22. Tres gatos

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Sintió la fuerte mirada del chico incluso desde el otro lado de la cortina mientras buscaba la forma de hacerse más chiquito en su lugar, antes de que esta se abriera de forma brusca, y un pelinegro se le abalanzara como una especie de animal salv...

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Sintió la fuerte mirada del chico incluso desde el otro lado de la cortina mientras buscaba la forma de hacerse más chiquito en su lugar, antes de que esta se abriera de forma brusca, y un pelinegro se le abalanzara como una especie de animal salvaje, colocando sus manos en su cuello y trepándose en su cama, con una rodilla peligrosamente cerca de su abdomen. Con sus mayores esfuerzos trató de quitárselo de encima, dándole manotazos y colocando sus manos alrededor de las suyas, pero su amigo no parecía querer parar en absoluto. Además, estaba un poco mareado.

—Eres un puto idiota, Roy Bonnet —su mirada era penetrante y boca estaba formada en una mueca de enojo. La presión sobre su cuello estaba causando que comenzara a ponerse morado. Detrás de él, Jean los miraba con una expresión algo extraña, como gusto y confusión mezcladas, pero no parecía tener la intención de detener a Uchinaga en absoluto—. ¿Cómo mierda has estado ignorando esto por tus putos huevos? ¡No me jodas!

En serio estaba perdiendo el aire.

—Ryo... ya... suéltame —pequeñas lucecitas comenzaron a verse por toda la habitación, mientras trataba de una vez por todas de librarse del chico, hasta que sintió el aire volver a sus pulmones. Se incorporó bruscamente, tosiendo y pegándole a su propio pecho—. Dios, ¿Qué mierda te pasa, Uchinaga? ¿Y tú por qué no haces nada? ¡Me iba a matar en frente de ti!

El más alto tenía una pequeña sonrisita, como si no quisiera comentar mucho al respecto, pero igual parecía estarlo disfrutando.

—Si eso pasaba, le iba a ayudar a esconder tu cuerpo —Ryo esbozó la sonrisa más grande que jamás le hubiera visto pintada, como si se tratase de las palabras más románticas que un ser humano hubiese pronunciado alguna vez—. Un poco sí te lo merecías.

Hizo una mueca, a punto de sacar el dedo del medio, pero fue golpeado en la mano por el pelinegro, que parecía a un movimiento de matarlo, despedazarlo y vender sus partes en la carnicería.

—En serio te quiero partir toda la puta cara —siseó—. Escúchame, Roy, hijo de puta, más te vale que dejes a Allan tener lo que él quiera tener y darle toda la atención que quiera a Enzo, y si te veo o escucho volverte a quejar o reprocharle, en serio voy a terminar contigo, y voy a traer a Jean conmigo. Además, ¿Qué no se supone que estás en algo con una chica? No me acuerdo como se llamaba.

—Aja, Miranda, ¿Qué tiene eso que ver? —alzó la ceja, sin terminar de comprender—. No se trata de eso, y lo sabes. Soy heterosexual.

—¿Quizá, solo quizá, que te metas en tus putos asuntos? Ya deja a Allan ser feliz y estar con quien él quiera.

Y así como apareció, volvió a cerrar la división entre ellos. Roy se quedó en silencio, mirando sus manos con mayor detenimiento del que normalmente tendría; su cara estaba caliente y asumía que más que nada, estaba avergonzado.

Y bastante.

No pasaron demasiados minutos de sola reflexión antes de que se escucharan pasos apresurados por la puerta. Un castaño apresurado abrió la puerta, adentrándose al lugar, esta vez solo. No evitó soltar un suspiro de alivio al ver que no estaba Enzo con él, y se sintió decepcionado de sí mismo de nuevo.

De amor, negocios y otros malesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora