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  12.55 am

No sabría explicar qué estaba sintiendo mi cuerpo con Yeongu tan cerca. Era muchísimo más intenso que en la mañana anterior. No sé si por ser de noche o por la adrenalina de estar juntos en mi habitación. No quería que se marchara, aunque eso implicara que en cualquier momento me derritiera entre sus brazos. No logro encontrar la causa de cómo hacía que mi cuerpo pasara de sólido a líquido en tan poco tiempo. Quizás, fuera lo más parecido a la fusión que estudiamos en Física y Química: Él tenía en sus ojos la temperatura justa para fundir mi témpano de hielo...

Yeongu me abrazó con fuerza, pero no como papá, fue algo más cómplice, más profundo, más íntimo. Estaba tan feliz de que estuviera allí. De que se hubiese saltado el muro solo Dios sabe cómo, evitado a los guardaespaldas, escalado al primer piso y, abierto la ventana que juraría que era imposible abrir desde afuera, que ni me di cuenta de cuando salieron de mi boca aquellas palabras:

—Quédate —dije bajito, insegura—. Carpe diem —continué al ver su extraña mueca de decepción que provocó en mí una pequeña sonrisa, igual que la primera vez que la vi—. Es una frase en latín que significa...

—Vive el momento —interrumpió acariciando mi rostro—. Sé lo que significa, lo que no sé es qué intentas decir con eso.

—Pues... eso mismo —me atreví a afirmar con un poco más de confianza—. Imagino que si tenías tantas ganas de verme, no te conformes con solo unos minutos. No después de haber pasado por tantos apuros para llegar hasta aquí, como estoy segura de que pasaste. Yo no lo haría si estuviera en tu lugar y me decepcionaría que fueras tan poco ambicioso, Min Yeongu —terminé diciendo con mis ojos fijos en los suyos...

—Pequeña, no creo que estés consciente de lo que me estás pidiendo —murmuró pensativo, incrédulo diría yo.

Mas a esas alturas ya estaba completamente convencida de lo que quería y quería que no se fuera, costara lo que costara. No sabía cuánto lo necesitaba hasta que lo vi. No sabía cuánto lo había extrañado en realidad hasta que me abrazó. Y no hubiese tenido el valor de pedírle que se quedara si no hubiese visto ese brillo que emanaba de sus orbes oscuras. Ese deseo que delataba que tampoco se quería marchar.

—Sé muy bien lo que estoy pidiendo —afirmé—, no tengo problemas de memoria, ni cognitivos, ni ninguna otra discapacidad que imposibilite mi cordura.

¿Segura, Seong? Yo creo que no estas en tus cabales ahora mismo.

¡Shhh, cállate, grillo!

—¿Y la herida de tu cabeza? —indagó con cierto cinismo—. Sigo pensando que afectó más de lo que imaginas.

—No lo creo... O pensándolo bien, si te hace sentir mejor... ¡echémosle la culpa a eso!

Y diciendo esto, entrelacé mis manos por detrás de su nuca y lo jalé hacia mí. Besé sus labios, me arrojé al precipicio de placer de su boca e intente maniobras arriesgadas que sin dudas, por la intensidad de su respuesta, obtuvieron buena calificación de parte del maestro. Aún así, se propuso resistirse. Era evidente que no se dejaría vencer tan fácil por aquella «chiquilla loca». Pero lo que Min Yeongu no sabía, era que en cuestiones de determinación, nadie le ganaba a los Kang.

Mis manos se dirigieron a las suyas suspendidas en el aire, su manera no muy convincente de fingir que no estaba de acuerdo con mi «ataque». Las llevé a mis caderas sin dejar de besarlo y sentí su apretón desesperado, frenético, como último recurso de su inútil defensa. Mi corazón se aceleró a velocidad indescriptible cuando me cargó en su cintura, para después tambalearse hasta mi cama, donde rebotamos por el torpe impulso al caer, sacandonos una suave carcajada que ahogamos al instante con nuestros besos. Yo comencé, pero era de esperar que él no tardaría en hacerse con el control. ¡¿Y cómo oponerme?!, si tenerlo así, ten cerca de mí, era sencillamente maravilloso.

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