29. Gala de caridad, parte dos

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Tratar de ignorar a su novio resultaba más difícil de lo que imaginó, sobre todo cuando se veían guapo en traje, el cabello perfectamente arreglado y el rostro tan brillante bajo los candelabros que colgaban del techo. Todos los esfuerzos inhumanos que hacía para no mirarlo cada tres minutos querían fracasar porque, cada vez que lo miraba, del otro lado de la habitación, encontraba que este lo estaba observando igualmente.

Ya.

Alejó su mirada una vez más, centrándose en la conversación entre su abuela y su tía.

—Por lo que he escuchado y visto, es más que obvio que Kuta no podrá seguir siendo el CEO —a pesar de ya saberlo, escucharlo de la boca de Chiyo hizo que la realidad le cayera como un balde de agua fría, un escalofrío bajando por su columna vertebral en milisegundos—. ¿Qué vas a hacer, Ryo? —se dirigió a él la mujer.

Apartó la vista, centrándola en su plato de comida. Pasta a la boloñesa reposaba en este, aún intacta. Y no era que no tuviera hambre, porque no comía desde la mañana, pero el dolor en el estómago le quitaba el apetito.

—No voy a ser director —respondió, apenas lo suficientemente audible para que su abuela reaccionara, mirándolo con incredulidad—. Ni hoy, ni el año que viene. No tengo conocimiento, experiencia, ni razón para serlo.

—¿Estás seguro de eso, hijo? —preguntó Hana, torciendo la cabeza y mirando fijamente a su sobrino.

—Muy seguro —alzó la vista, encarándolas con decisión—. Soy incompetente aún.

—Me parece bien que tomes tu decisión —dijo su abuela. A juzgar por la sonrisa en su rostro, parecía conforme con lo que Ryo decía—. Pero, jamás te subestimes.

—Solo quiero hacer las cosas bien.

Cuando terminaron la cena, era ya el momento de comenzar con los eventos correspondientes.

—¡Hora de bingo! —exclamó Chiyo, levantándose de su lugar y aplaudiendo. Procedió a tomar otra copa de champan y caminar, el largo vestido Chanel arrastrando ligeramente contra el suelo—. ¿Vienes, Hana?

Y así se fueron las dos mujeres, por lo que regresó la vista hacia su amigo, que charlaba contento con sus hermanas. Le pellizcó la pierna, juzgando la forma en que le sonreía a ambas.

—¿Qué haces?

—Estoy invitando a bailar a tu hermana.

—No puedo aceptar eso.

—¿Por qué? —alzó una ceja—. Me llevo lo suficientemente bien con Misumi, ¿no crees?

No negó que le sorprendió que fuera la mayor de ambas. Entrecerró los ojos, tratando de descubrir las verdaderas intenciones de su amigo, pero solo veía amabilidad dentro de estos. Se encogió de hombros.

—Bueno, si ella quiere —dijo. No le importaba demasiado, tampoco—. Mantén tu distancia, oxigenado.

Se levantó y caminó entre las mesas con lentitud. Muchas personas quisieron saludarlo, por lo que se detuvo más de una vez para sonreír y agradecer por sus presencias en el lugar, inclinándose y ofreciendo reverencias cordiales. Su teléfono vibró en su bolsillo mientras caminaba; un largo y oscuro pasillo se extendía frente a él, cuyas paredes se decoraban con obras de arte, la mayoría clásicas.

Se detuvo sobre sus pasos, encendiendo el aparato y dejando salir una enorme sonrisa de su rostro, a la par que sus orejas se encendían en temperatura.

"Te ves muy, muy hermoso hoy. Bueno, siempre".

Sonrió, chillando internamente, pero se limitó a responder lo mismo y agradecer, apagando el aparato y siguiendo su camino. Entró finalmente a la habitación de la noche. Se trataba de un lugar abierto, con numerosas sillas y luces oscuras, además de tener un pequeño escenario en el centro. El subastador ya se encontraba parado ahí.

De amor, negocios y otros malesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora