5. De forma amable

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Cuando llegó a su casa, un olor a comida inundó sus fosas nasales, recordándole que estaba bastante hambriento desde hacía ya un par de horas

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Cuando llegó a su casa, un olor a comida inundó sus fosas nasales, recordándole que estaba bastante hambriento desde hacía ya un par de horas. En la cocina, se encontraba su padre cocinando, lo que a él le parecía, pizza. El hombre notó su presencia y volteó a verlo, sonriendo ligeramente.

Kuta Uchinaga era joven aún. Ryo había nacido cuando ellos apenas tenían veinte, por lo que su progenitor recientemente habían cumplido los treintaiseis, y apenas se le formaban las primeras arrugas en los pliegues de sus ojos.

Se quitó los zapatos, colocándolos en el mueble de la entrada y finalmente se adentró en la morada. Volteó hacia los lados y notando a su madre, dormida en el sofá, con una botella de vino en la mesita de café.

—Estoy en casa —dijo como costumbre, acercándose al sillón y notando que, en la mano de su madre, reposaba una copa a medio llenar. La retiró con suavidad, colocándola junto a la botella y aprovechando para dejar su mochila en el sofá de una plaza—. Otra vez tomando... —suspiró—. ¿Como estuvo todo hoy?

La enorme pantalla transmitía un programa en volumen bajito donde una mujer se probaba algunos vestidos de boda pomposos y largos con sonrisas inseguras.

—Hoy tu madre estuvo todo el día en la empresa, manejando cosas de aquí para acá, así que está notoriamente cansada —el hombre rio, viendo por un par de segundos a la pelinegra respirar pasmadamente—. Tendré que llevarla a la cama si no despierta.

—¿Dónde están los demás? —se levantó y se acercó a la cocina de nuevo, sentándose en la barra.

—Supongo que en sus habitaciones —respondió el mayor—. Misumi está estudiando según ella y Minori fue a una fiesta con sus amigos. Reo se quedó dormido en la cuna.

Ryo asintió, asomándose al pequeño monitor y viendo que, en efecto, el niño parecía un poco bastante dormido. Estaba extendido como una estrella y tenía la boca bien abierta.

—Hay focaccia ahí —le indicó Kuta. Una pequeña canasta reposaba en la barra, cuidadosamente tapada con una tela blanca—. ¿Quieres aceite?

—Si. Me muero de hambre.

Estuvieron un rato charlando. La conversación con su padre se iba a diferentes puntos, pero el mayor siempre trataba de explicarle lo que se vivía día a día en la compañía.

—Entonces, ¿ya lo entiendes mejor?

Su hijo asintió. Tenía la boca llena de pan, por lo que hizo al hombre esperar a que tragase.

—Ya, mira que siempre me habían confundido los índices accionarios. Pero, ya me está quedando mucho más claro —el chico bajó la mirada y tomó otro trozo.

—¿Todavía tienes hambre? —alzó una ceja el hombre, viéndolo con repruebo.

—¿Yo? —se señaló a sí mismo.

De amor, negocios y otros malesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora