Capítulo 26

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Lúa estaba nerviosa.

Era la primera vez que salía de la provincia de Pontevedra, por lo tanto, también era la primera vez que iba llegaba a A Coruña. Durante el trayecto no dejó de sonreír, en la radio iban sonando canciones de Fito Y Fitipaldis que ella misma tarareaba y marcaba el ritmo con su pie. El paisaje era siempre similar, al menos hasta que se metieron en la autopista, porque después dejó de tener importancia para ella.

—¿Nos quedaremos en algún hotel? —preguntó mientras tamborileaba sus dedos en sus rodillas.

—Si, tenemos tres habitaciones esperando por nosotros en el Hotel Riazor —informó Christopher, dándole una rápida mirada por el espejo retrovisor.

—¿Tres? —preguntó alzando sus cejas—. Las matemáticas no son vuestro punto fuerte, ¿no?

—Verás, bonitiña, dormiremos de dos en dos —volvió a hablar el mismo—. Por ejemplo, Zabdiel y yo compartimos habitación.

La gallega asintió con la cabeza, se imaginaba que ellos dormirían juntos, como también se estaba imaginando con quien le tocaría dormir a ella.

—¿Y que hay de mi? —interrogó—. ¿Con quien voy a compartir habitación?

—Conmigo —habló Erick, girando su cuello para mirarla en los asientos traseros. Iban ellos tres en el coche, mientras que Joel, Zabdiel y Richard los seguían en el coche de atrás. Un Audi A8 nuevo del paquete, de color negro que relucía bajo el soleado día, para nada disimulados. Tenían dinero, ¿por qué no iban a presumir de ello?

—¿Y quien me ha preguntado si quería dormir contigo? —frunció ligeramente el ceño—. Detesto que toméis decisiones sin consultarme antes.

—Ya hemos dormido juntos en ocasiones anteriores, no te pongas así —Le restó importancia—. Además, no iba a permitir que alguno de estos cretinos compartiera cuarto contigo.

—¡Oh, claro! Una muy buena razón —ironizó, cruzándose de brazos mientras lo miraba con indignación.

Christopher resopló para cortarles el rollo. Una cosa era escucharlos medio discutir en el pazo, donde podía levantarse e irse cuando le diera la gana, y otra muy distinta era en el coche que, además, él mismo iba conduciendo. Ahí no tenía escapatoria.

—Para la próxima os bajáis y vais caminando lo que falta de camino —advirtió con los ojos puestos en la carretera.

Lo creyeron. Christopher era muy capaz de hacer tal cosa sin siquiera pensárselo dos veces. Ambos se callaron al instante, ya tendrían tiempo de discutir cuando llegasen al hotel y les tocase compartir habitación.

Por suerte -o desgracia- no tardaron demasiado en llegar. Eran personas de pocas palabras cuando de desconocidos se trataba, llegaron al hotel de forma elegante y trataron a los trabajadores con mucha educación, después subieron cada uno a sus correspondientes habitaciones.

—Tenemos que hablar, ¿no? —chasqueó el pelinegro, apoyándose en la puerta y mirando a la chica, esta estaba demasiado concentrada acercándose a la ventana para mirar esas increíbles vistas al mar.

—Esto es una pasada, creo que me gusta más que Sanxenxo —murmuró mientras soltaba un suspiro embobado—. ¿Qué decías?

Evitó poner los ojos en blanco, no quería iniciar otra discusión en ese mismo momento. Quería hablar como dos adultos, con calma, responsabilizándose de sus actos y de sus palabras.

—Decía que tenemos que hablar —repitió, esta vez ganándose su atención.

—Quizá deberíamos de hacerlo —suspiró—, pero sin gritos, por favor.

—No voy a levantarte la voz, Lúa...

La gallega se encogió de hombros de forma desinteresada y se sentó en el borde de la cama, esperando a que él iniciase la conversación. Al recordar que había sido ella, el día anterior, quien le pidió hablar, se sintió más ridícula todavía. Él ya le había dicho suficiente.

—Fue mi culpa haberte dicho lo que sentía —carraspeó, la faceta de tío duro se le caía cuando ella estaba cerca—. Todo estaba bien, ¿no? Fui un incrédulo al pensar que tú sentías lo mismo y que si tomaba la iniciativa todo iría sobre ruedas. Quizá leí demasiadas noveles en donde el chico confesaba sus sentimientos y su amada le correspondía.

—Cállate —pidió, llevándose una mano a la cabeza—. No voy a pretender que no me gustas, porque si que lo haces. Los besos que me diste son imborrables, tanto de mis labios como de mi cabeza... Pero estoy segura que los que faltan van a ser mejores todavía, como todo lo que nos puede esperar si ambos ponemos un poquito de nuestra parte —sonrió casi con timidez—. Nunca pensé que enamorarme de ti sería algo fácil, pero lo es, porque no eres lo que aparentas.... Y porque me quieres.

—Te amo —corrigió.

Las mejillas de la gallega ardieron. Amar era un verbo más profundo que querer y en sus labios se escuchaba como algo eternamente pasional.

—Me amas —repitió—, y yo te amo a ti... ¿Nos besamos ya o qué?

Erick se carcajeó. Lo romántico no iba con ellos y aún así estaban haciendo un gran esfuerzo. Se acercó a la cama y tomó el rostro de la chica con sus manos para después comerle la boca a su antojo. Mentiría si dijera que esos no eran los labios que quería sentir sobre los suyos por el resto de su vida.

—Lo de esta noche es arriesgado pero no voy a dejar que nada te pase —susurró todavía sobre su húmeda boca—. Mañana volveremos a Sanxenxo y podremos amarnos de verdad, no como hemos hecho hasta ahora, no quiero que nos reprimamos.

—Volver a Sanxenxo y amarnos, me gusta ese plan.

Él asintió en silencio. Había deseado tanto ese momento que ahora no sabía si empezar por comerla a besos o por declararle amor eterno.

—Erick, si esta noche sucede algo... —empezó a decir casi en un susurro.

—No, cállate, no va a pasar nada, al menos no a ti —susurró—. Recibiría mil balas por ti, bonitiña.

El nudo se hizo presente en su garganta. Le habían advertido que sería peligroso y aún así tomó el atrevimiento de ir. Ahora no podía quejarse si algo salía mal. Pero tampoco podía permitirse que a otros le fuera mal por ella, eso no se lo perdonaría.

—Mañana todo será otra cosa —prometió, apoyando sus frentes—. Tú y yo seremos uno, porque te amo y pienso amarte sobre toda esta mierda.

Fariña da costaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora