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Empieza con un gruñido ronco y profundo.

Le sigue un sonido gutural tan aterrador, que todos los vellos del cuerpo se me erizan de manera involuntaria. Entonces, vienen los chillidos estridentes.

El sonido furioso del batir de, al menos, una veintena de pares de alas reverbera en la acústica de la iglesia y un grito se construye en mi garganta cuando las voces en mi cabeza empiezan a sisear con violencia.

Iskandar va por delante de nosotros, mientras nos abrimos paso en dirección a la salida; sin embargo, suelta una maldición y guía nuestro camino de regreso, en busca de otra forma de abandonar este lugar; pero, cuando volvemos sobre nuestros pasos, nos topamos de frente con ellos. Con los demonios...

Son muchísimos —tantos, que no puedo contarlos—, y lucen tan aterradores, que doy un paso hacia atrás por mero instinto de supervivencia.

Ninguno de ellos tiene ojos. En el lugar en el que deberían estar, hay huecos de aspecto purulento e infeccioso. Es como si se los hubiesen arrancado apenas y los hubiesen llenado de suciedad.

Su boca es tan grande, que casi puedo jurar que el rostro se les va a partir en dos; y está llena de dientes alargados y afilados.

Las alas que salen de sus cuerpos parecen heridas también. Están llenas de agujeros pequeños; como si fuesen de papel chamuscado. Sus cuernos lucen cercenados, como si se los hubieran cortado ellos mismos y tienen aspecto tan descontrolado, que solo puedo pensar en animales enfermos cuando los veo. En perros rabiosos sucumbiendo ante la locura de una afección en sus etapas finales.

Un chasquido aterrador brota de la garganta de uno de ellos y el resto le responde con gruñidos bajos y roncos.

El corazón se me estruja dentro del pecho cuando el Oráculo suelta un rugido amenazador y la energía empieza a picarme en la punta de los dedos.

Una parte de mí no deja de sentirse asustada por la forma en la que la energía de la Línea es capaz de hacerse presente ahora. Es como si cada vez le tomara menos esfuerzo hacerse presente en mi interior. Como si estuviese descubriendo lo fácil que es ahora materializarse en mi cuerpo.

Apenas tengo oportunidad de echar un vistazo rápido alrededor cuando esto sucede, pero es todo lo que necesito para notar cómo Ryan se lleva las manos a la cinturilla de su armadura reglamentaria, y saca de ella un par de dagas alargadas que lucen bastante letales.

Takeshi hace lo propio y toma, de su propia cinturilla, una especie de katana. Esta, sin embargo, es más corta y práctica de llevar consigo.

Iskandar, por el contrario al resto de sus compañeros, lleva un arma más ortodoxa: una espada de empuñadura dorada. Una hoja larga y afilada, de aspecto ancestral, que no deja de emanar una energía tan extraña y peculiar, y que no hace otra cosa más que ponerme la carne de gallina.

El Guardián de Élite, sin esperar un solo segundo, clava la punta de la espada contra el suelo resquebrajado de la iglesia y se agacha, arrodillándose en una sola pierna, para colocar su mano libre contra el piso.

Es ese momento, cuando ocurre...

Al principio, creo que estoy alucinando. Que, en medio del pánico creciente, me lo estoy imaginando; pero la confusión y el terror crecen con cada palabra que escucho retumbar en mi cabeza:

—Te necesito.

Es la voz de Iskandar. Podría reconocerla en cualquier parte del mundo.

¿Está hablando conmigo?

Guardián ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora