Extra 3: Nuestra vida

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Una gota de sangre se derramó sobre la tela del vestido beige, corto y de satín que una chica de piel oscura llevaba puesto

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Una gota de sangre se derramó sobre la tela del vestido beige, corto y de satín que una chica de piel oscura llevaba puesto. Jean maldijo al momento, limpiándose con su propio jean y manteniéndose en su posición, equilibrado en sus rodillas y al nivel de la cadera de la muchacha.

—Tendré que llevarlo a la lavandería tan rápido como sea posible —murmuró, más para sí mismo que para la mujer que llevaba puesta la prenda, que era ceñida y resaltaba sus pechos.

—Todavía tenemos tiempo —Megan lo reconfortó, pero Jean no se sentía mucho mejor. La presión le picaba en el pecho cuando se daba cuenta de que quedaban dos piezas más que entregar como parte de la colección. Sus compañeros se encargaban de confeccionar el comienzo de la otra, pero Corsair quería morirse al ver sus intentos pobres de piezas.

Tendría que corregirlo después.

—Lo sé, pero tiene que ser perfecto —una gota de sudor le resbaló por la frente. El clima en Londres no era frio, pero tampoco tan caliente, no obstante, el cerrado interior del salón era asfixiante. Las enormes ventanas proveían excelente iluminación, pero no ayudaban demasiado a que tenía que presentar esa colección como trabajo final, y como extra, la propia suya.

—Claro que si —asintió Megan, quieta como una piedra mientras el muchacho ajustaba el vestido.

—Listo —se levantó, habiendo arreglado la última medida. Le tronaron las rodillas al momento en que estuvo de pie y fue a sentarse en su silla, donde anotó observaciones con su lápiz, y procedió a levantarse a observar a los otros dos chicos, Kim y Joseph.

La conversación de los muchachos se apagó cuando lo sintieron cerca, y Jean supo mejor que preguntarse la razón. En su lugar, analizó el corte desprolijo que el chico había realizado con una mueca casi imperceptible.

—¿Ya quedó el vestido, Jean? —el muchacho preguntó, con tono amable.

—Si, ya está —asintió, estirando su mano para observar los bocetos ajenos en la mesa. El dorado de su anillo Cartier relució ante la luz de la lampara de mesa ajena. Los removió con el mayor respeto posible, dándose cuenta de algunos fallos de los que no quería ocuparse, pero eventualmente tendría que.

—¿Y? ¿Qué tal?

—¿Qué?

—Nuestro trabajo, ¿te parece bonito, Jean? Estoy seguro de que el vestido ha quedado precioso, como todo lo que haces.

Kim se ahogó al lado del chico, y Jean sonrió con cortesía. Era la primera vez que un hombre se la pasaba coqueteándole todo el tiempo, y aunque era halagador, no era agradable para Corsair que hiciese eso en vez de poner su dedicación en las prendas que tantas horas tomaban.

—Gracias.

Se recargó en el escritorio, despegando su vista de los chicos y observando a sus compañeros pelear entre ellos por simples cosas como costuras. El resto del día pasó así, con el comenzando a hacer sus propios cortes. Gran parte del trabajo de diseño lo habían dado a él, por ser el más experimentado, pero ahora tenía que encargarse también de todo lo demás.

De amor, negocios y otros malesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora