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Por primera vez, en lo que se siente como una eternidad, me despierto por mi cuenta y no por el sonido de la alarma... o de alguien llamando a la puerta con urgencia.

Este hecho es por demás agradable, aunque también me provoca una sensación extraña e inquietante. Como si me hubiese quedado dormida aun teniendo una montaña de obligaciones matutinas. Pero sé que eso no es verdad. Que, esta mañana, no tengo que ir al bachillerato, o entrenar con Enzo, o ir a desayunar a un comedor Guardián con un Ryan serio hasta la médula, para después dirigirme al lugar al que entreno con Anne-Leigh Knight y sus aprendices.

No sé por qué el pensamiento me incomoda. Me hace sentir vacía de alguna manera. Estoy tan acostumbrada a siempre andar corriendo de un lado a otro que, ahora que no hay ningún lugar al que llegar, me siento extraña, como si debiera hacer algo más.

El sonido suave de la puerta siendo llamada me saca de mis cavilaciones.

La confusión que siento es inmediata, así que, sin detenerme a pensar un solo minuto, me pongo de pie y me dirijo hacia la puerta para abrirla.

No sé qué espero encontrar, pero, en definitiva, no es esto...

Ahí, de pie frente a mí, con expresión seria y gesto duro, se encuentra nada más y nada menos que Iskandar Knight.

Viste su uniforme reglamentario y lleva el cabello húmedo, como si acabara de tomar una ducha.

—Buenos días —saluda, con un asentimiento cortés.

—¿Qué estás haciendo aquí? —No pretendo sonar dura ni severa, pero lo hago de todos modos. Quizás es un poco el tono ronco de mi voz por la falta de uso.

No me atrevo a apostar, pero creo haberlo visto reprimir una sonrisa.

—¿Llegué muy temprano? —inquiere de regreso—. Pretendía dejarte dormir un poco más. Supongo que debí venir todavía más tarde. El desayuno tendrá que esperar.

El hambre que me revuelve los intestinos me dice que no es así. Que ha llegado justo a tiempo y que solo necesito quince minutos para estar presentable para ir a comer algo.

Refunfuño algo sobre estar lista en unos minutos y, acto seguido, dejo la puerta abierta para que entre mientras tomo algo de ropa limpia y me dirijo al baño para alistarme.

Los quince minutos se convierten en veinticinco cuando decido que debo tomar una ducha y, para cuando salgo del baño, Iskandar ya se ha instalado en la silla reclinable junto al escritorio que hay en la habitación.

Tiene la mirada clavada en un teléfono celular y expresión distraída... o, al menos, es lo que creo; sin embargo, se pone de pie tan pronto como pongo un pie fuera del baño.

—¿Lista? —inquiere, mientras que termino de cepillarme el cabello.

Asiento, aun sintiéndome un tanto insegura a su alrededor; y, sin decir una palabra más, salimos de la habitación para dirigirnos hacia el comedor.


El camino es silencioso, pero no es incómodo. Contrario a lo que creí que sería mientras salíamos de mi alcoba, ninguno de los dos parece estar dispuesto a mantener la guardia alta luego de todo lo que ha pasado durante las últimas horas.

Pese a que nuestra última interacción a solas no fue la más ideal, no se siente como si tuviese que llenar los espacios vacíos con alguna conversación boba y forzada. Iskandar tampoco parece estar dispuesto a eso, así que caminamos así, en silencio, el uno junto al otro, hasta ese espacio que, a esta hora de la mañana, está casi vacío.

Guardián ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora