¿Por que esta mierda se siente tan bien?

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Este capítulo no está revisado aún, fallas autografías y demás, disculpen.

Mi celular estaba que explotaba por la cantidad de mensajes y notificaciones que en solo dos horas me habían llegado. Mi corazón latía con fuerza, mis manos sudaban sin control y mi mente me reprimía la culpa por no hacer caso a las amenazas de aquel extraño.

—Necesito que sea ya—. Un fuerte grito me hizo reaccionar, Thimothe estaba rojo de ira frente a mi con el pelo alborotado, su camisa desabotonada hasta el ombligo y sus manos apretando fuerte la mesa de despacho frente a él, provocando que las venas de todo su brazo se marcaran. En otra situación la forma en cómo se tensaba e insulta a la persona del otro lado de la línea me hubiera parecido excitante, pero en estos momentos solo puedo pensar en que pasará cuando mi madre se entere.

—Tiene que ser lo antes posible—. Volvió a decir el pelo negro con la voz ronca. —Tu no entiendes, la dignidad de esta chica está en juego.

—Estamos de acuerdo con usted, haremos lo posible por borrar el video y rastrear el dispositivo del cual fue publicado, pero eso toma su tiempo señor...—. Escucho por el altavoz del celular, Thimothe gruñó y cerró el teléfono con fuerza.

—¡Mierda! —. Grito tomando asiento en la silla a su lado, mientras cubría su rostro desesperado.

—Señor...—. Susurre, miro mi rostro unos segundos y su semblante una vez más se endureció, tomo unas llaves de coche de una de las gavetas de la mesa y se levantó rápidamente, me miró unos segundos y me indicó que le siguiera.

—¿Donde iremos?—. Pregunté luego de varios minutos en carretera, salió de la casa como alma que lleva el diablo y tomo el carro que maneja su chofer, le indicó quedarse y dejarnos ir solo a nosotros.

Thimothe no contesto mi pregunta y se limitó a conducir.

Llegamos hasta unas calles cerca de mi casa, unas tres cuadras para ser exactas, se detuvo frente a una casa de aspecto agradable, de niña había cruzado unas cuantas veces por ella, pero no conocía a el dueño de la casa.

—Rebecca perdóname—. Se dignó a habla por primera vez.

—¿Perdonarte por qué? Tu no has hecho nada—. Respondí tomando su mano sobre el volante.

—Mi deber como amo es protegerte sobre todas las cosas, y eso es lo que haré—. Escupió girando su rostro provocando que nuestras miradas se encontraran, el tono azul de sus ojos se reflejaba gris y su rostro continuaba ligeramente más rojo de lo habitual.

—Yo lo sabía desde hace unos días—. Comenté, sus ojos se abrieron como platos.

—¿Sabias qué Rebecca? —. Cuestionó.

—Sabía de la existencia de las fotos—. El dio un fuerte golpe en el volante que provocó que me espantara y soltara su mano de mi agarre.

—Mierda Rebecca. ¿Por qué no dijiste nada? Esto a mi no me perjudica ¿Te das cuenta? Ni siquiera se nota mi rostro, ¡En cambio tú! —. Inicio a reclamar con claro enojo.

—Esa persona me escribió días antes amenazando que si no me alejaba de ti publicaría las fotos, pero nunca pensé que me tendría vigilada más veinticuatro horas del día—. Me excuse conteniendo las lágrimas y el desespero pero fue en vano. Salió del auto y me ordenó hacerlo también, camino hasta la puerta de la casa toco el timbre.

Un chico moreno, de quizás 1.72 metros, pelo rizado largo y acento que no parecía ser de este país abrió la puerta y saludo a Thimothe como amigos de años.

Este, igual de frío que siempre lo revivió con un cortante —Hola.

—Pasa, siéntense—. Nos pidió. —Debe ser algo muy importante para que no solo me hallas pedido hacerlo por teléfono y ya—. El chico río por lo bajo y el peli negro suspiró antes de contar todo a el chico.

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