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El camino de regreso a la fortaleza Kinght es silencioso.

Al volante, Iskandar conduce en total concentración. Takeshi va en el lado del copiloto y, atrás, Ryan, Lorraine y yo nos acomodamos en uno de los amplios asientos de un todoterreno.

Pese a que nadie pronuncia ni una sola palabra, todos sabemos lo que nos espera al regresar a ese lugar y, honestamente, no creo que a nadie nos agrade la idea. Estoy segura de que seremos convocados por el padre de Iskandar y que, como mínimo, me espera un discurso monumental por parte del líder de los Guardianes.

Lo único que espero, es que los demás no tengan muchos problemas por mi culpa. Tampoco es como si estuviera contando con ello; porque, al final, fuimos todos los que contribuimos a este desastre; pero sé, de antemano, que la culpable soy yo.

Si no hubiese abandonado la Casa Knight junto con Lorraine, Iskandar no se habría metido en problemas por defenderme; tampoco lo habría hecho Takeshi o Ryan. Quizás, si hubiese intentado infundir un poco de sentido común en Lorraine, ni siquiera ella habría abandonado ese lugar y todo esto sería solo un caso hipotético... Pero sé que eso no existe. Que las cosas sucedieron y que, ahora, no queda de otra más que afrontar las consecuencias.


Al llegar, lo primero que hacemos, es dirigirnos al ala médica de la mansión. Me sorprende encontrarme con que hay una decena de médicos despiertos y listos para atendernos tan pronto como entramos; sin embargo, el entendimiento viene a mí rápidamente.

Están aquí, listos, para atender a los heridos en batalla. Están preparados para recibir a aquellos Guardianes que, durante el combate, terminaron comprometidos de alguna manera.

Una pregunta fugaz me atraviesa la cabeza cuando el médico que me atiende me pide realizar ciertas cosas para determinar si el golpe en mi cabeza es de gravedad o puedo irme a la cama... ¿Qué pasará con aquellos Guardianes cuyas heridas son de una gravedad inmensa? ¿Serán llevados a algún hospital? ¿O los trasladarán hasta acá con la esperanza de que logren sobrevivir?...

El médico me inspecciona las pupilas y me pide hacer unas cuantas cosas más antes de preguntarme cuánto tiempo ha pasado desde que me golpeé la cabeza hasta ahorita y si he sentido alguna otra cosa más que dolor y aturdimiento.

Respondo a sus preguntas de manera mecánica y, al cabo de quince minutos más de exhaustiva inspección, me dice que me pondrá unos puntos en la herida de la mejilla y que, si en ese transcurso de tiempo no hay ninguna novedad con el malestar que siento por el golpe, me puedo ir a descansar.

Así pues, el médico se toma su tiempo suturándome, y puedo sospechar que está tratando de alargar lo más posible el procedimiento solo para cerciorarse de que el golpe en mi cráneo no sea de cuidado.

Finalmente, cuando termina, me da unas pastillas para el dolor y me dice que puedo irme a la cama; bajo la indicación de que, si el dolor no se marcha con las pastillas o de que, si noto algo más en cuanto a mis síntomas, debo regresar de inmediato.

Le agradezco antes de bajar de la camilla alta sobre la que me mantenía sentada y salgo de la enorme habitación sin esperar nada más.

No me sorprende encontrarme con Iskandar de pie junto a la puerta. Lo que lo hace, es la postura rígida que mantiene hasta que salgo de ese lugar.

Sus ojos barren mi anatomía de pies a cabeza con lentitud y la sensación bochornosa que me invade siempre que siento su mirada —pesada y penetrante— sobre mí, se mezcla con algo más. Algo cálido y extraño que no puedo describir con palabras.

Guardián ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora