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Siento que podría vomitar en cualquier momento, pero no sé por qué estoy tan nerviosa ahora. He pasado por este tipo de escrutinio antes. He estado en una celda a merced de estas personas y, de todos modos, no dejo de sentirme como si fuese un ratón a punto de ser devorado por un gato salvaje cada que estoy delante de un puñado de Guardianes.

No sé si sea el factor militar. El hecho de que sé que, todos los aquí presentes, han entrenado toda su vida para ser estas criaturas letales, capaces de enfrentar demonios y entes que viven fuera de este plano; o si solo es el hecho de que soy una cobarde de mierda.

Sea cual sea el motivo, se siente como si pudiese echarme a llorar en cualquier momento. Como si pudiese, incluso, tirarme al suelo a suplicar por un poco de misericordia tan pronto como sea sentenciada.

El Oráculo protesta ante el pensamiento, y susurra algo acerca de no tener nada de qué preocuparme. Algo sobre ser tan fuerte como para acabar con todos en caso de ser necesario; sin embargo, lo ignoro y me concentro en el aquí y el ahora.

—¿Por dónde empezamos? —El General Knight comienza, pero no se siente como si no supiera, exactamente, el lugar en el que desea comenzar esta discusión. Al contrario, luce tan resuelto, que un escalofrío me recorre entera cuando su mirada viaja de Lorraine a mí de hito en hito—. Quizás con ustedes dos; quienes fueron, en primer lugar, el motivo por el que todo este circo ocurrió.

Trago duro.

—¿Quién de las dos tuvo la grandiosa idea de abandonar este lugar sin permiso de algún superior?

—Yo. —Las dos respondemos al unísono y la mirada del General se oscurece varios tonos.

—No tengo tiempo para jueguitos tontos —advierte y, esta vez, suena tan siniestro, que todos los vellos de la nuca se me erizan—. ¿Quién fue la que decidió que era prudente abandonar la fortaleza Knight sin órdenes expresas de hacerlo?

—Salí de mi habitación porque escuché los gritos de todo el mundo afuera. —Me apresuro para ser la primera en hablar—. Me encontré con Lorraine y la convencí de ir a la ciudad.

—No me convenció. —Lorraine me corta, al tiempo que me dedica una mirada reprobatoria—. Yo ya había tomado la decisión de salir a investigar qué estaba ocurriendo. Me encontré con Madeleine y tomé la estúpida decisión de llevarla conmigo.

—Pero fue porque yo le pedí con insistencia que lo hiciera. La amenacé, incluso, con acusarla de marcharse si no me llevaba con ella. —Me apresuro a añadir.

Con cada palabra que pronunciamos, el gesto de Sylvester Knight se contorsiona en una mueca más y más enojada. Casi iracunda.

Sacude la cabeza en una negativa incrédula.

—Y en ninguna de las dos cupo el sentido común. Ninguna se detuvo a pensar que, quizás, la mejor de las ideas, era quedarse aquí: lejos del maldito peligro.

Nos quedamos en completo silencio.

—¿Quién robó las llaves del auto de Anne-Leigh? —inquiere, con dureza.

—Fui yo. —Lorraine replica.

—Y supongo que fuiste tú quien condujo hasta la ciudad.

Ella asiente.

—¿Y qué fue, exactamente, lo que ocurrió una vez que llegaron ahí?

Lorraine cierra los ojos con fuerza unos segundos, antes de responder:

—Seguimos a los todoterreno, y le pedí a Madeleine que esperara dentro del auto cuando vi a una de las brigadas aparcar y desaparecer en dirección a una colonia residencial —dice, con la voz enronquecida—. Cuando me acerqué a ver qué estaba sucediendo, vi a un puñado de demonios carroñeros alados dirigirse hacia donde me encontraba. Corrí de vuelta al vehículo, pero era demasiado tarde y empezaron a atacarnos. Incluso, cuando emprendimos camino para marcharnos de ahí.

Guardián ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora