25. Me gustas

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TW: Violencia, bullying

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TW: Violencia, bullying

Apenas a mitad de los fideos, comenzaba a sentirse un poco lleno, siendo que el mesero acababa de colocar en la mesa su hermoso rib eye escocés tres cuartos de cocido, y frente a su plato la lubina del Uchinaga.

—Te paso mi carbonara —el chico movió su plato su plato de fideos hacia el rubio, que hizo lo mismo con el suyo. El olor de la carne y el pescado inundó sus fosas nasales casi de forma instantánea, haciendo que su estómago olvidase que ya estaba algo satisfecho después del pollo. El chico se llevó los fideos a la boca e hizo un ruido gustoso, asintiendo mientras engullía. Rio ligeramente al verlo sacar el pulgar—. Está muy bien. Si tengo espacio después, los pediré.

Igualmente probó su pasta, que ya era un sabor conocido pero cuyo toque especial recibió con satisfacción.

—Super rico. Me gustó.

Hicieron eso con todos los demás platos, siendo egoístas de vez en cuando en momentos en los que uno le gustaba más que el que habían pedido, o al revés. Una hora y media después, podía decir que estaba más cerca de vomitar que de tener una sola sensación de hambre.

—Dios... ya no puedo más —soltó un par de risas, disfrutando de la cara de total derrota del chico, cuyos platos igualmente estaban totalmente vacíos y se recargó contra el respaldo del sillón, tomando un profundo suspiro—. ¿Pedimos postre?

—Si.

—Quiero un pastelito.

De manera que, después de comer su última comida y pagar la cuenta, por fin salían del restaurante, caminando de forma que una tortuga se veía rápida a su lado.

—¿Qué crees que piensen nuestros papás de la factura? —el semblante del japonés era ligero a la hora de hacer la pregunta, como si su mente divagase en cualquier otro lugar menos el plano terrenal, pero el agarre a su brazo le indicaba su buen humor.

—Un mini infarto, probablemente —sonrió, haciéndole una señal al taxi que se aproximaba hacia donde estaban, que afortunadamente iba vacío. El automóvil se detuvo, y Jean abrió la puerta para que el contrario no tuviese problemas con su cadera, subiendo detrás de el—. Buenas noches.

—A Sky Garden, por favor —anteriormente discutido el tema, estaba ya decidido el lugar en el que iban a observar la vista de la ciudad nocturna. El chico arrugó la nariz, acercando su rostro al suyo y mirándolo por un milisegundo—. Si nos da hambre, podemos comer otra vez ahí.

—Si, es una idea perfecta. O podríamos tomar algún trago, si tan solo tuviéramos la edad.

—Por el momento, no podemos —el chico se encogió de hombros—. Sin alcohol será.

No tardaron más de quince minutos en llegar al enorme edificio, tan alto que la punta no era visible en ese momento, tanto por la hora como por la contaminación de la ciudad. Ryo pagó el taxi en esa oportunidad, al igual que había realizado la reservación y costeado las entradas con un poco de antelación, por lo que no hubo problema alguno a la hora de entrar.

De amor, negocios y otros malesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora