Capítulo 24

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Soltó el aire que sus pulmones estaban guardando y se llevó las manos a los oídos, que todavía pitaban ante el fuerte ruido del disparo. Tenía el corazón latiendo a mil por hora, los pálpitos se sentían dolorosos contra su pecho.

—¿Estás loco? —bramó Christopher—. Esa bala le rozó la oreja.

—Ella me pidió que disparara —se encogió de hombros para restarle importancia al asunto. Aunque claro, no le temblaron las manos a la hora de disparar porque estaba seguro de que no le daría. Asustarla era fácil.

—Y tú como siempre haces lo que se te pide... Que considerado eres —se mofó Joel.

Lúa miró aterrada a Erick, no quiso dar ni un solo paso al frente porque sabía que le temblarían las piernas y fallaría en el intento, no iba a quedar en ridículo frente a él. Richard se acercó y la arropó con sus brazos, calmándola un poco de la situación que acababa de vivir.

—Creo que nunca estuve tan cerca de la muerte —susurró en su oído, haciéndolo reír por lo bajo.

—No seas tonta —acarició su mejilla, la gallega a veces le causaba una ternura indescriptible—. Él jamás apretaría el gatillo si supiera que te iba a dar, sabe disparar y por lo tanto también sabía que la bala no tocaría tu cuerpo. Solo buscaba asustarte, supongo que como recordatorio de que las palabras que dices tienen su efecto... ¿Le has dicho algo malo antes de venir?

—Tal vez... Yo no tuve tiempo de poder expresarme, ¿sabes? Joel interrumpió antes de que yo hablara —suspiró, llevándose una mano a la cabeza para masajear su sien—. Que estrés.

—Sea lo que sea seguro que puede esperar —besó su frente, acariciando aún sus mejillas—. Al llegar a casa descansa, te vendrá bien... La conversación que tenéis pendiente puede esperar aún un poco más, ¿no?

—No lo sé —admitió, mordisqueando su labio inferior con nerviosismo—. Es importante, creo.

Richard asintió ligeramente, desviando su mirada hasta Erick, quien no había despegado los ojos de él en ningún momento. Este sonrió con descaro y para agravar la situación envolvió en cuerpo de Lúa con sus brazos, ella le devolvió el abrazo sin saber que era para retar a otro miembro del grupo.

—Me ha confesado sus sentimientos —soltó, cerrando sus ojos para no pensar demasiado en ello, pero con esa acción consiguió justo lo contrario—. No sé qué hacer.

—Tienes tres opciones, bonitiña —chasqueó su lengua contra su paladar—. La primera es que dejes el tema y que las cosas fluyan, la segunda es decirle que tú sientes lo mismo y la tercera es rechazarlo. Tú decides.

—Si lo rechazo no creo que falle en el próximo disparo —intentó bromear, pero la broma le había salido amarga porque sabía que tenía razón.

No podía tentar su suerte o terminaría como los hombres que habían muerto (o mejor dicho, que habían matado) hace poco: en el fondo del mar.

En agua salada iba a terminar igualmente porque llorar siempre lloraba.

—Hemos terminado aquí —informó Zabdiel, limpiándose las manos en su pantalón.

—¿Las familias ya están avisadas? —preguntó Joel arqueando una ceja.

—¿Desde cuando avisáis a las familias...? —interrogó Lúa, intrigada.

—De toda la vida —murmuró Zabdiel con obviedad, la gallega lo miró incrédula.

—Por ejemplo: a los hombres casados les cortamos el dedo anular con el anillo puesto y se lo enviamos a la esposa correspondiente —explicó Christopher con un tono divertido—. ¿No es bonito?

—Si... Súper bonito —ironizó—. Es lo que todas las esposas esperan como anuncio de que su marido ha muerto.

—De que lo han matado —corrigió Joel—. Hay una gran diferencia entre morir y que te maten.

—A veces una cosa lleva a la otra.

Lúa finalmente se decidió por la primera opción que Richard le brindó: dejar que las cosas fluyan. Tenía que aclararse la mente antes de volver a mantener una conversación con Erick, no quería cagarla diciéndole algo de lo que se arrepentiría después. El mafioso le había dicho que descansar era una buena opción pero ella siempre encontraba las respuestas en la playa, sentir la arena bajo sus pies era de sus sensaciones favoritas, el olor que desprendía el mar le cautivaba... En resumidas cuentas, Sanxenxo era mejor que el paraíso.

Se sentó en una de las rocas en las que el mar rompía sus olas, se abrazó las rodillas mientras miraba al frente, su mente se encontraba ya despejada pero eso no quería decir que sus ideas ya estuvieran aclaradas. Suspiró, sintiendo como un pinchazo de culpa le atravesaba el estómago. Ella solita se había metido en todo eso.

—¡No! ¡Esto no puede ser cierto! —el desgarrador grito de una mujer le hizo cambiar la dirección de su mirada, esta estaba arrodillada en el suelo entre un mar de lágrimas mientras sostenía una caja en sus manos.

Lúa volvió a sentirse culpable.

Y el sentimiento de culpa era una mierda.

Fariña da costaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora