Capítulo 14: SeaWorthy

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SeaHawk acabó su séptima jarra de cerveza y pensó en lo que se sentía consigo mismo. Su hígado se quejó aprovechando el momento de debilidad.

—Lo siento, compañero —le contestó a su hígado.

Varias caras de aquella taberna de Seaworthy lo miraron como si fuera un asqueroso escupitajo. La cantinera lo vigilaba detrás del vaso que secaba. Nunca le decía nada mientras pagara sus rondas. Aunque, ahora que lo pensaba, la cantinera de la taberna de Seaworthy nunca hablaba. Se preguntó por qué. 

El sonido de las copas, los golpes a las mesas y las charlas a los gritos, llenaban el ambiente de la taberna. 

Por tercera vez en la noche, su mirada se dirigió al intrigante aparato que lo acompañaba a todas partes. Era plano como la tabla de la cubierta de un barco, largo como un catalejo y de forma rectangular. 

A lo largo de su vida había visto solo un objeto parecido. Una noche que había derrotado a cualquiera que lo retara a una pulseada... frunció el entrecejo: eso ocurría siempre, él era invencible en las pulseadas. Se acarició el bigote, forzando a su cerebro a pensar. Cualquier observador hubiera visto al capitán con una mano sobre la boca, mirando hacia arriba pensativo, como si tuviera que resolver alguna diferencia con el techo. 

Después de un rato su mente le lanzó unos destellos de recuerdos. No recordó cuándo había pasado, pero sí que se había enfrentado a una mujer hecha de puro músculo. Era tan fuerte que había pensado que iba a perder su buena racha. Ella tenía el cabello corto y la piel verde. Al igual que la cantinera, no musitó una sola palabra. Tiempo después alguien le dijo a SeaHawk que era muda. Esa musculosa contrincante lo esforzó hasta que le quedaron doloridos los huesos de todos los dedos, pero puedo ganarle. Y el tesoro fue esa... ¿cómo se llamaba?

—Es una pantalla, probablemente un comunicador de última generación —había comentado entusiastamente uno de los cientos de miles de curiosos que observaban las pulseadas de SeaHawk.

El capitán había observado la pantalla como quien observa a un recién nacido que no se parece en nada a sus padres.

—¿La quieres? —le preguntó SeaHawk al curioso.

Al muchacho le brilló la mirada.

—¡Por supuesto!

SeaHawk colocó su brazo en posición de pulseada, ladeó la cabeza y sonrió con encanto.

—Pues ven por él.

SeaHawk perdió porque había gastado mucha energía para ganarle a la mujer musculosa. Nunca volvió a ver el objeto ni nada que se le pareciera... hasta la semana pasada, en la batalla de las Salinas. Lo había encontrado dentro de un bolso hecho de hojas olvidado en el muelle. 

Considerando el material del bolso, debía ser propiedad de Perfuma. Su intuición le había dicho que se lo guardara y no le dijera ni una palabra a Mermista. Por suerte, su intuición había elegido un buen momento para pedirle que no hablara con el amor de su vida. Mermista estaba enojada con él, aunque SeaHawk no se acordaba exactamente por qué. Últimamente su memoria le fallaba. 

—Probablemente quemé su barco —se contestó antes de llenar su boca con la espuma de la cerveza barata.

Una cabeza le hizo sombra a su jarra de cerveza.

—Lárgate de aquí, nadie quiere escucharte —ordenó un hombre alto y flaco con un parche.

SeaHawk intentó observarlo mejor, pero su cerebro no contribuyó en lo absoluto. Además, el tipo se había parado de manera que la luz que tenía detrás le ocultara el rostro. 

—Hoy no estoy de humor para pulseadas, amigo —resolvió SeaHawk bebiendo un sorbo.

—Creo que no me escuchaste —insistió el sujeto del parche—, quiero que te vayas de esta taberna. 

Defensoras de Luna Brillante: She-Ra Universo AlternativoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora