecen estar listos y en guardia para acabar conmigo tan pronto como haga algo amenazador.
—¡Somos Guardianes, Madeleine! —Él espeta y, por primera vez, noto cómo empieza a perder los estribos ligeramente—. ¡Para nosotros todo es una potencial amenaza!
Ruedo los ojos al cielo.
—¡Soy una adolescente de diecisiete años, Iskandar! ¡¿Qué tan amenazadora puedo ser?!
—¡Acabas de mover seis mesas a tu alrededor con la maldita mente solo para que viniera a hablar contigo! —iguala mi tono—. ¡¿Cómo diablos quieres que te vean como una adolescente cualquiera?! ¡Además, eres una Black!
—¡¿Y eso qué tiene qué ver con todo esto?! —Sacudo la cabeza en una negativa—. ¿Tienes idea de lo común que es el apellido Black? ¿Cuánta gente en todo el mundo se apellida así?
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Guardián ©
ParanormalLa guerra entre su mundo y el mío es una bomba de tiempo a punto de estallar y la supervivencia de los suyos es la extinción de los míos. Es tormenta. Es volcán. Es peligro. Es mi fin hecho persona... Él es El Guardián. ...