Capítulo 1: Debes estar bromeando

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Tres años antes...

Se encontraba teniendo el mismo sueño de casi siempre, ese sueño que tan feliz la hacía, que tan melancólica la ponía. Se vio a si misma de pequeña corriendo por la orilla del mar junto a su madre. Ambas iban de la mano riendo estrepitosamente y dando vueltas como si el viento las condujera hacia ninguna parte a través de cada ráfaga que les obsequiaba. Cuando menos lo esperaron su padre se sumó a ellas, las elevó en el aire con todas sus fuerzas. Su diafragma ya no podía contenerse de tanto reír. «¡Son los mejores padres del mundo!» decía a todo pulmón, endulzando sus corazones. Pero de la nada, todo el mar azul se pintó de un tono negro y espeso, el cielo lleno de nubes con un sol enardecido, se tornó gris con una mezcla de violeta enfureciendo al cielo que comenzaba a crear relámpagos, y alimentaba con potencia el viento. Entonces, sus manos zafaron de las de sus padres y un fuerte golpe repentino la dejó tirada en la arena, estaba inconsciente, quieta... ¿Eso era arena o era pavimento? Despertó del desmayo y nuevamente lo revivió. Allí estaba su madre tirada en el suelo de un callejón oscuro, mientras veía a un hombre correr hacia la salida, le había disparado a Virginia en el abdomen para salir huyendo con su bolso y ésta se retorcía del dolor mientras su boca expulsaba sangre. Habían salido simplemente a cenar, pero habían sido emboscadas por ese tipo, y al rehusarse a obedecerlo, el sujeto las llevó a rastras hacia lo oscuro, forcejearon y terminó disparándola, saliendo a toda velocidad del lugar. Heather tenía sus ojitos repletos de lágrimas, estaba asustada. Su mamá estaba sangrando y no sabía qué hacer para ayudarla, se encontraba hincada al lado de su madre oprimiendo la herida. 

Virginia aún tendida en el suelo, tomó la pequeña mano de su hija y dedicándole una sonrisa llena de dolor, le dijo con dificultad.

N-no no llores mi niña, todo estará bien. Por favor sé fuerte... T-tú eres una chica muy fuerte, sabrás como continuar. Lucha y cuida de ti siempre, tú y papá lo harán bien. Cuídalo... Heather le suplicó que por favor no cerrara sus ojos, pero su madre ya no sentía el cuerpo caliente. T-te amo Heather, siempre serás lo mejor que me... no logró terminar la oración, pues su corazón se había detenido. La niña solo podía observarla, y colocándose la mano de su madre en el rostro le juró que siempre la amaría. Escuchó las sirenas de varias patrullas, pero ya era demasiado tarde, su mamá se había ido. Así que cuando los oficiales corrieron hacia donde ellas, Heather solamente se limitó a ponerse de pie, y con los ojos nublados de lágrimas, aunque sin expresión alguna, caminó a través de ellos dirigiéndose a uno de los autos, se subió y le dio un portazo al coche, dejándolos helados a todos los oficiales quienes fueron tras ella de inmediato, mientras que otros recogían el cuerpo de la mujer. «Sabrás como continuar, te amo», le había dicho su madre. Frustrada comenzó a gritar y a patear al asiento delantero, le imploraba a Dios que su mamá volviera, pero nunca jamás sería así. Virginia ya no volvería.

Despertó de un respingo de aquella terrible, aunque habitual pesadilla. Por su frente corrían algunas gotas de sudor y su pecho se inflaba bruscamente en busca de aire, intentó calmarse. No era la primera ni tampoco sería la última vez que soñaría con aquel fatídico accidente que le había cambiado la vida, y que le había arrebatado a su mamá. Ya no sabía que más hacer para soñar como la gente normal, esa pesadilla la perseguía una y otra vez sin tregua. Tal vez eso también alimentaba a su tan pesada personalidad, una que no era muy agradable para nadie, mucho menos para ella. Luego de tranquilizarse un poco, se vio con detenimiento. Estaba parcialmente desnuda, y junto a ella reposaba una cabellera rubia, estaba con uno de los tantos hombres con lo que acostumbraba a ir a la cama, se le daba bastante bien endulzar a quien ella quisiera, aunque terminaba por darle lata el desenlace, más específicamente deshacerse de ellos luego de la larga fiesta en su habitación. Su semblante se volvió indiferente y simplemente se puso de pie colocándose una bata. Observó el reloj, ya eran las seis de la mañana.

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