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Un montón de demonios carroñeros se abalanzan sobre la figura de la enorme criatura que yace en el suelo de la iglesia abandonada. Están alimentándose de ella. De la energía remanente en su cuerpo... Y a nadie parece importarle.

Al menos, no a nadie que se encuentre cerca de mí.

Una decena de Guardianes me mira fijo, con sus armas alzadas en postura defensiva y miradas recelosas y atónitas. Un escalofrío de puro terror me recorre la espalda y siento cómo un nudo comienza a formarse en mi garganta.

—Knight... —Alguien habla, en dirección a Iskandar, pero este lo hace callar con un gesto de mano, sin apartar la vista de mí.

—¿Qué fue, exactamente, lo que hiciste? —Iskandar inquiere y, en un gesto nervioso, me mojo los labios con la punta de la lengua.

—N-Nada... —Apenas puedo pronunciar y, entonces, todos los Guardianes se colocan en posición de ataque.

—¡No se atrevan a moverse! —Iskandar grita en voz de mando, y suena tan imponente, que yo misma me encojo en mi lugar ante la fuerza de su tono.

Un carroñero parece haber sido atraído por su forma de hablarle a sus compañeros, ya que se abalanza hacia él a toda velocidad; pero solo hace falta un movimiento grácil de su mano empuñando la espada —que lleva consigo como si fuese una extremidad más—, para que el demonio caiga al suelo partido en dos, luego de haber gritado en agonía.

El corazón me da un vuelco cuando noto la forma en la que ha hecho aquello. La velocidad inhumana de sus movimientos, así como la forma en la que ha batido su espada —como si no fuese otra cosa más que un abanico en su mano—, hace que un puñado de piedras se me asiente en el estómago.

Si Iskandar Knight quisiera hacerme daño, no habría nada que pudiera hacer para evitarlo y el mero pensamiento me perturba.

—¡Todos a sus posiciones! —La voz del General Knight me llena los oídos y siento ganas de vomitar debido a los nervios insoportables que me embargan—. ¡Ahora!

Los Guardianes, sin decir una sola palabra, comienzan a avanzar en dirección al cadáver de la Quimera, para eliminar al puñado de demonios carroñeros que se ha arremolinado sobre la bestia gigantesca que acaba de ser asesinada.

—Muévete, Iskandar. —Sylvester ordena con voz ronca y sombría, pero él no se mueve. Se queda quieto, con la espada —manchada de sangre oscura y fétida—, desenvainada y posición de ataque.

Nadie dice nada. Nadie se mueve. Casi puedo jurar que ninguno de los tres respiramos durante una fracción de segundo.

—Iskandar... —Sylvester advierte.

—No voy a dejar que te acerques a ella si no me das tu palabra de que no le harás daño —Iskandar replica, y suena sereno pero amenazador al mismo tiempo.

El hombre aprieta la mandíbula, al tiempo que mira a su hijo largo y tendido.

Entonces, clava sus ojos en mí.

—Necesito que me digas, en este momento, quién es tu padre —espeta, con dureza y mi corazón se salta un latido.

Pese a que no puedo conectar el cerebro con la boca, sacudo la cabeza en una negativa.

—N-No sé su nombre. Mi mamá solo dijo que era un chico común y corriente al que conoció en...

—¡Y una mierda! —El General me corta, en un grito que me hace encogerme en mi lugar. Entonces, da un paso en mi dirección antes de que Iskandar se interponga entre nosotros. Ira cruda y atronadora se apodera de sus facciones cuando encara a su hijo—. ¡Apártate de mi camino, Iskandar, o si no...!

Guardián ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora