Capítulo 8

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El silencio reinó en la sala, parecía muy difícil de creer que un marinero común tuviera la droga escondida en su casa.

—Lúa... ¿Estás segura de lo que dices? — preguntó Richard mirándola.

—Si... — afirmó mientras dejaba escapar un suspiro—. En la biblioteca, detrás de los libros...

—Jodida mierda. — murmuró Christopher levantándose y llevándose las manos a la cabeza.

—Tenemos que recuperarla y tú, cativa, nos ayudarás.— dijo Erick con firmeza a la vez que señalaba al exterior con la mirada.

—¿Y yo que haré?

—Encargarte de tu padre. — murmuró como si fuera obvio—. No nos llevará mucho tiempo.

—Papá ahora mismo se encuentra en la ría, tenéis tiempo suficiente.

—Bien, iremos para tu casa y nos encargaremos de ello... Tú podrías ir a dar un paseo a la playa y vigilar a tu padre, antes de que preguntes... Déjame decirte que si, es necesario.

Ella asintió sin saber muy bien que decir, en estos momentos los hombres frente a ella le causaban mucho respecto y la hacían sentirse pequeña frente a toda esta situación.

Tal y como habían dicho, los mafiosos de CNCO se dirigieron a la casa de los Fernández mientras que Lúa caminaba por la playa, a pasos despreocupados y tratando de pasar desapercibida.

—¡Lúa! —exclamó uno de los marineros nada más verla, ella alzó la mirada y sonrió por cortesía —. Pero bueno, ¡Antón, ha venido tu hija!

—No, no... No hace falta que le avises. — dijo ella rápidamente—. No vengo por él, ya sabes que la brisa del mar me relaja bastante y necesitaba despejar la mente...

—Ah, totalmente comprensible... Disculpa, bonita. — le guiñó un ojo para después seguir a lo suyo.


Para su suerte, las horas se pasaron rápidas y los mafiosos no tardaron en enviarle un mensaje diciéndole que ya estaba todo listo y que podría volver a casa cuando quisiera.

Para su mala suerte, poco después de llagar a casa también llegó su padre.

—¿Cómo te ha ido hoy haciendo deporte? — le preguntó.

—Ahm... Mal, ya lo he dejado. — murmuró ella haciendo una mueca.

—¿Entonces que se supone que hacías hoy en la playa? — cuestionó alzando una ceja en su dirección.

—Buscando la calma, ya sabes que siempre la encuentro en el mar.

—Por supuesto que lo sé, eres mi hija. — murmuró lleno de orgullo.

Orgullo que no compartía Lúa, ser hija de un narcotraficante no era algo de lo que sentirse honrada.

Aunque bueno, en estos momentos estaba en el mismo bando...

Y hablamos del bando del narcotráfico no del mismo grupo, ya que ellos querían ir por libre sin hacer caso a las órdenes de CNCO... Y ella estaba de parte de los cinco mafiosos, cosa que no agradaría para nada a su padre cuando se enterara.

—Por si me necesitas, estaré en la biblioteca... Buenas noches, Lúa. — dijo su padre, besó su mejilla y se retiró de la cocina.

Lúa iría a la biblioteca más tarde, como de costumbre. Leer era algo que le apasionaba, en cierto modo le ayudaba a escapar de la realidad y eso era lo que quería.

Su realidad la atormentaba.

Se estaba envolviendo en cosas que jamás se habría imaginado, no estaba orgullosa de la mujer que era hoy en día...

Todos sus problemas derivaban de una sola cosa: Fariña da costa. O como muchos la conocían, droga.

Apagó las luces y se dispuso a subir las escaleras, la luz de la biblioteca indicaba que su padre estaba allí dentro. Se acercó hasta la puerta, sintiendo como su mundo se venía abajo al ver el desastre que había dentro.

—Papá... — pronunció con la voz temblorosa—. ¿Qué ha pasado?

Todas y cada una de las obras literarias se encontraban por el suelo, las estanterías estaban completamente vacías y su padre se veía desesperado.

—¿Dónde está? — preguntó señalando las estanterías—. ¿Dónde carallo está?

—¿Dónde está el qué? — cuestionó.

A pesar de que sabía muy bien a lo que se refería y eso le causaba un temor horrible.

A Fariña, Lúa...

—Papá... No sé de qué me estás hablando...

—¡Joder, por supuesto que lo sabes! — gritó acercándose a su hija y tomándola del brazo con brusquedad.

—¡No tengo ni idea, suéltame! — exclamó forcejeando para poder soltarse.

—La tienen ellos, ¿verdad? — preguntó entre dientes—. Eres una traidora, Lúa... Prefieres a esos putos mafiosos antes que a tu padre, como algo pase va a quedarse en tu consciencia de por vida.


Su puño impactó en la nariz de su hija, escuchándose el claro sonido de que la había fracturado. Este no tardó en comenzar a sangrar por la intensidad del golpe.


—Eres un hijo de puta. — escupió en su dirección, llorando como si no hubiera un mañana—. Te has atrevido a golpear a tu hija...

—Esa Fariña vale más que mi puta hija. — espetó antes de empujarla, satisfecho de ver cómo caía al suelo se fue de la biblioteca a su habitación.


—No me lo puedo creer...

Sus puños impactaron con el suelo, sentía su nariz palpitar del agudo dolor que sentía, la sangre podía sentirse en sus labios y comenzaba a ser desagradable junto con el sabor salado de sus lágrimas.

¿A dónde se había ido a meter?

Si al final él tenía razón, había traicionado a su padre y a los suyos...

Pero creía hacer lo correcto.

—Papá, esta no te la perdono. — se juró a sí misma, llevando una mano a su nariz y gimiendo del dolor con el simple roce.



Fariña da costaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora