Epílogo

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Leonardo llevaba un par de horas sentado en el rincón de su habitación mientras veía dormir a la pelirroja. Luego del incendio y de haberla visto recuperar un tanto la conciencia, decidió llevarla lejos de todo y de todos para que no pudiesen encontrarla y volverla a lastimar. Todavía no cedía ante la imagen de su cuerpo sobre su cama, tan serena y despreocupada de lo que sucedía afuera. Recordó la desesperación y el pánico que sintió al recibir la llamada de sus colegas sobre el incendio del hospital. Estaba tan tranquilo en su cama pensado en ella, que su preocupación e instinto fueron directos a Heather cuando la palabra fuego se le vino a la cabeza. Por lo que no dudó en tomar su auto e ir por ella, tenía que salvarla. No la dejaría morir y mucho menos estaba dispuesto a perderla de esa manera tan grotesca y cruel, nadie merecía un final así de trágico y doloroso. Sobre su cadáver permitiría que la mujer muriera calcinada en ese incendio. Al tenerla en sus brazos sintió algo de paz, había logrado salvarla después de todo. Leyó el expediente de Heather y suspiró, ¿Quién había sido capaz de herirla tanto como para terminar donde terminó? No tenía idea tampoco acerca del marco legal de su caso, pero todo se había dado tan rápido de la noche a la mañana, y eso era demasiado raro. La mujer poco a poco fue abriendo sus ojos observando con intranquilidad el lugar donde estaba y brincó de la cama asustada. Leonardo la vio despertar y se acercó rápidamente hacia ella.

— Heather, tranquila. Estás a salvo, estás en mi casa. —comentó Leonardo de pie a su lado.

— ¿Cómo es que... No estoy muerta, ¿verdad? —sus ojos azules estaban dilatados, sin dudas aún seguía confundida.

Leonardo sonrió y se sentó en la orilla de la cama.

— No, no lo estás gracias al cielo. Llevas un día durmiendo, ¿por qué no te levantas y desayunas algo? Así podrás conocer mi casa. —replicó dulcemente. Heather asintió con lentitud—. De acuerdo, en el armario hay camisetas que ya no me van, quizás te queden muy holgadas, pero estarás cómoda hasta que compremos algo adecuado para ti, ¿está bien? Anda vístete, yo preparé el desayuno.

El hombre salió de la habitación y cerró la puerta. La pelirroja aprovechó la soledad para darle un vistazo al lugar. Las paredes eran de madera roja, amueblada con armarios y sofás modernos en tonos grises, no estaba para nada mal la combinación, pero no era de su estilo pensó para sí misma. Bajó con cuidado sus pies de la cama y caminó hasta el armario, lo abrió y encontró en la variedad de colores y estilos de camisetas, hasta batas blancas. Tomó una camiseta negra con letras rojas y se la colocó. Le llegaba un poco más abajo de los muslos, así que como no enseñaba nada se conformó con ello. Vio otra puerta dentro del cuarto e intuyó que era el baño. Bingo, necesitaba de inmediato refrescarse el rostro. Cepilló sus dientes con un cepillo que estaba sin abrir, probablemente cortesía de Leonardo. Mientras lo hacía, no pudo evitar sonreír. Él había sido su héroe. Terminó de asearse un poco y salió de ambos cuartos. Caminó por un enorme pasillo hasta que finalmente vio las escaleras. Al parecer Leonardo vivía en una especie de cabaña, pues además de toda la construcción de madera, había un bosque rodeando la morada. La decoración era increíble, la sala tenía un enorme televisor y un sofá negro de cuero reluciente. Divisó una puerta algo alejada de la sala y se dirigió hasta allí, ahí estaba Leonardo cocinando. Al parecer no había notado su presencia.

— Tienes una casa muy bonita. —dijo Heather, causando impresión en el hombre que llevaba en silencio un buen rato. Ella sonrió tenue—. Perdona, no quise espantarte, gracias por el cepillo de dientes.

— Oh no, no tienes por qué agradecerme. Ven, siéntate. —dejó varios platillos sobre la barra de mármol en medio de la cocina. Heather obedeció y se acomodó en una de las bancas—. Come por favor, lo necesitas. Espero que te gusten los panqueques.

Lo ImperdonableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora