Capítulo 30 (FINAL)

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—Erick... —habló Joel para llamar su atención—. Ya está, no hay vuelta atrás y no podemos hacer nada... Tienes que soltarla.

Él alzó la mirada. ¿Por cuánto tiempo había sostenido el cuerpo de Lúa en sus brazos mientras la sangre no dejaba de brotar de sus heridas? Ahora había parado, su corazón ya no latía y su piel comenzaba a enfriarse. La realidad lo golpeó con fuerza. Una realidad en donde ella ya no estaba.

—Voy a matarte —siseó con rabia mirando al inspector, se levantó y, sin siquiera limpiar las lágrimas que corrían por sus mejillas sin control, golpeó con fuerza en su mejilla derecha—. ¡Me la has matado!

—No era tuya, asúmelo —escupió la sangre que se acababa de hacer con el golpe.

—Me la has matado —repitió, intentando pasar por alto el dolor que no hacía más que aumentar en su pecho.

Tomó la pistola de Richard y disparó en el hombro del hombre que tenía sentado enfrente, tal como lo había hecho este hacía no demasiado. Se quejó y maldijo por lo bajo pero no tardó en volver a mirarlo desafiante.

—¿Vas a matarme? —sonrió con burla—. Te estás tardando.

—Voy a hacerte sufrir tal y como lo hiciste con ella —prometió, mirándolo rencoroso—. Quiero unas tijeras. Chicos, conseguidme unas.

—Erick, ¿para que coño quieres unas tijeras? —cuestionó Richard frunciendo el ceño confuso.

—Oh, y un cuchillo también, por favor.

Richard lo miró boquiabierto, sabía que Erick no era un hombre demasiado paciente así que sin pensárselo dos veces salió de allí para buscar dichos materiales. Claro que se imaginaba para que los quería y claro que le iba a dejar hacerlo. Dejó las tijeras en su mano, este ni siquiera le agradeció por el acto.

—Abre la puta boca o te la abro yo a hostias —gruñó.

El inspector hizo caso, iba a sufrir, de eso estaba muy seguro. Sus torturas se quedarían muy abajo si las comparabas con las de un mafioso. Aunque claro, no hay peor tortura que perder a quien amas.

—Con esta lengua la insultaste —Tenía la cabeza fría, a partir de ese momento sus acciones le iban a importar una mierda. No se lo pensó dos veces y utilizó las tijeras de la manera más útil posible: cortando la lengua del sujeto.

¿Qué pasa cuando se corta la lengua?

Muy fácil. Riesgo de causar una hemorragia, infección, daño a los nervios o problemas para respirar y tragar.

—Con esta mano sostuviste el arma que la mató —indicó tomando la mano y llevándola al suelo para después pisarla, disfrutando de como sus huesos crujían bajo su peso—. Y... —tomó de nuevo su mano y buscó un dedo en particular—. Este dedo apretó el gatillo.

La navaja que sostenía fue suficiente para cortar dicho dedo.

—Y tú, hijo de puta, tú acabaste con su vida así que ahora yo acabaré con la tuya —rugió. Acto seguido clavó la navaja en el centro de su pecho, tarde o temprano se desangraría allí—. Por ella.

Escupió en su cara y se dio media vuelta para salir de allí con el cuerpo de Lúa en brazos. Todos los policías estaban malheridos, no todos iban a morirse pero sí que sufrirían porque nadie acudiría allí para ayudarlos.

[🌊]

—Mañana volveremos a Sanxenxo y podremos amarnos de verdad, no como hemos hecho hasta ahora, no quiero que nos reprimamos.

—Volver a Sanxenxo y amarnos, me gusta ese plan.

—Mañana todo será otra cosa —prometió, apoyando sus frentes—. Tú y yo seremos uno, porque te amo y pienso amarte sobre toda esta mierda.

Pero Sanxenxo no era lo mismo sin ella, las mareas se volvieron tristes y melancólicas, la arena le recordó la primera vez que la vio correteando por allí, la vuelta al pazo  fue una tortura, el silencio le gritaba que ella ya no estaba.

El cuerpo de la gallega fue incinerado a petición de su padre y las cenizas se esparcieron por el mar en el que tantas veces habían trabajado.

Tenía razón el dicho de que todo terminaba en agua salada, en el fondo del mar o en lágrimas. Lúa terminó en el mar, mientras que la gente que dejaba atrás quedaba entre lágrimas por su partida.

—Tuvimos la conexión y no la oportunidad —habló el ojiverde mirando desde lo alto el inmenso mar.

Christopher puso una de sus manos sobre su hombro y tiró de este para atrás, no hacía falta ser muy listo para saber cuáles eran las intenciones del pelinegro.

—No, todos tenemos derecho a vivir pero también lo tenemos a morir —habló soltándose de su agarre—. Los finales felices son una mierda, es mejor dejar huella de otra manera.

—¿La otra manera es un titular donde comparan vuestras muertes con el clásico de Shakespeare? —inquirió Joel.

—Si, quizá si lo sea —admitió—. Lo sabéis todo, chicos, fuisteis mi vida hasta que llegó ella... Ella se convirtió en mis ganas de vivirla y sin ella ya no hay nada, se llevó todo a su paso.

Caminó de espaldas sin dejar de mirar a sus compañeros, la conexión se rompió cuando dio un paso en el vacío y cayó al frío mar, para ahogarse entre las saladas olas poco después.

No, las cosas no siempre podían ir a mejor. A veces caías y no te podías levantar, simplemente seguías cayendo una y otra vez, hasta que las rodillas se raspaban. No siempre hay luz al final del túnel, a veces este es tan profundo que lo único que encuentras es oscuridad.

La vida es injusta.

La realidad es una mierda.

Las penas no se ahogan en alcohol, se ahogan en agua salada.

| F I N A L |

Fariña da costaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora