10. Quemaduras

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Roy había sido suspendido

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Roy había sido suspendido.

Después de esa noche agitada, esa fue la noticia que lo recibió en cuanto cruzó la puerta del aula y visualizó a un particular castaño, cuyo rostro se encontraba hundido entre una especie de cuna formada por sus brazos. El chico le comentó lo sucedido casi en cuanto se sentó a su lado.

Los párpados de Uchinaga pesaban; se había ido a dormir más tarde de lo que solía, tras estar toda la noche lidiando con sus hermanas. Minori había vomitado dos veces más, hablando hasta los codos de cosas totalmente estúpidas y Misumi, que solía ser tranquila y ordenada, había entrado en pánico en más de una ocasión después de saber lo que le podía haber ocurrido a su gemela.

Todavía podía recordarla jalando con rudeza sus trenzas, que aparentemente se había hecho para dormir. Todo su rostro estaba encogido en angustia. Y no iba a negarlo, le causaba un mal sabor de boca.

—No sé por qué no me sorprende —respondió, apoyando su mentón sobre su mano, paseando su vista alrededor de las personas que ya se encontraban ahí—. Al menos no lo expulsaron.

—Lo debimos haber detenido... ¿Qué van a decir sus papás si se enteran? —Foster pasó sus manos entre sus hebras de cabello de forma frenética y apoyó sus manos en la mesa, levantándose con brusquedad y una cara de determinación.

—Pues... técnicamente no hizo nada malo...

—Ahora vuelvo —su amigo apoyo las manos en la mesa, levantándose de un momento a otro.

—¿Qué mierda...? —la puerta se cerró antes de que pudiera terminar su oración. Se resignó, apoyándose en el respaldo y dedicándose a observar la puerta.

Al aula entraron Casares, West, una chica que se llamaba Samantha, Kai Mitchell y un rubio, cuyo tono de cabello lo hizo cerrar los ojos con desagrado. No era capaz de reconocer al adolescente. Revisó al instante el catálogo mental del colegio que había hecho, con nombres, apellidos, caras y datos.

Los chicos hablaban con el alto, de ojos claros y dentadura imperfecta. Después, su campo visual atrapó a Jean Corsair, todavía con su nariz enrojecida y totalmente envuelto en una cantidad de capas de ropa que no podía ni quería contar.

El rubio estaba acompañado de la profesora, por lo que la mayoría se levantó de su asiento en cuanto la vieron.

—Buenos días, chicos —la mujer sonrió, sus arrugas estirándose cuando lo hacía—. El día de hoy hemos recibido la llegada un nuevo estudiante de intercambio. El nombre de su nuevo compañero es Enzo Trafalgar, llega de Estados Unidos. Espero que lo reciban de la forma más cálida posible y lo hagan sentir cómodo con ustedes —a esa distancia, sus ojos desvelaban un suave gris—. Por favor, Enzo, preséntate.

Trafalgar asintió, sus lacios cabellos moviéndose y estorbando su rostro a la vez.

—Bueno, yo me llamo Enzo, tengo dieciséis años; nací en Monterrey, México, pero me mudé a los Estados Unidos cuando cumplí doce años —sujetó uno de sus brazos con su mano en señal de nervios—. Vengo de la Preparatoria Golden Oak, en Minnesota. Tengo raíces portuguesas y mexicanas. Espero que nos podamos llevar bien.

De amor, negocios y otros malesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora