Capítulo 29

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El pelinegro nunca había sido muy religioso pero en esos momentos no hacía más que rezar internamente para no haber llegado demasiado tarde.

—Así que ya ha caído el primero —habló el inspector al verlo allí—. ¿Disfrutaste con el vídeo?

—¿Tú eres tonto o te haces? —inquirió molesto—. Lúa es inocente, quiero que la dejéis libre de inmediato, además de que necesita ser observada por un médico, si las heridas se le infectan será peor...

La risa del hombre que tenían enfrente lo interrumpió, Erick lo miró con el ceño fruncido y se aguantó las ganas de golpearlo porque sabia en el lugar que estaba, por muy poderoso que fuera se sentía en desventaja si lo rodeaban policías.

—Que ingenuo eres, Erick —se burló el mismo—. ¿Dejar libre a Lúa? Esa jodida es tan culpable como tú y ambos vais a pagar por ello.

Le hizo un gesto al guardia para que lo esposara, él no puso resistencia estaba ahí con un único fin y era hacerle tiempo a sus compañeros para que idearan la estrategia perfecta. Nadie se metía con ellos de esa forma y después se salía de rositas.

—Quiero verla —expresó—. No daré ni la más mínima palabra hasta que compruebe cómo está ella.

—A mi eso me la suda —admitió el inspector mientras lo llevaba consigo—. No es muy habladora, es una inútil que no nos ha servido de nada. Al parecer la tenéis bien entrenada.

—¿Puedes callarte un poco? —gruñó—. A la próxima que hables así de ella voy a escupirte en la cara.

—No estás en condiciones de hacerte el valiente —abrió la puerta para darle paso a la sala de interrogatorio, la gallega se encontraba con la espalda pegada en la pared y la mirada perdida en algún punto del suelo. No se habían tomado la molestia de limpiar el suelo, por lo que todavía seguía manchado de su sangre.

—No, no, no... —tragó saliva con fuerza y forcejeó con el guardia para que lo soltara, al conseguirlo corrió hasta ella y se dejó caer de rodillas a su lado—. Corazón, mírame, por favor...

Tener las manos esposadas no le impidió llevarlas hasta su cara para que lo mirara. Estaba mal y no solo físicamente, se notaba que le había dejado huella más allá de la piel. Acarició con cuidado su rostro, pero lejos de dolerle le tranquilizó saber que estaba allí.

—No voy a dejarte sola, ¿recuerdas?

—Dime que estás aquí por algo bueno y no porque te han arrestado...

—Está todo bajo control —susurró antes de dejar un beso en su frente—. Lo siento por no haber estado aquí desde el principio, jamás dejaría que te hicieran daño...

—Yo me lo busqué.

—No, cállate, no busques restarle importancia ni mucho menos echarte la culpa —pidió en voz baja—. Dame tiempo... ¿Crees que puedes soportarlo un poco más?

Asintió. ¿Qué más podría hacer?

Erick suspiró, sabiendo que la situación estaba más jodida de lo que pensaba. Dejó un suave beso en sus labios, de esos que son necesarios aunque no revivan la esperanza en ellos.

—Suficiente —habló el inspector—. Quiero que los sentéis y los atéis a la silla, con este hijo de puta hay que tener cuidado.

—¿Por qué no haces tú algo, inútil? —espetó el pelinegro al ver cómo los otros guardias seguían sus instrucciones sin reclamar—. Nosotros seremos mafiosos pero vosotros sois unos corruptos de mierda.

—Ahí quería llegar —expresó con interés—. Háblame más de ese negocio.

—¿Por qué debería de hablarte yo a ti sobre mis cosas? —inquirió, mirando con mala cara a los guardias que apretaban una cuerda alrededor de su cuerpo para mantenerlo pegado a la silla—. Que gilipollas, como si esto sirviera de algo.

El inspector Arias sonrió y volvió a sacar la navaja que antes había usado para cortar a Lúa, jugó con esta entre sus dedos y se acercó a la joven. Sabía que Erick tenía un punto débil e iba a explotarlo hasta que soltara prenda.

—Porque si no lo haces ella sufrirá las consecuencias —habló divertido—. Aunque soy muy malo con las armas blancas, se me dan mejor las de fuego.

—Si le pones un dedo encima no voy a hablar —advirtió—. Golpéame, mátame a mi si eso quieres, pero aléjate de ella.

Lúa lo miró como si estuviera loco, eso había sonado a propuesta y la policía no dejaría pasar sus palabras. Claro que lo aprovecharon. Él le quitó el seguro a su arma y, sin siquiera pensárselo, le disparó en uno de los hombros. Apretó sus labios ante el impacto de la bala pero no le dio el gusto de gritar ni de llorar, ya lo hizo Lúa por él.

—Que patéticos, rogando el uno por el otro —rio  cruzándose de brazos—. Si tanto insistís entonces que así sea.

La siguiente hora fue una tortura con todas las letras de la palabra, no faltó el dolor, ni el llanto, ni las quejas. Erick podría aguantar otro tanto pero sabía de sobre que Lúa no, ella no estaba entrenada para soportar eso, además de que le dolía el alma verla en ese estado.

Se escucharon disparos, uno tras otro, habían llegado sus salvadores y estaban haciendo una brutal entrada, bastante sangrienta, pero buena. Erick sonrió de oreja a oreja, como si no tuviera los huesos molidos y las heridas de bala más abiertas que nunca, tardarían en cicatrizar.

—¿Qué coño es eso?

—Game Over, capullo —siseó Erick en su dirección.

—No, no voy a ser el único en perder —gruñó cargando su arma para después dispararle a la gallega. El miedo invadió su mirada cuando se cruzó con la de Erick.

—¡No! —el desgarrador grito que soltó se escuchó incluso sobre los disparos— No, Lúa, tú no... Ti non...

El llanto que había estado conteniendo durante todo ese tiempo brotó, le estaba costando respirar y su pecho ya estaba lleno de sangre. No iba a sobrevivir.

—No cierres los ojos, mírame, por favor te lo pido —suplicó.

La puerta fue abierta en ese momento, Richard y Joel no tardaron en disparar a los dos guardias que allí había.

—No matéis a ese hijo de puta, voy a hacerlo yo.

Joel asintió y procedió a desatarlo, mientras tanto Richard se encargaba de desarmar al inspector y de tirarlo al suelo para así inmovilizarlo.

El ojiverde ni siquiera reparó en él cuando se soltó, cayó de rodillas frente a la gallega mientras Joel la desataba con cuidado de no rozar sus heridas.

—Vamos a irnos, te pondrás bien, yo lo sé... Mañana será otra cosa, nos lo prometimos.

—Prometimos muchas cosas que no vamos a cumplir —dijo en un hilo de voz.

—Lúa, te amo, no voy a permitir que me dejes de esta manera... —lloró sintiendo como su cuerpo se desvanecía en sus brazos una vez que las cuerdas la soltaron—. Prometí recibir mil balas por ti y justo esta no pude recibirla.

—No te culpes de esto —pidió—. Siempre supe como sería el final de esta historia, pero no te preocupes, te buscaré en la siguiente y cumpliremos las promesas que no pudimos hacer en esta.

Erick lloró, más su llanto no sirvió para traerla de nuevo a la vida. Conoció al amor de su vida y no pudo tener esa historia de amor con la que hasta los peores mafiosos soñaban. Ahora que ella yacía en sus brazos, cubierta de sangre y sin vida, supo que las cosas no merecían ser así. Que la vida era una puta mierda. Que todo estaba sobrevalorado. Que Lúa no debería de estar muerta.

Fariña da costaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora