0. Trabajo académico

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—¿Revisaste la documentación que adjunté en el correo de ayer, Ryo? —preguntó el mayor de los Uchinaga, mientras aparcaba su Mercedes en el estacionamiento del gran edificio de paredes terracota que se erguía frente a ellos, que fungía como su col...

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—¿Revisaste la documentación que adjunté en el correo de ayer, Ryo? —preguntó el mayor de los Uchinaga, mientras aparcaba su Mercedes en el estacionamiento del gran edificio de paredes terracota que se erguía frente a ellos, que fungía como su colegio.

El muchacho soltó un pequeño suspiro; su padre no dejaba de molestarlo con un par de negocios en la zona comercial en la que trabajaban, los cuales todavía tenían un algunas más de semanas para ser completados.

—Los voy a revisar en computación, no te preocupes —fue lo que contestó, tomando su mochila, abriendo la puerta y saliendo del vehículo. Su progenitor asintió, todavía con un poco de duda y lo dejó ir, sin comentar nada más. Cerró la puerta antes de echarse a andar.

A sus espaldas, oyó el arrancar particular del motor y comenzó a caminar, notando lo sombría que estaba esa mañana. Las nubes parecían enfurruñarse las unas con las otras en tonos grises.

Había visto en las noticias que todo ese mes iba a estar plagado de lluvias, por lo tanto, no le sorprendería que en cualquier momento cayera un aguacero.

Buscó en su mochila por un par de segundos, encontrando al instante su pequeño paraguas y tomándolo, por si acaso. Un par de minutos después, las gotas no se hicieron esperar y comenzaron a caer como si se trataran de lágrimas. Los zapatos, perfectamente lustrados, comenzaban a mojarse por el líquido que resbalaba de la tela del paraguas.

Cruzó un pequeño camino y un olor tabaco inundó sus fosas nasales, haciéndolo arrugar la nariz mientras volteaba a ver al procedente, mas no encontró nada. Sintió un jalón en su mochila, haciéndolo doblarse hacia atrás y sostenerse de quien sea que lo estaba tomando.

—¿Qué trajiste hoy de almuerzo? ¿eh? Estaría necesitando que me lo des, delgadito —oyó una voz familiar hablarle y lo miró.

Frente a él estaba un tipo alto, de cabellos rubios y lo suficientemente fornido para destrozarlo en cosa de segundos. Roy había atrapado un cigarrillo entre sus dientes y este, a punto de apagarse por la lluvia, cayó al suelo y fue pisado por un par de zapatos escolares, algo parecidos a los suyos.

—Corta tu mierda —fue lo único que respondió Ryo, empujándolo un poco y causando que este soltara una risa sonora—. Y tu cigarro de mierda huele horrible.

—Ryo —alargo la "o" el mayor como si se tratara de un niño—, acabas de decir la misma palabra dos veces. Compárteme tu paraguas.

Y sin pedir permiso siquiera, tomó el objeto y lo alzó un poco para caber el también. El más bajo no contestó nada, solo siguió caminando mientras cuidaba su mochila de no mojarse, pues dentro tenía su laptop y esta tenía muchísimos documentos en su memoria.

Se pararon un segundo en la cafetería, donde mandó a su amigo a que le comprara un sándwich de pollo, específicamente sin tomate ni una gota de mayonesa con la promesa de que le iba a invitar algo. Roy no chistó, incluso si probablemente lo que tenía en su billetera le daba para comprar la cafetería entera.

De amor, negocios y otros malesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora