15. Asuntos en Osaka

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La prensa lo estaba esperando para el momento en el que puso el pie en el aeropuerto de Osaka

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La prensa lo estaba esperando para el momento en el que puso el pie en el aeropuerto de Osaka. Fue demasiado bullicio, incluso para él, que estaba acostumbrado a las personas y que había tenido que hacerlo, por su problema. El abogado le había recomendado no decir nada a pesar de que hubiera insistencia por parte de los reporteros, y tampoco era como si él quisiera hacerlo.

Tenía un nudo en la garganta desde hacía más de veinte horas. Su vuelo había salido en la madrugada, y el apenas y estaba llegando. Apenas tenía algo de sueño encima, y lo habían obligado a ponerse ropa más formal. Hizo más de dos escalas, donde apenas y podía pronunciar alguna palabra de lo molesto, incomodo, triste y preocupado que estaba.

—¡Señor Corsair! ¡Señor Corsair! ¿Qué puede comentarnos sobre lo que ha sucedido con su padre y su madre? —no dijo nada, siguió con la vista hacia adelante. Jean no tenía idea de que su primer viaje a Asia seria así de turbulento.

Se preguntaba cómo se sentía Ryo en el momento, sobre todo porque había escuchado que Kuta estaba en un estado de salud demasiado delicado. El nudo de la corbata se sentía como una cuerda atada a su cuello, y su estado mental estaba al borde de un ataque de ansiedad, y lo sabía por el temblor de sus manos.

Entró en silencio a la limosina, seguido de los dos guardias que lo acompañaban, y fue saludado por el conductor, cuyo acento japonés era notorio. Le recordaba ligeramente al que Uchinaga tenía cuando se enojaba.

Volteó la mirada hacia las, que él consideraba, hermosas calles de Japón. Los árboles se teñían de colores cálidos y vibrantes, acompañados de la verdadera belleza de los edificios y la limpieza que presumía la ciudad. El día estaba soleado, aunque lo suficientemente frio como para haber tenido que ponerse un abrigo sobre su saco, el cual odiaba llevar puesto. Era muy de mañana; entre las siete y nueve, por lo que los rayos del sol apenas comenzaban a asomarse tímidamente por el horizonte.

Odiaba tener que dar una apariencia, y justo era lo que estaba haciendo en ese momento; no había comido casi nada y hasta apenas era que su estómago había comenzado a exigirle alimentos. Verse sereno, impasible y completamente maduro no era lo suyo, y no sabía si algún día lo seria. Quería echarse a llorar, patalear y gritar hasta que llegara su mamá y lo tranquilizara.

Pero eso no iba a pasar.

Un enorme edificio se alzó, imponente, ante sus ojos algunos minutos después, haciendo que su estómago se hundiese y provocándole una simple jaqueca de solo ver la absurda y grosera cantidad de personas frente al Hospital, abarrotado de reporteros y la seguridad, que parecía tratar de desalojarlos. El auto viró y entraron a un estacionamiento bajo tierra, lleno de lucecitas blancas y una que otra verde y roja. Fue una completa impresión para él la cantidad de iluminación y las náuseas y temblores no tardaron más de segundos en hacerse presentes.

El auto se estacionó en uno de los lugares disponibles, y al instante ambos guardias se bajaron en un casi salto, mirando hacia los lados cual zarigüeyas, antes de asentir entre ellos. Bajó del vehículo, estirando sus largas piernas y siguiéndolos hacia, lo que asumía, era el elevador para el piso al que se dirigían.

De amor, negocios y otros malesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora