16. Noches

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Tomó asiento al lado de la camilla, pasando sus manos por su cabello

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Tomó asiento al lado de la camilla, pasando sus manos por su cabello. Notó que ya se encontraba demasiado largo para su gusto, al punto de que estorbaba su campo de visión y resultaba particularmente incómodo para su nuca. La silla era cómoda, pero estaba harto de la simple idea de estar en un hospital porque sus padres tuvieron un accidente y él viajó veintidós horas para ir a verlos.

Su espalda dolía, y sus ojos pesaban en cada uno de los parpadeos que daba. A su lado, se encontraban numerosos ramos de flores, globos y chocolates, todos y cada uno de ellos con pequeñas notas de saludos. Se levantó de su lugar, paseando sus manos por las plantas al momento en que el fuerte olor impregnó sus fosas nasales. Eran todas bonitas, de colores vibrantes y sin duda alguna bien cuidadas; rosas, margaritas, girasoles y tulipanes eran los que más podía destacar dentro de todas.

Uno de los ramos era notoriamente ostentoso, lleno de flores hermosas que no sabía reconocer. La nota que lo acompañaba era dorada, y sus pequeños decorados brillaban contra la fría luz que el lugar emitía.

"De la familia Hue, esperamos pronta recuperación. Nuestro más cálido abrazo".

Alzo una ceja, a la par que hacia una mueca de confusión y desagrado a la vez. Volvió a pasar sus ojos por la nota, tratando de corroborar que no había leído mal, pero no lo había hecho. En efecto, la familia de Keith Hue había mandado esas flores, y él no era capaz de recordar el momento en que sus familias habían hecho buenas migas.

Para comenzar, ¿Cómo habían logrado mandar flores al hospital?

Examino más de cerca el jarrón, repleto de preciosas plantitas, y que probablemente había costado un ojo de la cara. Parecían muy frescas, con una paleta de color de azules y blanco, haciéndola ver muy limpia, con algunas ramitas verdes que lo acomodaban. Tenía ganas de tirarla directa al bote de la basura, pero no era de su incumbencia, de forma que volvió a colocarlo en su lugar.

Su padre dormía plácidamente en su camilla, con las manos entrelazadas sobre su regazo y el ceño arrugado en su frente. A su lado, su madre se estaba dormitando en su lugar, sin haber dejado el lugar en casi dos días. Reo estaba en la guardería, porque todos sabían que le iba a resultar estresante estar en ese lugar con olor a muerte, aunque no dejaba de estar protegido por guardaespaldas incluso en la zona de niños.

Ya estaba siendo algo preocupante.

Le habían indicado que no podía quedarse a dormir ahí, lo que significaba que tenía que movilizarse antes de que cayera la noche, lo que le causaba un punzante dolor de cabeza solo al pasar la idea por su mente.

No quería hacerlo.

Su madre lo acompañó al hotel, pero se iban a quedar en habitaciones distintas, aunque contiguas, solo por razones de seguridad. Su hermano iba a dormir con su madre, por lo que él iba a estar solo toda la noche, aunque solo fuera esa. Sabía que tenía que volver a Inglaterra al día siguiente o al que seguía de ese, pues, a pesar de todo, sus padres iban a hacerlo retomar sus responsabilidades.

De amor, negocios y otros malesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora