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Cuando la puerta del diminuto armario de escobas se abre e Iskandar aparece en mi campo de visión, tengo un déjà-vu. De pronto, me quedo mirándolo como boba mientras recuerdo a aquel niño que me salvó la vida la noche que asesinaron a mi madre.

Un pensamiento fugaz me viene a la mente y me quedo quieta mirando los ojos imposiblemente azules de Iskandar Knight durante un largo momento.

¿Eras tú? Inquiero para mis adentros, solo porque no puedo dejar de pensar en ese niño que se apiadó de mí, pero no me atrevo a externar la pregunta en voz alta.

Él parece ajeno a la revolución que tengo dentro y no dice nada. Solo hace un gesto de cabeza que indica que puedo salir, pero me hace otro con la mano que indica silencio.

Tratando de no hacer ruido, salgo del lugar y lo sigo mientras guía nuestro camino por los estrechos corredores hasta que llegamos a la puerta trasera del lugar.

Al salir, de inmediato soy capaz de sentir el viento helado que golpea la zona por la cercanía del océano. La luz del sol se está ocultando y, pese a que apenas son las cuatro de la tarde, el cielo está tan oscurecido que apenas se pueden ver las siluetas de los árboles que rodean la finca.

Iskandar sigue sin dirigirme la palabra, pero guía nuestro camino por un pequeño sendero que nos aleja de la iglesia y nos acerca al faro abandonado.

—¿Quiero saber qué estabas haciendo aquí? —inquiere, cuando estamos lo suficientemente lejos para no ser escuchados por su padre y sus acompañantes.

Avanzo detrás de él, dando trompicones donde él camina con seguridad y soltura.

—Dijiste que querías mi ayuda —digo, sin aliento—. Era, justamente, lo que hacía: Ayudarte.

No me mira cuando habla de nuevo.

—No es seguro que vengas aquí sola.

—Tú has venido solo.

—Yo soy un Guardián.

—Y yo una Druida. —No sé por qué tengo que puntualizarlo, pero lo hago.

Iskandar se detiene en seco y se gira para encararme.

Hay algo sombrío en su mirada y la sonrisa taimada que esboza me impide pensar con claridad durante un segundo.

—¿Un consejo? —dice, sin dejar de mirarme como si le fascinara la forma en la que le hablo—. No vuelvas a decir eso. Nunca.

—¿Por qué? ¿Porque se supone que debo avergonzarme de lo que soy? —No quiero sonar retadora, pero lo hago.

—Porque si otro de los míos te escucha, podrías meterte en muchos problemas.

—Que les den a los tuyos. No les tengo miedo —miento.

Los ojos de Iskandar me analizan con una intensidad que no comprendo del todo.

—Eres una chica muy audaz.

—O muy estúpida —digo, en voz baja y queda.

Sonríe.

—¿Qué hacen ustedes aquí? ¿Tu padre no va a venir a buscarte? —digo para cambiarle el tema solo porque me siento tan acalorada por su escrutinio, que necesito una distracción.

—No sabe que estoy aquí.

Arqueo una ceja.

—¿Lo seguiste?

Silencio.

—Dios mío. Lo seguiste.

—Más bien, sabía que vendría con todos los líderes y decidí venir a investigar —dice.

Guardián ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora