Habían pasado unos cuantos días desde aquel encuentro fortuito y claramente incómodo. Heather aquella noche no descansó, no pegó ojo en toda la noche gracias a su mente cargada con todo lo que había procesado en el día. Llamó a Jo y le contó con lujos de detalles lo que había pasado. Lloró deseando tenerla con ella para apoyarse en sus hombros y descargarse con la chica. Por suerte, la castaña ya había programado su vuelo para en los próximos días. Extrañaba a Heather y sabía con exactitud que esta la necesitaba mucho. Aún no podría creer que Christopher, a quien consideraba también como su padre, había tenido relaciones con Vilma, la mujer que por años había hecho de la vida de la pelirroja un completo infierno, junto a Daphne. Eran unas víboras de primera clase. Heather estaba recostada en su cama observando las hojas caer desde su ventana mientras abrazaba su almohada, llevaba varias horas allí, y pensaba quedarse en ese espacio hasta comenzar a apestar. O bueno, hasta que tuviera que tomar una ducha quizás. Barbara había llegado sin avisarle a su sobrina, hace días que no sabía de ella ni tampoco tomaba sus llamadas. Debido a eso, Christopher tuvo que contarle todo y ella salió disparada a buscarla. No sin antes darle unos buenos guantazos a su hermano.
La mujer llamó a la puerta de la colorada, y la muchacha del aseo la recibió.
— Hola Lizz, ¿Heather está en casa? —preguntó la mujer al quitarse el sobretodo que llevaba.
— Sí señora Barbara, está en su habitación. No ha querido salir, le he preparado los wafles que tanto le gustan, pero no los quiso comer. Pidió tranquilidad.
— Tranquilidad cuando yo muera, a ver, esa me escucha ahora mismo. —le dijo a la empleada mientras meneaba la cabeza negando, qué niña más malcriada. Barbara caminó hasta la gran habitación de Heather, aún no se acostumbraba a ese departamento, prefería el más pequeño que tenía hace un año atrás. Este era uno lleno de puertas, puertas y más puertas por donde caminara. Abrió lentamente la de color caoba, intuyó que era la suya, y así era. La encontró recostada en la cama y observando la ventana. Resopló con decepción, esa no era la mujer fuerte que conocía—. ¿Tú no piensas ir a trabajar?
Su sobrina giró los ojos sin voltear a verla.
— No, hoy no tía.
— Ni mañana ni pasado, ni en toda la semana, ¿verdad? —cuestionó cruzando sus delicados brazos.
— Pues sí, ¿acaso no puedo hacer lo que quiera?
— No cuando tienes un trabajo y una empresa que sobrellevar, niña.
— Todo eso el hijo de puta de Ethan me lo quitó. ¿Y gracias a quién? Al hombre que supuestamente es mi padre y que ahora se acuesta con una zorra que casualmente es hermana de mi madre. —refutó con desagrado. La mujer resopló oyendo los mil pretextos de su sobrina y se sentó en el otro extremo de la cama.
— A ver Heather, ya párale con tantas niñerías. Eres adulta y debes aceptar que lo que hagan los demás no debe ser motivo para echarte para atrás. Yo no te he educado así, mucho menos Virginia que tanto te amaba.
Al instante tu corazón se dobló como un papel. Deseaba a su mamá en aquel momento.
— Ese es el problema, mamá no está tía. Murió, y con ella se fue la que yo solía ser. La gente me teme, no me respeta. Ella se llevó mi comprensión dejándome con frialdad.
— No amor, no es así... Todos te respetan mucho.
— Eso lo dices porque me quieres. —se dio media para al fin verle el rostro.
— Sé que has pasado por mucho, nena. Lo de tu madre, lo de tu depresión, aquellos intentos de... —ni siquiera pudo mencionarlo. Heather esquivó su mirada compasiva—. Tu padre y ese hombre que te están torturando... Entiendo, no es sencillo, pero tampoco es de vida o muerte.
ESTÁS LEYENDO
Lo Imperdonable
RomanceHeather Ripoll se ve en medio de una encrucijada cuando la empresa de su padre se encuentra prácticamente en la ruina, gracias a una estafa. El ser una mujer decidida, respetada, inteligente y lo suficientemente responsable para cargar con cualquier...